“Siempre pensé que esa historieta sólo la podía dibujar un lisiado o un hijo de puta”, le dispararon a Eduardo Maicas en una presentación colectiva de la revista SexHum®. El siempre recordaba, casi como una definición de sí mismo, la respuesta de su colega Miguel Rep: “¡él es las dos cosas!”. Porque Maicas (nadie le decía “Eduardo”) podía ser rengo y andaba con el bastón de acá para allá, pero eso no lo sentenciaba. Lo había marcado, sí, por dos factores: tenía un humor negro filosísimo y encantador y le había frustrado sus sueños infantiles de triunfar en Independiente. Se podría decir que por eso hacía humor gráfico deportivo, pero lo cierto es que hacía humor con cualquier cosa. Tenía un talento implacable y todoterreno. En épocas donde se discuten con frecuencia sobre los límites del humor, Maicas era una rareza. No dejaba de tocar ningún tema. Se reía de todo y de todos, empezando por él mismo. Si le hubieran pedido un chiste sobre su propio fallecimiento, seguramente hubiera largado una carcajada. Es fácil imaginarlo diciendo “poné que me voy al infierno porque con la pierna así es más fácil que me caiga a que suba la escalera al cielo. Poné, poné”. Siempre reía desde el cariño, desde el respeto y del lado de quien más lo necesitaba. Hacía humor negro, pero no malvado. Eso lo definía de verdad y por eso era un tipo querido como pocos en el ambiente de la historieta, el dibujo y el humor gráfico. Falleció ayer a los 67 años. Y habrá algún homenaje póstumo, pero el verdadero reconocimiento lo tuvo en vida, de lectores, de colegas y de crítica.

Entrevistarlo era difícil. Era un tipo brillante y entendía los mecanismos del humor como pocos. Pero si había que creerle, el mérito siempre era de los demás: de Carlos Trillo en Clara de noche (que durante años se publicó en la contratapa del suplemento No de este diario), de Pipi Spósito en el premiado Barrio Gris (revista Fierro), de Juan Sasturain con ¡Plop! para la tele, de sus compañeros de radio en las nominaciones al Martín Fierro, de... En lo que fuese, siempre pasaba la pelota al compañero. Y todos lo querían en su equipo, sea para armar o para terminar la jugada. Trillo solía contar que la primera vez que trabajaron juntos lo había convocado porque a él le costaba cerrar los chistes y Maicas los solucionaba en una viñeta. “Yo le cuento algo y enseguida me corta y me dice cómo termina y queda gracioso”, explicaba. En ese circuito de juego, Trillo armaba la jugada y el otro definía. Golazos a un toque y, si hacía falta, con pierna cambiada. Trillo lo sabía y le pedía más. Pero según Eduardo, el mérito era de los otros. Y en realidad enseguida quedaba claro por qué todos querían trabajar con él. Era una máquina de soltar ocurrencias, chistes, humoradas y comentarios imposibles de reproducir en el papel. Para llevarlos a imprenta y que causaran gracia hacía falta tener su talento. El sabía cómo.

Si daba una charla, sucedía lo mismo. No importaba si se trataba de un libro propio o ajeno, si era la presentación en sociedad de una revista o lo homenajeaban por su trayectoria. Había risas. Cuando el Movimiento Banda Dibujada lo reconoció en 2014 por su obra, en especial aquella dedicada a niños y jóvenes, el auditorio fue una carcajada continua.

En lo formal, se puede decir que estudió dibujo en la Escuela Panamericana de Arte, aunque no descollaba por sus caricaturas (que funcionaban muy bien y siguió haciendo hasta el último día), sino por sus guiones. Pasó por la revista Patoruzú (su primera publicación “grande”), Humo®, SexHumo®, Satiricón, Libre, Somos, Feriado Nacional, El Gráfico, Tía Vicenta, Fierro, Pitos y flautas, El ratón de Occidente, Media suela, Comic.ar, Humi, Genios, Laberintos y Billiken. Además del suplemento No de PáginaI12, publicó en los diarios La Razón, El Cronista Comercial, La Voz y La Prensa. También llevó sus tiras a la revista española El jueves y su obra fue traducida al inglés, francés, alemán, holandés y griego. Trabajó en Radio Rivadavia junto a Santo Biasatti, Jorge Guinzburg y Carlos Abrevaya. En televisión hizo Sin Red - El show de los enanos malditos, Tres tristes tigres, Peor es nada y Yo, Matías. No sólo tocaba cualquier tema, además lo hacía en cualquier medio. Usaba bastón, pero era un todoterreno.