Mirta Regina Satz trabajaba como jefa de tesorería de la AMIA, intercalando en los escasos tiempos posibles su amor por el arte, hasta aquel día en que se rompió el equilibrio de lo social, de lo humano. El 18 de julio de 1994, a las 9.53, una bomba destruyó el edificio y mató a 85 personas. Y también enterró muchos sueños. Mirta sobrevivió a esa catástrofe, pero logró transformar el dolor en esperanza. Decidió trabajar un año más para ayudar en la reconstrucción. Luego tomó la tajante decisión de dejar la AMIA para reinventarse laboralmente a través de un trabajo propio y artístico. Dio una vuelta de timón, se comprometió y decidió un nuevo rumbo, incierto e inestable, pero verdadero. Allí comenzó su trabajo de construcción de otra vida con los escombros de la historia. Mirta es profesora de artes plásticas, artista visual, compositora y bailarina de tango. Por eso, el documental que recupera su faceta artística y comunitaria tras semejante trauma contiene la palabra “Ikigai”. Es un término de origen japonés que no tiene una traducción exacta al español, aunque se le atribuye un significado sumamente especial: “Tener una razón para vivir”. El film fue dirigido por Ricky Piterbarg y se estrena mañana en el Gaumont y en el Cine Cosmos-UBA. El título completo es Ikigai, la sonrisa de Gardel.

Piterbarg conoció a Mirta porque llevaba a su hijo al taller de plástica, donde ella enseña. Después, fue la hija del documentalista. Ya para esa época, Mirta estaba trabajando con el mural “La sonrisa de Gardel”, que luego fue declarado Sitio de Interés Cultural por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, y que reviste el frente de la casa de Inclán 3090. Piterbarg no tenía confianza con Mirta, pero ella le comentó a la hija del cineasta si a él no la gustaría filmar el proceso de construcción de ese mural, con 96 figuras de Carlos Gardel, en el que trabajaron unas 150 personas para armarlo. “Empecé a ir con una camarita, con la idea de hacer lo que quería Mirta. Y así empezó. Fui una jornada. A las dos semanas fui a otra. Le dije que para mí daba para hacer diez minutos, ella quería que fuera de media hora. A mí me parecía muy largo”, recuerda Piterbarg. Le propuso pensar algo entre los dos. “Entramos a pensar un poco hasta que me sugirió que me juntara con su hermana Telma, para hablar de la cuestión. Me junté con Telma en un bar de San Telmo y ahí me enteré que Mirta es sobreviviente del atentado”, señala Piterbarg.

–Ahí vio que había una película.

–Sí, claramente apareció una película. Fue inmediato, con Telma hubo una catarata de cosas y era clarísimo que esos escombros de la AMIA se habían transformado, de alguna manera, en algo que Mirta estaba manipulando para hacer una obra plástica. 

–¿La idea fue mostrar cómo puede sobreponerse una persona frente el dolor?

–Yo creo que eso es un resultado. La idea fue mostrar lo que hacemos cuando estamos lúcidos con el horror, las tragedias, los dramas que las personas tenemos, en particular, y la sociedad, en general. ¿Qué hacemos? ¿Qué podemos hacer con esto que nos sucedió? Finalmente nos recomponemos. Y creo que de esa manera es la mejor. Pero no fue buscado decir eso sino que fue un resultado decirlo.

–¿Buscó también reflejar el espíritu y la importancia del trabajo comunitario?

–Sí, eso ya estaba en Venimos de muy lejos, el documental que hice con el grupo Catalinas Sur. Así que cuando llegué a lo de Mirta, yo metía la cámara en el taller, donde había quince o veinte pibes y gente grande de 70 años laburando con esas piedritas, y ya me sentía bien. Era como algo familiar. Podía filmar a la gente haciendo cosas en común, mancomunada, con una energía, con algo que estaba ahí en ebullición. 

–¿Mirta es una excepción sobre cómo superar una situación límite o cree que hay muchas personas que encuentran un nuevo destino frente a un gran trauma?

–La verdad, es una excepción. Tardó veinte años en clarificarse eso. Fue un laburo cotidiano y finalmente ella logró abrirse con este mural y con esta película, que la terminamos hace dos años. Se filmó todo el proceso del mural, pero después hubo un rodaje extra más fuerte, con el que se terminó de armar el largometraje, que fue a fines de 2016. Yo sigo viendo un año después de filmar la película –y creo que ella también– cómo Mirta abrió su drama. Ella pudo transformarlo en otra cosa y no quedarse con eso adentro. Hay otra gente que sigue teniendo el drama en su interior y puede vivir bien, pero Mirta elaboró eso y lo continúa elaborando. Por eso, me parece una excepción. 

–¿Un tema que se desprende es el poder del arte frente a la tragedia?

–Sí, la película tiene un tono narrativo estético que busca sensibilizar no desde el dato, no desde lo que le ocurrió concretamente a Mirta ese día sino desde lo que ella hizo después, desde lo que construyó. Es decir, no desde el momento oscuro de la tragedia. Todo eso es arte que ella fue haciendo. Ella fue dedicándose a la plástica, a las artes visuales, al canto, a la danza. Y estoy seguro que el arte es sanador. Y esta película resulta con espíritu sanador.  

–¿Cómo vivió ella la situación de recordar escenas de su vivencia traumática y cómo trabajaron para que pudiera hacerla pública?

–La película es fiel a lo que sucedió en ese momento: Mirta no quiso hablar de lo que le pasó ese día. De hecho, hay una escena en la que dice: “Yo no lo quiero contar. Para mí es como un cuento”. Finalmente, después cuando ella se junta con otros sobrevivientes termina narrando cómo fue, pero un poco porque hay detalles que no están en la película. Ni a ella le interesó ir ahí ni a mí ni tampoco a Telma, con quien escribimos el guion. Es algo que los medios no sólo por la película sino con el tema AMIA dicen: “¿Y cómo saliste?”, “¿Se rompió un vidrio y no te quemaste?”, “¿Cuánta sangre había?”. Eso no es lo que le pasó a la gente. A la gente le pasaron cosas veinticinco años después de vida y hay que ver qué hizo con eso.

–Claro, pero para la película ella seguramente miró fotos, leyó cartas que le dispararon recuerdos que tal vez estaban un poco anquilosados. 

–Sí, la película la fue acercando a lo que le sucedió concretamente. Y con eso que le sucedió empezó a tener una relación más fluida.

–¿Qué tiene de aquella vivencia traumática el mural con 96 figuras de un Carlos Gardel que se ríe?

–Me voy a remitir lo que dijo Mirta. La idea de hacer el Gardel fue de Mirta y la de Gardel es una imagen que nos representa absolutamente a todos, “que está quieta”, dice ella. ¿Qué tiene? Yo creo que la potencia de ese mural es que está hecho con el destrozo que sufrimos los argentinos y que cada tanto volvemos a sufrir pero que, sin embargo, entre todos los que se juntaron para hacer ese mural y entre todos nos la arreglamos para juntar esos pedacitos y construir un nuevo muro, un muro diferente a ese edificio de la AMIA que no existe más.

Una escena de Ikigai, la sonrisa de Gardel.