El patriarca del cine latinoamericano, Fernando Birri, fallecido el 28 de diciembre del año pasado, es motivo de un sentido homenaje en el nuevo largometraje de la cineasta y antropóloga Carmen Guarini, Ata tu arado a una estrella, que se estrenará el jueves 2 de agosto. Rodado en vida del director de films esenciales del cine del Cono Sur, como el corto Tire dié y el largometraje Los inundados, Ata tu arado... cuenta con un invalorable material de archivo ya que parte de una cinta que en 1997 Guarini comenzó a grabar, mientras Birri rodaba un documental a propósito del 30° aniversario de la muerte del Che. Ernesto Sabato, Eduardo Galeano, León Ferrari y Osvaldo Bayer fueron convocados por Birri, quien además se adentró en pueblos y aldeas siempre con la misma pregunta: ¿Perviven las utopías? La película definitiva de Guarini se completa con visitas a Cuba y a Roma, donde Birri estudió, así como con entrevistas cuando ya la enfermedad lo tenía refugiado en su casa, en sus últimos tiempos de vida.

En diálogo con PáginaI12, Guarini cuenta qué la motivó a filmar esas imágenes de 1997, donde se nota a un Birri tan vital como auténtico, alegre, comprometido y apasionado, que contrasta bastante con las últimas tomas del documental, donde la directora dialoga con el realizador en 2017, cuando ya se lo veía un tanto apagado, pero siempre dispuesto a dejar testimonio a pesar de sus 91 años. “En 1997, Fernando venía a filmar en la Argentina después de mucho tiempo. A mí me interesaba la idea loca de cómo iba a filmar la utopía. Me parecía que era algo especial, porque es un concepto tan abstracto...”, cuenta Guarini. “Además, siempre estuve muy atrapada por la figura de Fernando, por más que algunos me decían ‘Fernando se autoconstruye, es performático’, pero a mí me pareció que aun en ese histrionismo era una persona muy auténtica. Me conmovía su poesía, su poética, su forma de expresarse, sus grandes obras que fueron sus dos escuelas. Siempre me pareció que era un tipo que tenía claro su objetivo en la vida”, agrega. “Birri construía espacios de creatividad para que otros pudieran nutrirse”. Comenzó a seguirlo con ese rodaje hace veinte años y hoy ese material se enriquece con la sabiduría que aporta el tiempo.  

–¿Por aquella época usted no pensaba que se iba a demorar tanto su película?

–Yo la inicié sin ningún tipo de apoyo ni nada. No sé cuán consciente tenía la idea de cuándo terminarla porque en esa época la película no tenía ningún tipo de financiamiento. No por nada, después hice Meykinof que, de alguna manera, yo las emparento porque en Meykinof pude plasmar cosas que salí a buscar en esta película (que en ese momento se llamaba Compañero Birri), como esta cosa de salir detrás de un creador. Y a partir de una idea que el creador establecía, trataba de empezar a descubrirla y ponerla en imágenes. Me interesa mucho cómo filmar lo abstracto, el pensamiento. Por ahí, no es la tarea más sencilla, pero por lo menos es la que más me motiva. 

–Es de suponer que esta nueva película es diferente a la que pensó en un principio. ¿Es así?

–Sí, en ese inicio yo había hecho ese registro y le intercalaba algunas entrevistas, más material de archivo. Cuando decidí terminarla hace dos años, me pareció que esa era una fórmula que ya no me interesaba. Me parecía que daba para más, que había que salir a explorar quién era Fernando hoy, en qué estaba, qué pasaba por su cabeza, y buscar algo. Cuando fui a Roma tampoco tenía claro que iba a hacer solamente unos diálogos. En mi fantasía, tenía la idea de salir con él a la calle, ir a la escuela de cine donde estudió, buscar otros tipos de encuentros; es decir, no caer tampoco en la mera entrevista, pero su condición física no se lo permitía. Y ya me lo había anticipado en el intercambio de mails que yo también pongo en la película. Ante eso, le di una cámara de registro para que filmara algo, como para buscar un tipo de giro formal en ese diálogo. 

–¿Cuándo se produjo ese encuentro final?

–En enero de 2017. Fue muy conmovedor. Yo ya había estado el año anterior, cuando fui a mostrarle lo que ya tenía de película. La llevé en un dvd para preguntarle si él estaba de acuerdo en que la terminara. Me dijo que sí, que para él ya estaba la película. Le comenté: “No, quiero hacerle algunas otras cosas, actualizarla un poco”. Es que en ese interín fui varias veces a la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños, en Cuba. Eso realmente fue para mí una motivación importante para terminar esta película. Así que verlo en rodaje y para esta etapa fue muy conmovedor. 

–¿Qué significa estrenar esta película teniendo en cuenta que Birri ya no está?

–A pesar de que no tuvo la intención de ser un homenaje, creo que lo es más allá de lo que yo piense. Pero también más allá del homenaje, defiendo la idea de que es también una reflexión mía sobre la utopía a través de Fernando, de buscar esa línea de pensamiento hoy que justamente más lo necesitamos. Estamos en un momento muy crítico tanto en nuestro país como en el mundo, pero hablando de la propia aldea es un momento en que nos gana mucho la desesperanza. Y creo que, de alguna manera, esta película cae en un momento justo. Por eso, yo también quería hacerla ahora porque me parecía que era el momento de seguir hablando de las utopías. Insistir en eso y como decía Fernando: resistir sobre nuestras ideas.

–¿Las cosas que se preguntaba Birri cobran vigencia en esta Argentina gobernada por la derecha?

–Totalmente, pero creo que son, además, vigentes en el tiempo y por mucho tiempo. Ahora cobran un sentido particular. Y en otro momento de nuestra historia pueden cobrar otro, pero la utopía es realmente un norte en la vida. El norte son los proyectos que tenemos y los que tenemos como país que, sin duda, no es éste. Por lo menos, yo no quiero un proyecto de país como éste, el que estamos atravesando actualmente. Lo más interesante de la película es algo que alguien me decía: una redefinición de la utopía a partir de hablar de la resistencia. 

–No deja de ser simbólico que Birri haya pensado ese documental en el que se preguntaba por las utopías, en 1997; es decir, en pleno menemismo...

–Exactamente. Bueno, era una etapa en la que se hablaba del fin de la historia: Fukuyama y toda esa perorata fue barrida por supuesto por el viento de la historia. Por suerte, en América latina tuvimos al menos un momento de transición interesante cuando creímos que las cosas podían cambiar de manera pacífica hacia una nueva forma de vida para los pueblos de la región. Lamentablemente, fuimos un poco ingenuos. 

–¿Usted considera que Birri fue el fundador del cine político argentino?

–Hablar de cine político... Me parece que hay otros antecedentes, pero es uno de los que instaló de manera sistemática la idea de un cine social, crítico y realista, como decía él en su primer manifiesto. Entonces, si a eso le quiere llamar político, bueno. Pero a veces la palabra “política” reduce mucho las ideas. 

–No es en referencia a lo partidario.

–No, lo sé, pero ciertos conceptos, a veces, te limitan una posibilidad porque si bien el cine de Fernando, sobre todo esa primera época, era muy político, no era partidario. Era un cine social. De hecho, a la primera película, Tire dié se la llamó “La primera encuesta social filmada”. Y lo mismo pasa con Los inundados, que es un cine social, obviamente con un contenido y una mirada política muy profunda. Pero tampoco sé si podemos encasillarlo en un cine político. 

–¿Hay un legado de Birri en la actualidad teniendo en cuenta que creó la primera escuela de cine de América latina?

–Creo que la genialidad de Fernando fue que cuando viajó a Roma a estudiar el neorrealismo italiano, fue con la misión autoimpuesta de que luego quería traer esos conocimientos, brindarlos y abrir un espacio a partir de ese cine en América latina. No sé si él tenía la idea de una escuela, pero fue el primero que pensó en sistematizar un conocimiento y una experiencia porque el cine es sobre todo experiencia. La transmisión del conocimiento del cine es a través de la experiencia. Y él fundó ese primer taller y, además, lo hizo en una universidad pública, en la que muchos de nosotros hemos caído (risas). Eso es para mí la genialidad: que el tipo lo hizo en un momento en que fue uno de los primeros. No sé si había escuelas previas en el mundo. Tal vez en la Unión Soviética y, por supuesto, en Europa, pero en América latina no existían. Luego tuvo la genialidad de decir: “Vamos a hacer una escuela de los tres mundos”. 

–¿Qué impronta dejó Birri en la Escuela Internacional de Cine y TV de San Antonio de los Baños?

–Primero, haber abierto ese espacio tan utópico, un lugar donde la utopía puede tener un destino. Y lo tiene a través de reunir jóvenes de los más diversos países de los Tres Mundos: principalmente son de América latina pero no solamente porque hay estudiantes que vienen de Africa, de Asia e incluso hay estudiantes que vienen de países desarrollados de Europa y Australia. De alguna manera, esa escuela empezó a tornarse como un foco de atención y atracción para muchos jóvenes que buscan no solamente la experiencia de cine en un espacio contenedor con un ritmo particular sino también para vivir una experiencia en un país tan particular como es Cuba, con una sociedad tan especial, amable, tan caribeña. Entonces, la impronta que Birri le dio fue idear la posibilidad de una escuela en un lugar así, en un país donde parecía que eso no podía ser posible. Y él lo hizo posible, junto con Gabriel García Márquez, Tomás Gutiérrez Alea, el mismo Fidel Castro, con quienes pergeñaron ese lugar. Y ese lugar ya tiene tres décadas de seguir formando generaciones, pese a todas las dificultades que ha tenido esa sociedad y ese país. 

–¿Encuentra marcas de Birri   en el nuevo cine latinoamericano?

–Es que él ya no hablaba del nuevo cine latinoamericano. Es un momento de la historia del cine en la región, que tuvo sus propias improntas. Hoy todo eso ha estallado y por suerte en muchas direcciones tanto temáticas como formales. Eso es lo interesante: que todo se transforme. Uno ve que hay marcas que, sin buscarlas, están allí, en esa posibilidad creativa que los jóvenes, sobre todo los que salen de la escuela de Cuba empiezan a construir a partir de distintas experiencias desde distintos lugares. No nos olvidemos que Birri hizo Org, una película experimental, extrañísima. La hizo casi en soledad, con dos o tres colaboradores. Se encerró diez años, hizo esa película y ¿quién iba pensar una película así desde Argentina? Era imposible pensarla tal vez desde aquí. Y era imposible también desde América latina, en general. Pero hubo todo un estallido de creatividad muy interesante que no se emparentaba más que con un cine constructivista como el alemán. También tomó cosas del cine soviético. Fue algo diferente, pero al mismo tiempo le metió la pasión, cosas del cine italiano. Hay toda una mezcla muy interesante y ahí hay cosas en potencia. Y él después trató de aplicarlas también en la Escuela de San Antonio de los Baños porque la escuela de Cuba era un lugar de experimentación todo el tiempo. Y hoy lo sigue siendo. 

–¿El cine de Birri es, como suele decirse, transformador de conciencia?

–Bueno, sí, él buscaba llegar al espectador, conmoverlo y moverlo intelectualmente también. El fue muy consciente de eso. 

–¿Por qué usted sostiene que Birri es una figura inclasificable?         

–Por todo lo que hizo. Es un hombre que nunca se quedó en un sólo lugar. A pesar de que tenía un mundo muy organizado, se permitió muchísimas libertades, en situaciones de cierto encorsetamiento. Fue un hombre muy libre en ese sentido.

–Para usted, ¿por qué perviven las utopías?

–Porque son necesarias para la vida. La utopía es proyecto y sin proyecto no hay vida.