Secretos ocultos

Marrowbone

España, 2017

Dirección y guión: Sergio G. Sánchez.

Fotografía: Xavi Giménez.

Música: Fernando Velázquez.

Montaje: Elena Ruiz.

Reparto: George MacKay, Anya Taylor-Joy, Charlie Heaton, Mia Goth.

Duración: 100 minutos.

Distribuidora: Digicine.

Salas: Hoyts, Showcase, Village.

5 (cinco) puntos.

 

Desde lo inmediato, Secretos ocultos ofrece elementos suficientes como para seducir en su misterio. En principio, gracias al título original: Marrowbone. En ese nombre descansa tanto la identificación del pueblito donde se ubica la casona rural avejentada, presa de su abandono, como la raíz familiar de quienes la habitarán. Hacia allí se dirigirá la familia –mamá y sus cuatro hijos- tras abandonar Inglaterra y una figura paterna que les ha signado una convivencia atroz. ¿Qué ha sucedido? ¿Qué es lo que se pretende olvidar?

De este modo, el caserón caído en el olvido, remedo de un tiempo pasado, surge en su filiación cinéfila junto a otros como “Tara”, la plantación de Scarlett O’Hara en Lo que el viento se llevó; “Manderley”, donde Joan Fontaine habrá de lidiar con el fantasma de Rebecca, una mujer inolvidable, de Alfred Hitchcock; Manderlay, nombre de plantación esclavista y secuela de la no menos irascible Dogville, de Lars von Trier; así como la mansión sugestiva de (la obra maestra) Posesión satánica, a la que el inglés Jack Clayton hace ingresar a Deborah Kerr, mientras invoca los espectros de Henry James. Así, la casa roída de Marrowbone se sitúa en un diálogo que tiene atractivo ganado, porque esas casonas vetustas siempre esconden algo, así como la de Norman Bates, quieta en el tiempo y a la vera de la ruta, algo que supo ver el pintor Edward Hopper en su House by the Railroad.

Además, el film del español Sergio Sánchez (guionista de El orfanato y Lo imposible) logra un cometido notable. La acción se sitúa en 1969, pero costará darse cuenta del contexto, dado lo estacionario de sus protagonistas, como si hubiesen decidido quedar al amparo atemporal de esas paredes de madera quebradiza. Sobre el afuera y lo que allí sucede, la película ofrecerá pocos elementos, y sólo cuando Jack (George MacKay) realice algunos de sus viajes obligados al exterior, del que tendrá que obtener los víveres suficientes para él y sus hermanos.

Ahora bien, antes de llegar allí, hay otro aspecto que es también relevante. Tiene que ver con el inicio del relato, con el librito ilustrado en donde Jack –presumiblemente- ha ido graficando los diferentes momentos de la vida familiar. Las páginas suceden mientras él las relee, para que el film comience su andadura como un cuento de hadas, porque la luz cálida así lo amerita. Hasta que los miedos amenazan, (re)aparecen, y el gris plomizo tiende su manto de amargura. Ese momento tendrá que ver con el fallecimiento de la madre y la tarea que Jack habrá de sobrellevar: disimular la muerte de mamá, cuidar de sus hermanos pequeños, enfrentar al fantasma de papá, y lograr la mayoría de edad.

 

El trabajo de Sánchez propone un misterio atrapante al principio, que luego parece quedar a medio camino.

 

A simple vista, entonces, ¿qué es lo que puede salir mal? Lo que sale “mal” –si se permite tamaña expresión- es que el film no se hunde en el drama que propone. No es capaz de sentir la hendidura mental que dice construir. No deja que sea el malestar depresivo el que se adueñe de él, para que le haga mella. Y esto sucede porque, se intuye, está pendiente de ser claramente legible, fácilmente deducible, a la vez que atento con la signatura que rubrica a tanto cine parecido y “for export”. De manera similar, puede pensarse en una película como la hispano-argentina Nieve negra, cuyo dilema tortuoso no es más que una guinda de pastel que adorna. Nada de trauma fílmico. El “for export”, desde ya, se condice en la intención de lograr cabida en el mercado foráneo, algo que Secretos ocultos lleva adelante con pericia, desde su ambientación e idioma: está hablada en inglés, con intérpretes extranjeros, y filmada íntegramente en España.

En verdad, nada de lo dicho debiera inquietar, el cine español tiene cantidad de ejemplos en donde Estados Unidos es cartel de ingreso al drama, mientras la tierra de locación es otra (la relación con la local Extraña invasión, en donde Emilio Vieyra convierte la ciudad de El Palomar en EE.UU. –con protagónico de Richard Conte-, es oportuna), pero lo que no aparece es la asunción del pleito psíquico, moral, aterrador. Hay mucha promesa al respecto, con situaciones que amenazan en devenir terribles. Pero esto es algo que se desvanecerá en su mismo propósito, con resoluciones que guardan efectismo –y virtud técnica, no se puede negar- pero que no se atreven a cometer algún gesto que disguste y se ajuste mejor a la herrumbre psíquica que se persigue.

Hay que reconocer que el film de Sergio Sánchez –un film de horror contenido, que no duele- en ningún momento miente al espectador, sino que lo lleva por una sinuosidad que luego tendrá explicación coherente. (Recurso patentado sintomáticamente, si bien lejos de ser el primero, por Sexto sentido). Ahora bien, los sustos por medio de los cuales alambrar el recorrido no terminan de satisfacer, tan empeñado como está el film en tener cuño similar al de otras producciones norteamericanas. Hacia allí, entonces, el interés: por eso la relación triangular entre Jack, Allie (Anna Taylor-Joy) y Tom (Kyle Soller). Allie es la vecina amiga y bibliotecaria, también amor de Jack. Tom, en tanto, es el joven a punto de triunfar en Nueva York, encargado de validar la propiedad donde vive la familia maldita.

En suma, se trata de recrear un micromundo “americano”, y si bien el cometido ha sido parcialmente conseguido –desde el empecinamiento por el éxito y la cruel verdad dictaminada por el dinero: esa carrera meritocrática de la que es víctima la propia película-, lo cierto es que el film extraña algún misterio más acorde con su fisonomía, de terruño español pero sin embargo marginado. Al respecto, tan atractiva es la historia del cine de terror español, que mejor sería pensar en títulos de directores como José Luis Merino o Amando de Ossorio para encontrar, allí sí, ese malestar oriundo y para nada impostado, aun cuando esas películas (algunas ridículas, qué duda) no poseían, las más de las veces, el cuidado técnico y meticuloso que sí sabe exhibir Secretos ocultos.