Antes de convertirme en lesbiana y empezar a pensar desde un feminismo de la disidencia, mi maternidad me inquietaba. Me comparaba con otras madres y frecuentemente salía perdiendo. Sentía esa culpa que muchas veces compartimos para poder considerarla ridícula, pero que aún así permanece: que no somos lo suficientemente buenas madres. Un día, charlando con una amiga que es crítica literaria, comentábamos libros donde aparece el tema de la maternidad, y le comenté que yo nunca había escrito sobre eso. Fue fácil resumir por qué: ser madre es terriblemente opresivo. Y como para mí la literatura es un espacio de libertad, nunca se me hubiera ocurrido traer a la letra un tema tan pesado como ese. Prefería olvidarlo. Pero en mi diario, el día antes del cumple número cuatro de mi hijx, escribí: “Domingo 11 de marzo. Estoy cansada de que mis amigas me repriman. Estaba enamorada, y me reprimían; estoy sola y con ganas de garchar y me reprimen. Habría que pensar en esta cantidad de control. Me cuidan del desborde.

Hace cuatro años tuve un hijx. Me desbordé, de la manera más radical y conservadora que existe en el mundo. Puedo estar de los dos lados hoy. No hay nada mejor para una persona que escribe. ¿Debería decir “no hay nada mejor para una “mujer” que escribe”? Todas me dicen “con calma”. No sé cómo ser madre con calma ni cómo amar con calma. Quizás deba esperar veinte años más, porque yo no puedo estar tranquila cuando un pedazo de mí va por fuera de mí y podría lastimarse y sufrir, y eso es algo que no tiene retorno”.

 Si pude escribir algo sobre mi maternidad fue porque, como lesbiana y feminista, pude pensarla críticamente. Para mí, lo intenso de la maternidad no es tanto la experiencia de desdoblamiento del cuerpo que implica, sino lo duro de la opresión que se sufre, que aparece en los lugares más insólitos. Siento rabia cuando, por ejemplo, en una fiesta mis propias amigas me preguntan por mi hijx. “¿Y Gregorio?”. Son las tres de la mañana y estoy prácticamente en pedo. La bronca no me deja articular una frase que es por demás obvia: “Está con su papá”. Y al decirlo, siento ganas de aclarar, sarcásticamente, que no lx dejé abandonadx en la casa ni en el guardarropas del boliche. Debería hacerme una remera que diga que mi hijx está a salvo mientras me divierto, porque dudo que deje de recibir esta pregunta cada vez que alguien me vea bailando con un vaso de cerveza en la mano. ¿Será necesaria esta pregunta? ¿Por qué mis propias amigas lesbianas quieren saber dónde está mi hijx cuando me ven de licencia? La increíble respuesta es que aún mis amigas, al verme, imprimen sobre mi persona del deber de maternar y les surge el impulso de recordármelo.

 Estamos acorraladxs por la trampa de la decisión: la decisión de tener un hijx aparece como un proceso complejo de pensamiento y reflexión que llenan el efecto de esa decisión (ser madres) de un cúmulo de responsabilidades insoportables. No tener un hijx también se plantea como una decisión pensada y pesada. Obviamente: como resulta que el aborto sigue siendo ilegal, para abortar hay que pensarlo. No es fácil abortar, cuando la consecuencia es no ser madre en un sistema donde ser madre, en un país en que se mata una mujer cada treinta horas, es obligatorio. 

¿No es llamativo que tanto el discurso opresivo sobre la maternidad (has decidido ser madre, por lo tanto, debes consumir ciertos producto y servicios y cumplir una cantidad de requisitos del cuidado) como el discurso sobre el derecho al aborto legal libre seguro y gratuito (mi cuerpo, mi decisión) utilicen ambos la palabra decisión? Cuando me ven libre del deber de cuidar y me preguntan dónde está mi hijx, siento esa misma pregunta: ¿cómo decidiste dejar a tu hijx para ir a divertirte? Lo que quiero decir, cada vez que me lo preguntan, es que yo no decidí nada, porque muchas cosas de la vida, como la vida misma, la salud y el ocio, son un derecho, y ejercerlo no requiere un complejo proceso de decisiones. 

Las preguntas por la decisión nos detienen a dar cuenta de nuestras razones. Y al detenernos, nos clausuran. Quisiera poder defender el derecho a no responder preguntas de ese tipo, porque sacan mi existencia de un espacio donde estaba mejor de lo que estoy cuando hacen caer sobre mi cabeza una heteronorma que indica que debo quedarme atada a mi hijx, que estoy obligada a ser madre por sobre persona.

Continuará...