A Lanata decididamente no le gusta que los chicos hagan cosas de grandes. Ni que opinen. Y, menos que menos, que le ganen en el rating. Unos años atrás le hizo bullyng al chico Casey que se manifestaba admirador del kirchnerismo, algo que obviamente no es para principiantes (como decía Tom Jobim de Brasil). “No tenés la más puta idea de lo que estás diciendo”, lo patoteó en uno de sus monólogos, y de paso lo mandó a Disney a curarse de su totalitarismo infantil. El que se fue a viajar por el mundo, en cambio, no fue Casey sino Mirko, que anda de gira con su padre, Marley. Lanata volvió a arre-meter, pero esta vez no fueron tanto sus dichos, que podrían considerarse atendibles, acerca de la exposición pública del menor, sino que se montó una vez más sobre su ejercicio favorito de despreciar a la gente y en los últimos meses le hizo una parodia primero con un enano y luego con un muñeco, todo bastante chabacano, por utilizar un término de la TV de los ‘80. Lo cierto es que la polari-zación entre Lanata y Mirko se erigió en uno de los datos mediáticos más sorpresivos de los últimos tiempos. Un programa despolitizado y frívolo que muestra gente de viaje mientras avanza el hambre aquí a la vuelta compite y le gana a un programa político devaluado como Periodismo para Todos donde tampoco se muestran los efectos del ajuste. Lanata busca hacer lo que Macri cuando azuzan la candidatura de Cristina: polarizar. Y eligió hacerlo con Mirko. Más allá de la confrontación entre el trece y Telefe por el rating, me interesaría indagar en las formas de la polarización que vienen atravesando el espacio –llamémoslo– mediático público, algo así como un combo de televisión, opinión pública, la web y el mundo redes. Es decir: si nos atene-mos a un sentido común “serio” que pretende una sociedad activa, movilizada por el debate y la confrontación sobre la realidad, hace un poco de ruido que Mirko le haya ganado casi siempre a un programa mal o bien, político. Llama la atención que cierto público elija la anestesia saborizada. 

Uno se alegra mucho porque Andy le venga ganando por goleada a Mirtha Legrand con Podemos hablar, pero tamién resulta que hay que indagar lo que viene pasando a ambos lados de esa polarización. Mal que mal, Mirtha hace un programa politizado, sobre la realidad. Milita el Proyecto, lleva a Dietrich, lo reta, critica al gobierno, lo defiende, se espanta por la pobeza mientras lleva a oficialistas que ponen cara de circuns-tancia, pero siempre genera alguna repercusión, da títulos y declaraciones que rebotan en el espacio público. Digan lo que digan: no mira para otro lado. 

Podemos hablar ha ido acentuando su pudor antipolítico, se eluden todos los temas sociales de impacto (menos el debate sobre el aborto) y, sobre todo, se ignoran alevosamente la crisis y el ajuste que está asolando el país. A su manera, Mirtha habla de crisis y ajustes. Probablemente, en el caso de Podemos hablar no se trate de una cuestión de censura u órdenes que vienen de arriba sino de la misma lógica de “blindar” al público de Telefe de los efectos devastadores de la realidad, la misma lógica de los viajes de Marley y Mirko, siempre de fiesta y riendo. Nadie dice que el programa de Andy no sea emotivo, que maneja muy bien las historias de vida de los invitados, que logra que les pegue bien el vino tinto, pero en verdad también hay una porción de público ávido de escuchar más actualidad los sábados a la noche, de ir un poco más a fondo con lo que realmente está pasando, no sólo ese repliegue intimista, amable y un poco engañoso (¡trío sexual!) sobre el costado emocional de los famosos. 

Pero si de indagar en las formas de polarización se trata, la más curiosa y quizás interesante de los últimos tiempos sea la que ha surgido en la confrontación de puntos de vista entre Flor de la V y Lizy Tagliani acerca de –resumiendo un poco la cuestión– cómo manejar la naturalización de las sexualidades en la escena mediática. Hace rato que Lizy encarna una visión humorística del mundo trans que consiste en reírse de sí misma, de sus aspectos más varoneros y barriales, antiglamorosos y bizarros. Flor de la V consideró que el humor de Lizy puede abrir la puerta a la homofobia.  Lizy contestó con una frase que los twiteros decretaron memorable: “Construya en su terreno, respete la medianera”, frase –a mi gusto– muy Pachano. Lizy nos cae bien, trae un aire fresco saludable pero ¡ojo! algo de razón tiene Flor cuando le dice lo que le dice o por lo menos plantea abrir un debate ahí. Porque ese humor de Lizy termina siendo funcional a las personas que le hablan en masculino a las travestis y trans en TV o radio argumentando que tienen pito. (Por ejemplo, Lanata. El que pierde con el joven Mirko.)

Las polarizaciones están cruzadas, los campos del bien y del mal hacer televisivo no están delimitados con claridad, todo está un poco confuso y me temo que las grietas ya no vienen como antes, nítidas. Hay zonas grises. Habrá que ver cómo evolucionan las estrategias de la confrontación si la crisis se sigue acelerando en los próximos meses: si el público masivo demandará escuchar más acerca de su propia realidad, exigirá romper blindajes, o seguirá distrayéndose de esa realidad emocionándose con las emociones ajenas. Y habrá que ver cómo afrontará Tinelli la cuestión en su desembarco prometido para agosto.

Quizás en los medios y el espacio público se estén tanteando las formas de polarización que presentará la política en la futura, próxima Argentina, ese país que un día le dejaremos a Mirtha (como suele bromear Carlos Rottemberg) o, bastante más probable, a Mirko.