Resulta llamativo advertir que el individualismo distintivo  de  nuestra época corre parejo con el empobrecimiento de la relación del sujeto con su propio cuerpo propio, un síntoma generalizado resultante de la ausencia de las palabras necesarias para tramitar la angustia, y de la cual los laboratorios hoy hacen su agosto al sumergir en la clandestinidad del fármaco los motivos del padecer subjetivo.  Se hace evidente entonces el estatuto del cuerpo en tanto Otro. 

Es aquí donde la rica equivocidad del término prójimo guarda todo su valor, habida cuenta de la carga social y religiosa que el vocablo arrastra desde siglos y al que, no por nada, Freud otorgó privilegiada dignidad al señalar que es “a partir del objeto prójimo que el ser humano aprende a discernir” (Freud 1950 {1895}: p. 376). De esta forma, cuerpo, lazo social y dignidad subjetiva parecen transitar por los mismos carriles. 

De allí la relevante importancia que cobran los discursos  imperantes a la hora de tomar decisiones que competen al cuerpo propio, por ejemplo: el delicado tema de la interrupción voluntaria del embarazo que las mujeres han impuesto en la polis para terminar con la clandestinidad. Entonces, para decirlo todo: no hay cuerpo sin prójimo, la lucha de las mujeres es una gesta del lazo social, hoy seriamente amenazado por el neoliberalismo que hace de lo sagrado un fetiche, del cuerpo una imagen, de la salud un negocio y de la nación un mercado. 

Aquí se hace por demás oportuno destacar la particular connotación que el término prójima guarda en tanto puta –mujer de dudosa conducta, dice el diccionario–, es decir ese objeto inquietante aunque atractivo capaz de amenazar el narcisismo del espejo provisto por la imagen estereotipada del semejante. No en vano, dice Lacan que: “es bien notable y comprensible que Dios nos aconseje no amar más que a nuestro prójimo y de ninguna manera limitarnos a nuestra prójima, ya que si nos dirigiéramos a nuestra prójima iríamos simplemente al fracaso” (Lacan, 1974b: p.30).  Aquí la traducción en francés de prójimo en tanto próximo no podría sernos más propicia. Es que esta prójima es lo que de nosotres –hombres y mujeres– se vuelve más clandestino, temido e  intolerable. 

Entonces, más allá del resultado de un debate legislativo, la histórica lucha de las mujeres imprime un salto cualitativo en el lazo social porque, al interpelar la relación del sujeto con su cuerpo, convoca los aspectos más temidos y rechazados en cada persona: única vía por la cual una comunidad elude la tendencia a descargar la responsabilidad de sus fracasos y desgracias en el cuerpo prójimo, mal que le pese al negocio de los laboratorios y los abortos clandestinos. 

* Psicoanalista.