Miami siempre respiró al ritmo de las conspiraciones. Esa impronta se la dieron los cubanos anticastristas. Sus habitantes de esa nacionalidad se acercan hoy al 35 por ciento. Pero no son los únicos. El periodista de investigación colombiano, Gerardo Reyes, describe en uno de sus libros (Vuelo 495) qué tipo de personajes habitan la ciudad. Un veterano de Playa Girón puede mimetizarse en el especialista que repara el aire acondicionado, un contra nicaragüense ser tu vecino de edificio y un cuidador de autos el servicio de inteligencia ya retirado del ex presidente venezolano Carlos Andrés Pérez. El cineasta Michael Moore fue más allá. En 2004 escribió con sarcasmo que “desde ahí un puñado de exiliados cubanos enloquecidos han controlado la política exterior hacia esta insignificante nación insular”. 

La Habana ya no monopoliza tanto los desvelos de la diáspora, fecunda en desestabilizadores, mafiosos, terroristas y con un sentimiento contrarrevolucionario macerado por seis décadas. No está Fidel, pero todavía tienen como blanco a Raúl, pese a que en abril dejó de gobernar la isla. Ahora compiten en impopularidad con Nicolás Maduro y Daniel Ortega. La Hollywood de América Latina, como la bautizaron los medios en 1998 –su industria del entretenimiento le sigue en volumen a Los Angeles– está cruzada por tantas historias de espionaje como nacionalidades se desparraman por ella. Desde la costa atlántica a los Everglades, la zona pantanosa infectada de cocodrilos y caimanes. 

“No son ejemplos metafóricos, son gente de carne y hueso con quien me he topado en la ciudad conspiración” explica Reyes, ganador de un Pulitzer, en Vuelo 495. Otro libro de su autoría se llama Made in Miami y en la bajada dice Vida de narcos, santos, seductores, caudillos y soplones. Por el título se define esa mirada que lejos está de ser procastrista o condescendiente con los gobiernos de Venezuela o Nicaragua. En el top ten de conspiradores se destaca el ex teniente coronel Oliver North, responsable visible del escándalo Irán-Contras. Apeló a cubanos de Miami para hacer aquel desvío de fondos ilegal que desestabilizó al gobierno sandinista en los ‘80.  

 No todos son latinos en las historias de conjuras que pasan en Miami. Tampoco militares o agentes secretos. Jaime Bayly, el presentador y periodista peruano que vive en la ciudad, admitió la semana pasada en su programa de TV que apoyaba el frustrado magnicidio contra Maduro que se produjo en Caracas. Incluso hasta se mostró dispuesto a comprarles un dron a quienes realizaron el atentado. Lo hizo mientras comentaba detalles de un encuentro que mantuvo con ellos (ver aparte). 

Miami fue el escenario de una reunión parecida 58 años antes. Aquella vez el objetivo era matar a Fidel Castro. Un ex agente del FBI, Robert Maheu, se entrevistó con los mafiosos Salvatore Giancana y Santo Trafficante para pedirles que lo envenenaran en 1960. El operativo fracasó. Como uno más entre los 638 intentos que contabilizó la Revolución cubana contra su líder. En ese caso, con las pruebas aportadas por el enemigo. La propia CIA le encargó la tentativa de homicidio a Maheu y la divulgó el 26 de junio de 2007. Constaba en uno de los informes conocidos como “las joyas de la familia”. Cualquier coincidencia con el lenguaje de la mafia es pura coincidencia.   

Los intentos de asesinar a Fidel, a Hugo Chávez después y a Maduro ahora, han sido demasiados. Como la realización de cualquier tipo de atentados en países de América Latina. Muchos se tramaron en Miami. Solían ser tema de conversación en la llamada Pequeña Habana, centro neurálgico de la colectividad cubana en la ciudad con mayor cantidad de residentes extranjeros del mundo (59%). Eso explica ciertos homenajes. Hasta principios de este siglo, cualquier vecino podía ponerle a su gusto el nombre a una calle o avenida. El financista de varios actos terroristas en la isla, Jorge Mas Canosa, tiene un boulevard en su homenaje. 

Murió en 1997 pero su papel quedó en evidencia ante un tribunal cubano que condenó al salvadoreño Raúl Cruz León dos años después. Este había detonado una bomba en el hotel Copacabana de La Habana que mató al joven empresario italiano Fabio Di Celmo el 4 de septiembre del 97. Lo condenaron a muerte, aunque esa pena se le conmutó por treinta años de prisión en 2010. Durante su declaración ante los jueces en Cuba declaró que “Mas Canosa supervisaba personalmente el flujo de dinero y el apoyo logístico”. Esa mano de obra la encargaba o la ejecutaba el terrorista Luis Posada Carriles fallecido en mayo pasado. Acaso el más buscado y esquivo de todos por su responsabilidad en la voladura de un avión de Cubana en 1976. Se recuerda como el crimen de Barbados.

La CIA casi siempre estuvo detrás de estas operaciones cruentas. Y Miami fue su reserva natural para reclutar voluntarios. Su amplitud de objetivos traspasó la geografía cubana o aquellos lugares donde podía atentarse contra la Revolución. Ahí se organizó el asalto contra el Partido Demócrata en el edificio Watergate de Washington. A 12 kilómetros de Miami, en Key Biscayne se definió la estrategia para apoyar a los contras nicaragüenses. En esas mismas playas del condado de Miami-Dade se refugió el dictador Anastasio Somoza cuando escapó de los sandinistas. 

Las incursiones en serie de los llamados Hermanos al Rescate hacia las costas de Cuba, han sido las más temerarias. Los sobrevuelos sobre la isla para arrojar panfletos contra el gobierno que en 1994 todavía ejercía Fidel Castro, terminaron muy mal. Los preparaba su jefe, José Basulto León, gracias a que logró sobrevivir a la invasión mercenaria de Playa Girón. Casi 24 años después, sus seguidores en Miami creen que pueden llevar a su hermano Raúl ante la Corte Penal Internacional por derribar dos avionetas con cuatro pilotos a bordo que violaron el espacio aéreo cubano. Hoy juntan firmas para hacerlo. Se empecinan en su cruzada desde la calle 8 de la Pequeña Habana, donde juegan de locales. No les importa si resuenan las quejas de Michael Moore “por los intentos de asesinato que se pagan con dinero de nuestros impuestos”.

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