Si Argentina-Inglaterra en México 86 fue el partido perfecto para la épica patriótica y la leyenda de Diego Maradona, el cruce contra Camerún en la siguiente Copa, en Italia 90, resultó el revés de la historia: un golpe a la autoestima del campeón del mundo, una derrota contra un equipo que terminó con nueve jugadores, una tragedia griega bajo la mirada extremista de Carlos Bilardo, quien les advirtió a los jugadores: “Si perdemos contra Rusia (todavía la Unión Soviética, el rival en la segunda fecha después de la derrota 0-1 en el debut contra la selección africana), le pagamos un paracaídas al piloto y yo manejo el avión hasta que nos estrellemos”.

De aquel partido surrealista se recuerdan como fotogramas las corridas de Claudio Caniggia, las patadas a Claudio Caniggia, los contraataques enhebrados con paciencia de tejedor de Roger Milla –un futbolista que con 38 años volvía para jugar con su selección después de estar retirado del fútbol desde hacía tres años– y el look rastafari de Makanaky. Son imágenes de un naufragio argentino, aunque aquellos jugadores conducidos por Bilardo se arrastraron junto al tobillo hinchado de Maradona hasta su redención por jugar la final.

Sin embargo, las voces de los verdaderos protagonistas del partido bautismal de Italia 90, que habita en la memoria colectiva, no son ecos que resuenen en los oídos de los argentinos. Enganche habló por teléfono con Thomas N’Kono, el aquero que no debió ser, el hombre que iba a comer con su mujer y mirar el partido como un hincha más. Pero unas horas más tarde, desde adentro del campo de juego, a 100 metros de distancia del arco de Nery Pumpido, vio cómo se elevaba François Omam-Biyik y se consumaba una de las grandes proezas del fútbol mundial: ese gol, nuestro desastre.

“Yo no iba a ser titular. Dos semanas antes de aquel partido, el entrenador (NdR: el ruso Valery Nepomniachi: actualmente, a los 74 años, dirige al Baltika de Kalingrado) me dijo que no me iba a poner porque jugaría con otro sistema, con una defensa más adelantada. Entonces yo me quería volver a Barcelona. Mi mujer me hizo cambiar de idea y fue por ella que me quedé con el plantel de la selección. De todas maneras nunca dejé de entrenarme fuerte”, cuenta N’Kono en el medio de la pretemporada del Espanyol de Barcelona. Desde hace 15 años es el entrenador de arqueros del equipo en el que atajaba cuando Camerún entró en el radar del fútbol al ganarle a Argentina.

La historia que reconstruye N’Kono con detalles sirve para entender cómo pequeñas variaciones pueden provocar grandes cambios. Las teorías del caos de Camerún –o del partido que la Selección argentina no debió perder– se escribe desde un arquero al que lo convencieron de no ir a desayunar con su esposa.

“Era la hora del desayuno y me vino a buscar el entrenador. Yo estaba en la habitación con Omam-Biyik y le dije que descansara porque iba a hacer el gol del triunfo. Yo no necesitaba hacerlo porque no jugaba. Antes no iban todos los jugadores al banco de suplentes y yo había quedado como tercer arquero. Entonces tenía pensado ir a comer con mi mujer y luego ver el partido. En eso entró a la habitación el técnico con el traductor y me preguntó cómo estaba. Le dije ‘bien’. El técnico me quería poner de titular. Le pregunté ‘por qué ahora sí y antes no’. Y me respondió ‘es que te vi bien en los entrenamientos’. Yo no quería jugar. La charla técnica era a las 11 y en ese momento eran las 10.30 y estábamos discutiendo si yo jugaba o no”.

Mucho más que Maradona, a N’Kono le preocupaba cómo avisarle a su mujer lo que estaba pasando. “Tenía que avisarle que no iba a poder ir a desayunar con ella. Pero no había teléfonos móviles, como ahora. Le dejé muchísimos mensajes en el hotel donde estaba, pero no pude encontrarla. Como no me pude comunicar, le dije al técnico que no iba a jugar. No fui a la charla técnica, así que me enteré después por mis compañeros que la sanción a Joseph Antoine Bell, que debía ser el titular, fue más bien disciplinaria”. El arquero que atajaba con el número 16 y que inmortalizó su imagen con bigote, pantalones negros largos y medias blancas por encima le cuenta por primera vez a un medio argentino sobre el instante exacto en que cambió de opinión: “Cuando vino a verme la gente de la Federación de Camerún me dijeron ‘parece que no querés jugar’. Les contesté que no quería jugar porque ya era tarde. Me dijeron que si yo no jugaba lo iban a poner a Jacques Songo’o y si él no quería, pondrían a un delantero. Pero que Bell no iba a jugar. Bell había hecho declaraciones que en nuestro país no cayeron bien. Dijo que nos habíamos preparado mal y que íbamos a perder contra Argentina. Y todo eso salió publicado en la prensa de Francia, donde él atajaba. O sea que lo suspendieron por no tener una mentalidad positiva. Yo pensé entonces que tenía que atajar, porque si le iba mal a Songo’o era el final de su carrera. En cambio yo estaba por cumplir 34 años, ya había hecho mi camino”.

N’Kono se convenció definitivamente de atajar cuando habló con el entonces presidente de Camerún. Su titularidad pasó a ser una cuestión nacional. La política y el fútbol son aliados desde tiempos inmemoriales. Bilardo también padeció la intromisión de funcionarios de gobierno y la oposición por la derrota que él mismo considera la peor de su carrera deportiva. Después del partido lo llamaron Carlos Menem, que estaba en el palco, y Raúl Alfonsín, quien había intentado provocarle un golpe de Estado al entrenador antes de México 86. “Todos me llamaron para decirme qué hacer. Escuché al presidente, a dos ex presidentes y al líder de la oposición. Nunca antes había visto algo que unificara a la Nación así”, le dijo a The Guardian.

El iceberg que pudo haber provocado el hundimiento del Titanic contaba con once futbolistas que jugaban en Camerún, diez en Francia y uno en España: N’Kono, que por su actuación se convirtió en el ídolo de Gianlugi Buffon. Por entonces un niño, quien sería el mejor arquero de la historia de Italia jugaba de mediocampista y decidió cambiar de puesto por el hombre que no debió atajar. Ya de grande, Buffon le hizo otro homenaje al arquero que lo marcó para siempre: bautizó Thomas a uno de sus hijos.

Omam-Biyik, delantero del Stade Lavallois, fue quien grabó a fuego la victoria de Camerún, como había vaticinado su compañero de habitación N’Kono. Apenas terminó el partido, el autor del gol declaró: “Nadie pensó que podíamos hacer nada aquí contra Maradona, pero nosotros sabíamos lo que podíamos hacer”. Con la adrenalina navegando aún por su torrente sanguíneo, el delantero que saltó tan alto que sus pies quedaron a la altura del pecho de Roberto Sensini se plantó ante el mundo: “Odiamos cuando los periodistas europeos nos preguntan si comemos monos y tenemos un hechicero. Somos verdaderos jugadores de fútbol y lo demostramos esta noche”.

Camerún fue la furia encauzada en un equipo aguerrido que supo cómo resistir a la subestimación, cómo defenderse ante una potencia y cómo atacar hasta cuando se quedó con nueve futbolistas. Aquella vez fue la mejor vez de Camerún.

“No sabíamos que íbamos a ganar, pero hicimos una gran preparación. Dos semanas antes ensayamos un planteo 4-4-1-1 para jugar de contragolpe. Pero el partido lo ganamos en el vestuario. Antes no se hacía el calentamiento previo dentro del campo de juego, se hacía en la antesala de los vestuarios. Los jugadores argentinos estaban cantando y entonces nosotros empezamos a cantar el doble de fuerte que ellos. Hasta que tuvieron que abandonar el sector. Fue un duelo psicológico importante”, compara N’Kono en la noche catalana, 28 años y 33 días después.

–¿Qué sensación tuvo en el gol?

–Fue como una liberación. Y sirvió, sobre todo, porque nos dio más confianza. Nosotros estábamos con diez jugadores y la ventaja en el resultado nos hizo sentir aún más fuertes. Sabíamos a qué jugábamos, era un equipo solidario. Y jugábamos no solo contra el campeón, sino contra el mejor jugador del mundo. A Maradona lo había enfrentado en un Espanyol-Barcelona. En el entretiempo, se me acercó y me preguntó qué había pasado que jugaba, cuando se decía que yo no iba a jugar. Le dije que yo tampoco sabía, que me pusieron de última.

–¿Caniggia era imparable?

–Su entrada nos sorprendió. Era realmente muy rápido y encima nosotros jugábamos con uno menos. Él hizo expulsar a dos jugadores.

–¿Le queda algún souvenir del partido?

–La gente se llevó todo. No era como ahora, que los jugadores piensan en guardarse algo. Y tampoco pudimos cambiar las camisetas con los argentinos, porque estaban enojados. Algunos compañeros quisieron tener la camiseta de Argentina, pero ellos no quisieron dárselas.

–¿Suelen recordarle aquel triunfo?

–No mucho, lo hablo en broma con algunos amigos argentinos. Eso sí, para nosotros fue algo grandioso.

–¿Qué fue lo primero que hizo cuando terminó el partido?

–Fui directo a encontrarme con mi mujer, que al final fue a verme al estadio. Antes del partido ella logró comunicarse conmigo y me preguntó qué pasaba que le había dejado tantos mensajes. Yo le había dicho “cariño, no me esperes que voy a jugar”. Fue increíble porque nunca más vi una fiesta como esa. En Camerún, me contaron mis amigos, se vivió increíblemente, como algo que jamás volvió a pasar.

–¿Y su esposa qué le dijo?

–Que no pudo comer nada, que con la noticia de que yo jugaba, sumado a los nervios, se le cortó el apetito.

–¿Y usted sí estaba tranquilo?

–No, claro que no.