Carlos Robledo Puch mató a once personas mientras dormían o por la espalda, entre 1971 y 1972. Apodado el “Angel Negro” o el “Angel de la Muerte” por los medios de la época, fue hallado culpable por diez homicidios calificados, un homicidio simple, una tentativa de homicidio, diecisiete robos y cómplice de una violación, entre otros cargos. Fue detenido el 4 de febrero de 1972, cuando tenía veinte años, luego juzgado y condenado en 1980 a reclusión perpetua por tiempo indeterminado, la pena máxima en Argentina. Sus últimas palabras ante el tribunal de la Sala 1º de la Cámara de Apelaciones de San Isidro fueron: “Esto fue un circo romano y una farsa. Estoy condenado y prejuzgado de antemano”. El asesino más famoso y, a su vez, el preso más antiguo de la historia penal argentina está en la cárcel desde 1972. El periodista Rodolfo Palacios escribió El ángel negro, una de las biografías más destacadas de Robledo Puch. Cuando el cineasta Luis Ortega –director de la serie televisiva Historia de un clan, también sobre asesinos históricos de la Argentina, como los Puccio–, leyó el libro de Palacios decidió realizar una ficción sobre Robledo Puch. El film se titula El Angel y si bien Palacios es el coguionista (los otros son el propio Ortega y Sergio Olguín), este largometraje de Ortega no es una adaptación sino que la biografía funcionó libremente como inspiradora. Tras su première mundial en la sección Una cierta mirada de la última edición del Festival de Cannes, celebrado en mayo, El Angel tendrá su estreno comercial en la Argentina el jueves 9 de agosto. 

Uno de los grandes aciertos de Ortega fue la elección de “Carlitos”. Se trata de Lorenzo Ferro, hijo del actor Rafael Ferro. Lorenzo, alias “Toto”, nunca había actuado ni estudiado teatro, pero su mirada, tan cautivante como perturbadora, fue una de las claves que Ortega encontró en este joven de 19 años. En la ficción ambientada en la década del ‘70, Carlitos proviene de una familia típica de clase media (Cecilia Roth y Luis Gnecco interpretan a sus padres), y comienza robando para los amigos. Cuando empieza a derribar personas con sus armas ya no cae tan simpático. El film le otorga un espacio preponderante a la relación con su amigo Ramón (Chino Darín) y sus padres (Daniel Fanego y Mercedes Morán) que lo llevan por el camino del delito. Como es difícil construir suspenso en una historia que se sabe cómo termina, Ortega introdujo a Miguel, el personaje que interpreta Peter Lanzani, un delincuente que competirá, de algún modo, con Carlitos por un botín muy preciado. “Escuché hablar de Robledo Puch cuando me dijeron que estaba el casting, antes yo no sabía de él, ni ninguno de mis amigos. Había oído hablar del clan Puccio porque fue una época más avanzada y, entonces, una gente cercana que conocí tuvo contacto con ellos, pero con Carlos Robledo Puch, no”, dice Ferro en la entrevista con PáginaI12.

–¿Cómo llegó a quedar como el elegido?

–Hubo como mil chicos. Yo fui el primero. Mi papá (el actor Rafael Ferro) me avisó que había un casting en Underground. Vieron ese casting los hermanos de Luis Ortega y el propio Luis. A Luis le llamó la atención y me volvió a llamar. Tuve que hacer un casting personal, yo solo con él y la cámara. Después, me invitó a la casa, me contó de qué iba el personaje. Me dijo que le atraía mucho mi perspectiva, que tenía muchas ganas de que yo fuera el protagonista. Me mandó el guion y me dijo: “Ahora, queda convencer a los productores”. Eso llevó cinco casting más. O sea que fueron siete casting. Nunca había actuado.

–¿Le generó una presión o un entusiasmo saber que iba a ser la cara de la película? Porque sobre su rostro se sostiene toda la ficción.

–La primera parte fue presión porque era todo lo que no se sabía y todo lo que había que investigar sobre el personaje. Entonces, todo eso fue presión. Una vez que vi la película me generó entusiasmo. Una vez que estaba hecho, digamos. Pero antes era presión porque es una película muy grande y estoy en casi todas las escenas. 

–¿Cómo vivió el debut actoral con una película de la que se habló mucho y de la que se va a hablar mucho?

–Es medio como una irrealidad porque a muy poca gente le pasa y no creo  ni que a mí me vuelva a pasar esto: de trabajar con un elenco tan espectacular, con un director tan bueno. Ojalá me vuelva a suceder y pueda trabajar nuevamente con Luis, pero es como debutar en el Barcelona. 

–¿Cómo fue la experiencia de haber participado en el Festival de Cannes?

–Estuvo buenísimo porque fuimos con todo el equipo de la productora. Eramos una banda de diez, nos cagábamos de risa y presentar la película ahí, siendo un festival tan prestigioso, agregaría que debuté en el Barcelona y fui a la Champions League (risas).

–Todo junto.

–Sí.

–¿Leyó el libro El ángel negro, de Rodolfo Palacios, para tener información sobre el personaje?

–Sí, lo leí, pero después con Luis nos fuimos dando cuenta de que el Carlos Robledo Puch que se muestra en El ángel negro no es el Carlitos de El Angel. Entonces, no había que basarse tanto en la biografía sino a partir de las cosas que había imaginado Luis; había que trabajar con eso más que con el libro. Más con el guion que con el texto. 

–¿Qué diferencias destacaría entre uno y otro?

–A Carlitos en la película se lo muestra como más inocente y la verdad es que yo no sé cómo era él. Se decía que violaba y todas esas cosas que en la película no se muestran. Leyendo el libro no pude terminar de entender a Carlos Robledo Puch. Ni los psicólogos lo entendieron. Pero yo creo que este Carlitos es el lado blanco del Yin y el otro es el lado negro. 

–¿Se documentó de los gustos y las costumbres de los ‘70, algo que aparece todo el tiempo en la película?

–Me documenté más que nada viendo cine internacional de los ‘70, como las películas de Scorsese; Badlands, de Terrence Malick; algunas incluso de los ‘50 0 ‘60, pero que me daban una idea más cercana. Igual, para mí uno de los mejores cines es el de esa época. En un momento vi la serie That ‘70s Show, aunque no me sirvió mucho, sólo la vi para ver los looks y decirle a Luis: “Este look está bueno”, pero no tenía nada que ver con la película. 

–¿Cómo fue el trabajo de construcción del personaje?

–Fue con Luis y con Alejandro Catalán, que era mi entrenador. Primero era en la casa de Luis. Leíamos el guion, Luis filmaba, Alejandro me tiraba la letra, yo le respondía. O bailábamos. Hacíamos una escena en el baño, otra en la terraza, otra robando en la biblioteca de Luis. Como era todo en la casa de Luis, era todo muy crudo, como si fuera una película de bajo presupuesto. Después, pasamos al estudio de Alejandro Catalán, que tiene cerca de la casa de Luis y nos pusimos a ensayar tres veces por semana con alguien que me hacía del personaje del Chino Darín, y Alejandro Catalán metía magia entre todos los ensayos. Y gracias a eso, el personaje puedo llegar a punto caramelo. También gracias a Luis y a mí, fue en conjunto. Al mismo tiempo y, en paralelo, tenía que aprender a tocar el piano, andar en moto y en auto. O sea que tuve que sacar el registro y aprender a tocar el himno. Yo había aprendido a manejar, pero llegaba y tenía que manejar esos autos de los ‘70 que tienen la palanca en el medio y era complicado. Las escenas que decían: “Maneja el Chino”, yo estaba tipo “¡Vaaamos loco!”. Después, cuando decían que tenía que manejar yo, decía: “Uhhh” (risas).

–Eso en cuanto a las escenas. Y en relación a la psicología del personaje, ¿cómo fue? Dice mucho con la mirada...

–Sí, a Luis le interesó bastante mi mirada. Y el personaje dice mucho con ella. Podés tener que decir un montón de cosas con un texto grande, y si   tenés lo ojos dormidos no vas a estar diciendo mucho. Por el contrario, podés decir dos palabras y los ojos son como un arma mortal. Yo creo que en los ojos es donde está la verdad de cada uno. 

–¿Cómo trabajaron el suspenso de una historia que se conoce su final?

–Obviamente, el final se conoce pero el suspenso de la historia es la relación entre Carlitos y Ramón. Eso es lo que hace la película. Ahí está el suspenso más que en el final. Aparte hay un montón de películas basadas en hechos reales que ya se sabe el final, pero el juego del director consiste en agregarle un suspenso aparte, que no sea el que lo van a atrapar al final porque eso ya lo saben todos. Me parece que el suspenso va más por el lado del romance entre Carlitos y Ramón. 

–En ese sentido, la película sugiere pero no explicita la supuesta homosexualidad de Carlitos. ¿Cree que esta fue una elección porque aquellos eran tiempos de represión?

–Obviamente, eran tiempos de represión, pero él está conociendo el mundo, está probando. Al mismo, tiempo es “un ángel” y los ángeles no tienen la sexualidad definida. Cuando tenés un hermano grande, querés seguirlo a todos lados, hacerlo todo lo que él hace. Tiene ese amor por Ramón y quizá se le viene alguna idea más sexual. Entonces, es como un amor que no se puede encasillar tan fácil. No es como en la película Llámame por tu nombre, que son gays. 

–Un poco el personaje rompe el estereotipo de un asesino. En su momento, los medios le dieron como un aura angelical a su figura y lo alejaron del monstruo que suelen construir en estos casos. ¿Por qué cree que se dio esta situación?

–Porque él era un pibe de Olivos, de clase media, rubio con rulos, fachero. Hoy en día también se tiene la idea de que el ladrón es el pibe que tiene una gorra en la calle y tiene la piel más oscura. Y quizá el ladrón es el que tiene el traje más caro y está trabajando en la Casa Rosada. Quizá es más peligrosa la policía que el chaboncito de gorra. Hay como toda una idea del delincuente que ya está sectorizado en una cara o en una zona. Ver a todos esos delincuentes con caras raras y luego a este chabón que parecía salido de una serie de Cris Morena de los ‘70 fue también impactante, como si fuera un rockstar. 

–¿Cómo cree que será recibida esa fascinación que tiene Luis Ortega por la delincuencia? Porque ésta es la historia de un asesino pero que prácticamente no tiene violencia...

–Sí, es más una película de amor que de violencia. Yo creo que va a ser bien recibida; todos tenemos dentro como una fascinación por la delincuencia. Siento yo que porque es algo que no podemos cumplir. Siempre admiramos a los personajes malos de alguna película, como el Guasón. Más allá de que están bien actuados, uno va a ver al cine lo que nunca va a poder hacer en su vida. Entonces, eso lo tranquiliza un poco más. Si no tuvieran cine, quizás lo estarían haciendo y estarían presos. Así que por suerte está el cine para imaginarse lo que sería uno delinquiendo. 

–¿Cree que fue un acierto de Ortega no manchar de sangre la pantalla y elegir más bien el fuera de campo?

–Sí, en un punto casi todo lo que hace Luis es un acierto porque es lo que quiere y de lo que está seguro. Y la verdad yo prefiero la historia de amor-delincuente que la típica historia del loco que mata a todos. 

–¿Cree que si hoy hubiera un Robledo Puch sería una estrella mediática, mucho más que lo que sucedió en los medios de su época?

–Yo creo que más que en ese momento, con todo lo del Instagram y las redes sociales. Más o menos como sucedió con Nahir Galarza, que me impactó mucho cuando lo leí el otro día. Tiene mi edad: es raro. Y él también tenía mi edad cuando entró. Entonces, es raro ponerse en ese lugar. Justo me ponía a pensar que Luis hizo una película del ángel cuando el ángel tiene sesenta y pico de años. O sea que yo quizá pueda hacer una película de Nahir Galarza cuando tenga sesenta. 

–En relación a los medios y Nahir Galarza hubo una nota que señalaba “Angelical para algunos, diabólica para otros, atractiva para la mayoría”. Hay una frivolización del drama, ¿no?

–Sí. También la prensa tiene un rol muy importante sobre las masas. Puede poner cualquier cosa. Ochenta lo van a creer, otros ochenta no, se lo van a discutir. Y es todo muy raro. Esa nota la leí y Nahir Galarza es culpable obviamente, pero siempre que veo o escucho historias así me gustaría ser la persona que estuvo ahí y sólo saber yo la historia. Pero no haber matado al hombre. Cualquier historia. Por ejemplo, Nisman: me gustaría haber sido él para saber sólo yo. Son esas cosas que nunca las va a saber nadie y que van a morir siendo suposiciones. Yo creo, porque hay cosas que se viven discutiendo, pero son sólo suposiciones. Sólo el que está sabe la verdad. 

–¿A qué atribuye esta especie de revisionismo de figuras de la delincuencia del pasado de la Argentina como los Puccio y Robledo Puch?

–Está bueno porque le da la oportunidad a mucha gente de mi edad que quizás no conocía a Carlos Robledo Puch y ahora va, ve y sabe quién es. Puede leer el libro y saber lo que pasó de verdad porque la película es más ficcional. Pero está bueno que salgan a la luz historias. Y aparte esas historias son súper entretenidas y ricas. 

–Los padres de Ramón le dicen a Carlitos: “El mundo es de los ladrones y los artistas, los demás tienen que salir a trabajar”. ¿Qué es para usted la actuación ahora que la conoció en carne propia?

–Bueno, hay actores ladrones y actores artistas. Yo trato de ser el artista pero creo que soy el ladrón (risas). 

–¿Piensa  seguir por este camino de la actuación?

–Sí, es un mundo súper hermoso, aunque el cine también es medio engañoso porque de la nada tenés un rodaje de dos meses, te hacés amigos, tenés como una familia durante dos meses, después termina y olvidate. Y no es que vas a hacer otra película con todo el mismo equipo. Es medio engañoso, hay que tener cuidado y el corazón fuerte y firme.

Lorenzo Ferro con el Chino Darín en una escena de El Angel, dirigida por Luis Ortega.