El reloj que marca el tiempo del partido todavía no llegó a los diez minutos en la final de la Liga de Campeones de Europa de handball cuando Diego Simonet agarra la pelota y, como otras tantas veces a lo largo de su carrera, va para adelante. Da uno, dos pasos y, casi cayéndose al borde del área, suelta un roscazo con su mano derecha que se mete al lado del palo de Cyril Dumoulin, el arquero del Nantes. A las casi 20 mil personas del Lanxess Arena de Colonia ,Alemania, no les queda otra que aplaudir el movimiento del Chino, que así convierte su primer gol del encuentro.

Todo deporte tiene un costado artístico: hay arte en una gambeta de Lionel Messi, en un eurostep de Emanuel Ginóbili, en un drive de Juan Martín del Potro o en un gol de Luciana Aymar, por citar algunos ejemplos. Y hay arte también en lo que hace Diego Simonet en una cancha de handball. El jugador del Montpellier, a sus 28 años y tras una coronación histórica –se convirtió  en el primer argentino campeón de Liga de Campeones de Europa, con el agregado de haber sido nombrado como el Jugador Más Valioso de la final–, se está ganando un lugar como una de las referencias del deporte celeste y blanco. Pero su talento no termina allí. Hay otra pasión oculta en el Chino, una que comparte con Enganche: la pintura. “Lo hago con Sol, mi novia. Pintamos en nuestros tiempos libres. Hacemos pinturas en óleo, más que nada hago retratos o rostros. Hice de personas también, por ejemplo uno de Messi, pero ese no me gustó cómo quedó, así que está guardado en el sótano de mi casa acá en Francia”, cuenta entre risas.

–¿De dónde salió esta otra faceta artística?

–Fue por Florencia, la mujer de Seba (N. de R.: uno de sus hermanos y también jugador de handball), que había hecho un curso de pintura en Argentina. Cuando vivía con ellos en Ivry (Francia) ella pintaba, y le pedí que me enseñara. Siempre me había gustado el dibujo, así que arranqué. Después seguí por mi cuenta y a mi novia también le gustó. En esto ella es más crack que yo (risas).

–Entre tanta presión en Montpellier encontraste en la pintura un lindo cable a tierra.

–Sin duda. Una vuelta, cuando me lesioné de gravedad (N. de R.: se rompió los ligamentos cruzados de la rodilla derecha en 2016) me la pasé pintando, así que fue una especie de terapia. Seguí haciéndolo todo este tiempo, y ahora con mi novia tenemos una técnica parecida, así que pintamos cuadros juntos. Quizás a ella no le gusta pintar el pelo, entonces lo pinto yo. O al revés con los ojos. Nos complementamos.

–¿Hicieron exposiciones?

–Sí, tres, todas en restoranes de Francia, porque tenemos todas nuestras cosas acá.

–¿Cómo pasaste de pintar en tu casa a exponer tus obras para desconocidos?

–En Montpellier se corrió la bola de que yo pintaba, entonces algunas personas vieron los cuadros que hicimos y nos preguntaron si queríamos exponer en su restorán. Dijimos que sí, así que dejamos nuestros cuadros por algunos meses. Y ahí empezamos. Fue medio una sorpresa para nosotros, porque lo hacemos porque nos gusta, pero al final nos convencieron y nos animamos.

–¿Cuándo tuviste más nervios: cuando debutaste con el Montpellier o cuando expusiste tus cuadros por primera vez?

–Cuando los expuse, sin duda (risas). No sabía dónde meterme. Les llevé los cuadros y me quería ir rápido de ahí. Se acostumbra a invitar gente, que haya tragos y comida, y que el artista charle con la gente… No quería saber nada de eso, me daba mucha vergüenza.

–¿Y cómo viene la crítica a tus obras?

–Bastante bien, ja. Por ahora lo hacemos como hobbie, no sé si nos dedicaremos a esto en el futuro. Acá hablé con artistas franceses y me dijeron que la mejor forma de mejorar es pintando y pintando. Así que eso haré.

–¿Qué artistas te gustan?

–Me gusta mucho uno de Argentina, Sebastián Domenech. Es un fenómeno. Me encanta porque también pinta deportistas, algo que me gusta.

A diferencia del de Messi, el cuadro que hizo sobre Diego Maradona es el que más le gusta al Chino entre todos los otros que pintó. La deuda interna permanece: hacer otro en honor a Leo, a quien conoció una vez en España. “Tuvimos un Mundial en Barcelona y fuimos a ver un entrenamiento del Barça. Messi se acercó y charlamos, y todos nos sacamos una foto con él. Fue increíble, es un tipazo. Fue el único que se acercó y se puso a charlar con nosotros”, recuerda.

–En Francia, L’Equipe te puso un apodo: “El Messi del handball”...

–Sí, me lo pusieron por ser un argentino que juega al handball, y porque además soy rápido con la pelota. Sólo eso. A nivel logros no hay comparación.

–Igual, ¿caés que vos le generás a muchos pibes que recién empiezan en el handball la misma sensación que Messi le produce a otros más vinculados al fútbol?

–Ojalá les pase algo así, pero no me la creo. A mí me encanta Messi porque es un ejemplo no sólo por lo que hace dentro de la cancha, sino también afuera. Es el tipo de deportista que me gusta. Manu Ginóbili es otro. Más que ejemplos de deportistas, son ejemplos de persona. Esa es la imagen que me gustaría dar. Reflotar los valores del respeto, la humildad y el trabajo.

–Ustedes como Gladiadores (N. de R.: apodo de la Selección Argentina de handball), ¿dan ese mensaje?

–Esa es la intención. Es un deporte bastante amateur, y todos los que jugamos al handball sabemos de dónde venimos y todo el trabajo que tuvimos que hacer para poder llegar hasta donde estamos.

El camino del Chino empezó bien de chico, a tal punto que puede decirse que en su casa de Vicente López se respiraba handball. Tanto Alicia (su mamá) como Luis (su papá) estuvieron en la selección argentina de este deporte, y la dinastía continuó con el propio Diego y sus hermanos, Sebastián (32 años) y Pablo (26). Sus primeros pasos, mucho antes del reconocimiento que hoy tiene en Europa, estuvieron en la Sociedad Alemana de Villa Ballester, para luego pasar por Brasil (Sao Caetano) y España (Club Balonmano Torrevieja), antes de llegar a Francia (antes de Montpellier estuvo en Ivry). El camino no siempre fue sencillo, a tal punto que estuvo cerca de dejar todo en más de una ocasión por diferentes razones. De los golpes se aprende, y el Chino le hace honor a esta premisa.

–Tu familia estuvo muy ligada al handball. ¿Siempre tuviste pasión por este deporte?

–Cuando era chico jugaba a un montón de cosas: handball, fútbol, voley, hasta hacía natación. Pero a los 15 años, cuando me llamaron a la selección de Buenos Aires decidí meterme de lleno en esto. Los fines de semana no podía jugar al fútbol a la mañana, al handball a la tarde y al baby fútbol a la noche porque no me daba el cuerpo. Era una especie de maratón y terminaba liquidado. Me quedé con el handball, no sé si hubiera llegado tan lejos con el fútbol (risas).

–¿Por qué terminaste inclinándote por el handball y no por el fútbol?

–Creo que era lo que más me divertía, lo que más disfrutaba. Tenía más amigos en el handball. Tuve la oportunidad de probarme en Vélez, pero prioricé tener cerca a los amigos. Además, en el fútbol había más competencia, no tanta amistad, y eso no me gustaba demasiado. Encontré mi lugar en el handball.

–Decís que de chico lo disfrutabas de jugar al handball. ¿Seguís teniendo esta misma sensación cuando entrás a jugar un partido ahora de grande?

–La verdad que sí. Obviamente que entrenarme todos los días en doble turno no es tanto disfrute, pero en los partidos sí. Es un trabajo más: invierto el tiempo en el que estoy en casa para descansar y para comer bien. No es como antes, que tal vez me entrenaba los viernes y los sábados y me iba a comer un asado con amigos. Se convirtió en un trabajo, pero en un lindo trabajo. Hago lo que más me gusta. Sé que no va a durar toda la vida, así que trato de disfrutarlo al máximo.

–Te fuiste muy de chico de Argentina...

–Ahora se cumplen once años que estoy viviendo afuera. Apenas terminé el colegio me fui a jugar a Brasil. Al principio fue durísimo. Estaba cerca, pero parecía lejísimos. Estaba sólo, no entendía nada de portugués. Pasé de estar recontra mimado por mis viejos a tener que cocinarme, limpiar, ordenar, y después entrenarme y jugar. De golpe tenía una vida de adulto. Eso me hizo crecer muchísimo. Poco a poco me fui acostumbrando, pero al principio pensé en dejar de jugar.

–¿Llegó a ese límite?

–Sí y en más de una oportunidad. Hay momentos en los que tal vez no jugás o en los que las cosas te salen mal y sentís que no estás a nivel. En 2010, antes del Mundial de Suecia, estaba con muchas lesiones, lejos de casa, y cuando jugaba lo hacía sin confianza. Ahí estaba en España con mi hermano, pero sólo entraba al partido para hacer una jugada determinada en el último minuto, y nada más. Mientras a mí me pasaba eso veía que en Argentina mis amigos salían de joda, que estaban todo el día juntos, y que gran parte de mi familia también estaba lejos... Pero los buenos consejos de mis papás y de mis hermanos ayudaron a seguir.

–¿Hubo alguien que te haya marcado en esos momentos de dudas?

–Mi hermano Sebastián. Cuando me fui a jugar a Brasil yo tenía 17 años y él ya estaba jugando en España y en la Selección. Recién empezaba y quería ser como él. Pasé un año y medio allá, pero después me fui a entrenarme a Europa con él. El entrenador me vio y le dijo a Seba que me convenciera para quedarme. Así empecé en España, como el pichichi del equipo. Iba a entrenarme con él, me cuidaba en todo momento. Parecía mi viejo (risas). Siempre traté de imitarlo dentro de la cancha. Fue mi inspiración. Aparte veía que se llevaba bien con todos sus compañeros, que dentro de la cancha era un líder... Eso quería y quiero ser yo.

La vida de Diego acaba de dar un vuelco, uno de los buenos: además del título en la Liga de Campeones de Europa, el Chino anunció que junto a su novia serán padres por primera vez. “Hace cuatro años que estoy saliendo con Sol (Dillon). La conocí por amigos de amigos. Nos veíamos en las vacaciones, pero una vuelta se vino a Montpellier y ahí empezó todo. Ahora estamos muy contentos por la noticia de que vamos a tener un hijo, es otro sueño cumplido”, cuenta. Desde hace cinco años Francia se convirtió en el nuevo lugar en el mundo para ambos, que pronto serán tres. “Algunos me reconocen por la calle, la gente acá es muy respetuosa”, comenta. Allí, también, el handball se vive de una manera muy diferente a la de Argentina. “Acá es el tercer deporte en importancia detrás del fútbol y el rugby”, sostiene.

–¿Por qué creés que hay tanta diferencia con lo que sucede Argentina?

–Es que acá se le da mucha bola a todos los deportes, no sólo al handball. La cultura es más abierta, no es fútbol y más fútbol. El gobierno ayuda muchísimo a todos los deportes. Eso es lo principal. En Argentina pasa muchísimo más inadvertido, salvo cuando se juega un Mundial o un Juego Olímpico. Ojalá algún día podamos mejorar y que sea un deporte semi profesional. Sería un gran logro. Acá, en Francia, se puede vivir siendo jugador profesional de handball. En Argentina es amateur, vos pagás si querés jugar, no hay ninguno que sea profesional. Hay veces que le cuento todo esto a mis compañeros en el Montpellier y me miran asombrados, no lo pueden entender.

–¿Se puede cambiar esta realidad?

–Es que hay muchas cosas para cambiar... Hay que hacer que la Liga sea nacional y semi profesional, que haya más promoción y difusión. Necesitamos un “loco” que invierta en el deporte, como (Marcelo) Tinelli hizo con el vóley en su momento.

Por lo pronto, el Chino no se queda quieto. Además del handball y la pintura, el jugador de los Gladiadores no dejó de lado los estudios. “Cuando terminé el colegio empecé la facultad, pero al toque me llegó la propuesta de Brasil, así que me fui. Cuando me lesioné la rodilla empecé a estudiar Gestión Deportiva a la distancia en la Universidad Blas Pascal, y por suerte ya la terminé. Es una diplomatura, no una carrera, pero estoy muy contento de haber estudiado eso”, reflexiona.

A su sacrificio y talento, el Chino le sumó reconocimiento mundial tras la final en Alemania y ya ocupa un lugar privilegiado en la elite de deportistas argentinos. No es poco.