Dos potencias del acordeón se saludan. A la izquierda, visto desde las gradas, Raúl Barboza. A la derecha, el Chango Spasiuk. Lo que suena cuando se juntan no se puede creer de tanta belleza. No importa qué tocan, sino cómo. Puede ser “La colonia”, de Mario del Tránsito Cocomarola, a dos acordeones. Puede ser, también, “Granja San Antonio”, un clásico de Tarragó Ros, ahora a dos acordeones, más guitarra (Nardo González) y contrabajo (Roy Valenzuela). O puede ser, bajo el mandato de los mismos instrumentos, el “Tren expreso”, una de las piezas propias que coronó a Barboza y sus músicas litoraleñas ante el mundo. “Es un lindo trabajo ponerse de acuerdo con nuestras melodías, porque tiene que ver con imaginar qué es lo que está por hacer el otro, sin previo ensayo. Yo improviso, y los demás entran”, había previsto Barboza, minutos antes del concierto en Hasta Trilce, cuyo fin era el de celebrar sus 80 años de vida recién cumplidos. “Cuando empecé a tocar el acordeón, toda mi generación quería tocar como él”, interviene el Chango, también en los momentos previos al choque de potencias. “Hay enormes virtuosos, pero ninguno tan arquetípico como Raúl. El abrió una nueva puerta en la manera de tocar, en las disonancias, en los contrapuntos, en el sonido del acordeón… una impronta llamativa, movilizadora. Es la gran figura del instrumento en el mundo, y nadie puede tocar como él”, aporta el misionero, uno de los invitados al cumple, que empezó hace dos jueves con la sinergia entre el anfitrión y Ramiro Gallo, y continuará con otro invitado de luxe: Juanjo Domínguez, hoy a las 21, en la hermosa sala de Maza 177. “He querido festejar mis ochenta años con mis compañeros argentinos, aquí en la Argentina. Para eso he venido”, dice Barboza, que reside en París

 “Hay muchas maneras de organizar un concierto”, sigue. “Una es pautando todo, para lo cual se necesita mucho tiempo, y la otra es trabajar con compañeros con los que te entiendas bien. Eso fue lo que me pasó con Juanjo cuando hicimos aquel disco (Pájaro Chogui, 2000), sin haber tocado nunca juntos”, sostuvo Barboza ante PáginaI12, antes de concretar con el Chango, y ya previendo la alquimia con Juanjo. “Todas las veces que pueda invitar a Juanjo, y que él esté disponible, pues será un gran placer porque los dos sabemos jugar sin red… como sale, sale”, explica el acordeonista, que tuvo que vivir una situación diametralmente distinta cuando el convidado fue Ramiro Gallo. “Ahí sí nos tuvimos que adecuar a unos arreglos sobre los que no se pudo improvisar, porque hay nueve instrumentos que trabajan con arreglos… hay un repertorio escrito para cuerdas. Yo nunca toco igual, pero hay que respetar todas las pautas. Yo no soy de pautar, salvo que sea necesario. Lo que busco, sí, es que la libertad sea coherente y esté en función del grupo, y para eso hay que conocer bien el instrumento”. 

En medio de un vaivén de músicos, organizadores y asistentes en busca de vino, empanadas, o charlas al paso en el camarín, Barboza también se refiere a Spasiuk, por supuesto. Lo llama Changuito. Dice que es un luchador, un viajero y un colega muy querido. “Hemos tocado juntos varias veces”, evoca. Una de ellas fue la participación del Chango en la posproducción del disco Cherógape, y en la versión de “La Colonia”, que musicalizó la película El sentimiento de abrazar. Vuelve Spasiuk: “Recuerdo que me acerqué a Raúl y le dije `¿sabés la cantidad de años que han pasado para que se dé este momento, en mi vida?`. Incluso a mí me dieron ganas de tocar el acordeón escuchando los discos de Raúl. Es un regalo poder tocar al lado de él, y todavía quedan varias giras por delante”, señala el Chango, que va a cumplir cincuenta años. O sea, treinta menos que Barboza. “Estoy feliz de haber llegado hasta acá”, retoma el más entrado en años. “Hace setenta años que estoy tocando, empecé de muy chico, tuve muchos maestros, el primero fue don Adolfo, mi papá, que me enseñó a amar la música y respetarla. Y mi madre, que me enseñó a amar la vida, a respetar al hombre, a la mujer, al árbol, al niño, al agua, a las piedras, al silencio, al viento… cosas que fui incorporando: el no hablar fuerte, el intentar que la palabra sea clara, modesta, para entenderse bien con el otro”, cuenta Barboza, pensando su larga vida al sol. “También aprendí de Hugo Díaz, de Ella Fitzgerald, Domingo Cura, Astor Piazzolla, Eduardo Rovira, Oscar Alemán y Carlos Gardel… en todos me inspiré para lograr una sonoridad abierta con la respiración. No apurarse, quiero decir. Tocar, sin dañar el oído. Todas esas cosas se van aprendiendo, y asimilando con los años”

–¿Le falta algo por aprender?

–Si. Casualmente ahora, cuando llegue a París, tengo pensado comenzar estudios de orquestación y lectura, porque yo no leo, no puedo escribir una partitura o un arreglo. No leo, memorizo, que es lo que siempre hice y, sobre esa memoria, voy colocando los ladrillos. Es mi manera de ir construyendo una melodía, porque un grupo que es una especie de tribu donde cada cual tiene un rol a cumplir, y no hay jefatura… todo se hace por consentimiento. Si bien es cierto que hay un líder llevando la canoa, no es un líder arbitrario sino todo lo contrario.