Episodios cada vez más escabrosos y cincelados por formas progresivamente más intensas de violencia fueron dejando la obra musical de Pity Álvarez en lo que parece una era geológica antigua. Desde 2011 que el músico criado en Piedrabuena no saca un álbum. Encima ese último, Contra la pared, fue el peor de Viejas Locas. Pese a eso, Cristian Álvarez sigue habitando la caja de resonancia argentina por más que su largo prontuario: por un sólido y singular cancionero. Y, solapadamente, quizás también como exponente de cierta ineptitud social y política para asistir ante adicciones tan hostiles.

Cristian Alvarez maceró la idea de Viejas Locas en su niñez pero le encontró concepto de adolescente. Está en la banda desde 1989, aunque su inscripción histórica al rock argentino fue cosa de cuatro años, con los discos publicados entre 1996 y 1999. Viejas Locas, Hermanos de Sangre y Especial exhibieron una propuesta rocanrolera sensible y pícara, groovera y atenta a cierta investigación. En esos años, con La Renga y Los Piojos armaron un tridente que pinchó a casi todos en el público: algunos de los que venían de Sumo y otros que enseguida volverían a los ritmos tropicales, fueran el reggae o la cumbia.

Viejas Locas invocó en Pity a un rolinga sensible de labios gruesos que podía contar las ruinas en los bordes de la ciudad de Buenos Aires como nadie, resultando así un autor deliberadamente “argento”, atorrante y amiguero, jetón y machista, evasivo y evadido, un “autor personaje”. Pity tocaba blues y rocanrol y podía hacer “Perra” en la misma sesión en la que fabricaba “Aunque a nadie ya le importe”. Pity fumaba marihuana ya antes de Viejas Locas. Y flashaba ya antes de la marihuana.

Viejas Locas sufrió su propio y particular efecto Y2K en torno del 2000, y así Pity y el baterista Abel Meyer germinaron Intoxicados, una banda súper moderna, casi de gangsta rock y de reggae freestyle, con conceptos de producción lo-fi y un montaje teatral, histriónico. Como autor, Pity pasó de dialogar con el microclima del llamado rock chabón o rock barrial a interpretar a su propio modo esa misma modernidad que Babasónicos, Catupecu Machu o Carajo decodificaban por otros canales.

Intoxicados fue una banda brutal sobre todo entre 2001 y 2004, un grupo muy intrépido y también muy zarpado y pasado, donde las drogas pasaron de ser un condimento al hacer música a ser el plasma de los músicos. Ahí detonó ese Pity indomable, repentista, ese Álvarez que resultaba un hábil declarante pero también un original rapero, un cronista excepcional, un clochard con guitarra eléctrica. Nada de lo que haya hecho desde Otro día en el planeta Tierra tiene esa relevancia. Y ese disco, tercero de Intoxicados y cierre de su segunda trilogía como autor, salió en 2005.

Desde entonces Cristian Álvarez se acomodó en el foco noticioso por motivos casi siempre infelices y su desapego por la composición y ejecución musical fueron dándoles una pátina sepia a canciones no tan viejas, como Nunca quise o Fuego. Al reverso, músicos jóvenes de la actual escena independiente lo tributan: Los Reyes del Falsete, Sara Hebe, Las Ligas Menores. Muchas veces Pity dijo que creía que el ser humano era el hongo de este planeta, y otras tantas corrigió que era el virus de la Tierra. Sus temas quedaron así, a la vez virales, como una telaraña que lo sostiene como uno de los autores más ricos del rock reciente, y a la vez decadentes, como un moho viscoso que de a poco va recubriendo un tesoro musical irrecuperable.