En lo que va del siglo, el discurso de la crítica académica viene señalando en la literatura argentina un retorno del realismo.

Todos estos términos merecen revisarse; la literatura como práctica, el realismo entre la invención y la mímesis, el retorno de algo que seguramente nunca se fue, y el gentilicio “argentina” para un corpus de obras que fueron escritas y publicadas por abrumadora mayoría en la ciudad de Buenos Aires, con una excepción: las de Juan José Saer, que nació en la provincia de Santa Fe y murió en París. 

No se sabe si existe un nuevo realismo pero se lee un nuevo gusto, favorable a realismos descriptivos.

Sandra Contreras es doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA), es investigadora independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y dirige el Doctorado en Literatura y Estudios Críticos de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. En la UNR también se desempeña como docente de literatura argentina. Fue una de las editoras del sello Beatriz Viterbo, que entre otras firmas publicó en Rosario muchas “novelitas” (así las llama su autor) de César Aira. Y hasta tiene el raro honor de existir en la ficción como personaje de una de ellas, Los misterios de Rosario, la novela “rosarina” de Aira.

Contreras tomó parte activa en tales “Discusiones sobre el realismo en la narrativa argentina contemporánea”, que justamente así se titula el ensayo que abre la recopilación de sus ensayos reunidos, publicada este año en Buenos Aires por Nube Negra bajo el título de En torno al realismo y otros ensayos. Muy éticamente, la autora comienza por nombrar a sus interlocutores en aquel debate: “centralmente”, Martín Kohan, Graciela Speranza, Nora Avaro y Analía Capdevila.

Kohan fue quien cuestionó la idea de retorno y atribuyó la discontinuidad en el realismo más a las lecturas que a las obras. Speranza escribió el ensayo-manifiesto “Por un realismo idiota”. Nora Avaro publicó el año pasado su recopilación de ensayos La enumeración, por la misma editorial. Uno trata de la novela-ladrillo póstuma que asomó en el borde final del siglo veinte y puso en el centro del canon contemporáneo al realismo de singularidades extraordinarias versus el de tipos promedio: El traductor, de Salvador Benesdra. Al correr de las páginas de Contreras se intuye que la crítica (tanto la persona como la disciplina) se ha hartado de derrapes hacia lo inverosímil y otros ejercicios posmodernos. Ni Aira ni Cucurto (seudónimo de Santiago Vega) gozan ya del interés que suscitaron. No se sabe si en realidad existe un nuevo realismo pero lo que se lee es un nuevo gusto, favorable a realismos descriptivos (antes que narrativos) afines al esplín de la poesía objetivista o a la prosa fenomenológica de Juan José Saer. Eduardo Muslip y Jorge Consiglio son dos de los autores que Contreras toma muy en cuenta. La fineza con que Contreras decide inclusiones a partir de sus herramientas y marcos teóricos excede el espacio de una reseña. Por nombrar sólo algo, una tensión es la que se plantea entre la representación como espejo (actualizada bajo la inclusión de representaciones mediadas en la novela) y la invención de un mundo a través del lenguaje. Aparece como tema del realismo, a partir de sus lecturas de Saer, la idea de “lo real” en su crasa inmediatez, más que una “realidad” atravesada por mediaciones y que constituye ya en sí una forma tácita de la ficción. En el descriptivismo minimalista de Muslip encuentra Contreras la posibilidad de la representación de una realidad sin sentido, sin necesidad de que este sinsentido teja un desvío hacia lo absurdo.

Del documentalismo de mucha narrativa contemporánea tratan otras intervenciones de Contreras que en cierta medida lo prefiguraban. Si en el realismo es insoslayable el referente, necesariamente lo es el punto de vista ideológico desde donde se representa el mundo, lo que lleva a la cuestión de los límites de la política. Un ensayo que opera a modo de introducción, “Derivas rancerianas hacia lo real” culmina con esta cita de “Políticas de la estética” de Jacques Rancière: “Pero la paradoja de nuestro presente es tal vez que este arte inseguro de su política sea llamado a una mayor intervención por el déficit mismo de la política propiamente dicha. Todo sucede, en efecto, como si el estrechamiento del espacio público y la desaparición de la imaginación política en la era del consenso les dieran a las mini manifestaciones de los artistas, a sus colecciones de objetos y rastros, a sus dispositivos de interacción, provocaciones in situ y demás, una función de política sustitutiva. Saber si estos ‘sustitutos’ pueden recomponer espacios políticos o si deben contentarse con parodiarlos es seguramente una de las cuestiones del presente”.