El cine de zombis moderno nació político. La primera secuela oficial de la seminal La noche de los muertos vivos no hizo más confirmarlo: al confinar a los humanos y a los muertitos en un shopping suburbano repleto de bienes de consumo, Papá George Romero disparó las mil y una alegorías sociales, sin dejar nunca de lado los sustos, los vísceras y, por primera vez, algunas risas, irónicas o nerviosas. El agua que ha corrido debajo del puente se asemeja a un océano y es muy difícil hoy en día –con el subgénero transformado en cosmos popular– darle una vuelta de tuerca interesante al punto de partida, sea este originado por un virus, un experimento fallido, una radiación o la más misteriosa de las fuerzas (sobre)naturales. Sin embargo, el coreano Yeon Sang-ho logró precisamente eso hace un par de años con Train to Busan (estrenada en la Argentina, con inesperado éxito de público, como Invasión zombie), nuevo capítulo de la cosmogonía undead que aunaba crítica social, melodrama familiar, movimiento constante y suspenso en un combo irresistible. “Quise hacer una película de muertos vivos donde el público llorara”, afirmó el realizador en su momento. Y vaya si lo logró.

La trayectoria de Yeon previa a Train To Busan está muy ligada al cine de animación y, de hecho, ese film con actores de carne y hueso fue pensado como una de las piezas de un díptico que se completa con el largometraje de dibujos animados Seoul Station, hasta ahora sólo exhibido en el Festival de Mar del Plata, pero que hoy todos los complejos de la cadena Hoyts exhiben, por única vez, bajo la particular gracia Estación Zombie Seúl. Suerte de precuela de Invasión…, el relato de Estación… transcurre en realidad apenas unas horas antes que el de su hermana y, a diferencia de aquella, nunca abandona los barrios centrales de la capital surcoreana. Se trata del tercer largometraje del realizador luego de las también animadas The King of Pigs (2011) y The Fake (2013). Los trazos del dibujo durante la primera secuencia ilustran claramente las intenciones estéticas: un realismo que nunca se corre hacia la zona híper, estilizando rasgos y gestos y permitiendo que el componente fantástico asome la cabeza en la expresividad de los cuerpos y los ambientes urbanos.

En el comienzo, un hombre sin techo camina, como seguramente lo hace todas las noches, hacia un improvisado refugio en la estación central de trenes de Seúl. De pronto, uno de sus colegas se tambalea y la sangre brota de manera incontenible desde una profunda herida en el cuello. No pasarán muchos minutos hasta que la vida lo abandone… para volver a habitarlo, de forma febril, enfurecida. El primer caso de una extraña condición que rápidamente se convertirá en epidemia. Al mismo tiempo (la película recurre constantemente al montaje paralelo a lo largo de sus noventa minutos) una joven prostituta se pelea y separa de su novio proxeneta para verse rodeada de una horda de linyeras zombis; otro hombre, que se dice padre de la chica, comienza a buscarla intensamente a lo largo y ancho de la ciudad. Ese particular cuarteto de personajes será el protagonista central de la historia, no tanto héroes en un sentido estricto (varios de ellos, si no todos, son capaces de los peores egoísmos humanos) como clásicos peones de un tablero infernal, empujados por un instinto básico de supervivencia.

El manejo de la tensión es estupendo, tanto en las secuencias de persecución en las calles como en aquellas otras donde reina el encierro (una comisaría, una estación de subte, un hospital, un edificio en construcción), elemento central en la topografía del cine de zombis. Cuando la policía y los militares desplieguen finalmente sus fuerzas represivas, los defectos del carácter humano pasarán a un segundo plano, arrasados por una violencia sin miramientos. De allí en más, el guion de Yeon Sang-ho dispone las cosas para el tercer acto. Nuevamente, aunque de manera muy diferente a Invasión zombi, también habrá un espacio para la solidaridad y el sacrificio, al tiempo que la división entre víctimas y victimarios comienza a ser más transparente. El desenlace, inesperado, vuelve a poner de relieve el núcleo explosivo del concepto original de Romero: las divisiones de clase, las relaciones de poder y el sometimiento siguen reproduciéndose incluso (o aún más) en las condiciones más extraordinarias.