A lo largo de los siglos, la excomunión (la expulsión, por parte de las autoridades, de un miembro de la Iglesia Católica) fue uno de los peores castigos posibles. En este segundo milenio se está dando vuelta la situación y miles de personas convierten la apostasía (la decisión personal de no pertenecer más a la Iglesia) en una fiesta. De libertad, de autonomía, de autoafirmación. Ayer, desde las 14, Corrientes y Callao fue el escenario de la fiesta, con cientos de personas haciendo el trámite y disfrutando de la energía “de darle una dimensión colectiva a esta decisión, que es personalísima y política como pocas decisiones pueden serlo”, cuenta Martina, una adolescente que está feliz “con algo naranja y verde”. Explica que su mamá escucha Sui Generis y a ella esa canción (“Pequeñas delicias de la vida conyugal”) le encanta “porque une las dos luchas, el pañuelo verde del aborto y el naranja de la separación de la Iglesia y el Estado”.

Eva María, que se define “argentina, peronista y puta”, vende pañuelos negros, “no naranjas porque ese color lo usó la Iglesia en su campaña contra el matrimonio igualitario. Luchar por la separación de la Iglesia y el Estado es la mejor forma de continuar con la lucha por el aborto, porque va  a la base de todo el poder de la Iglesia”. Militante de AMMAR (Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas), está segura de que “todas las luchas son la misma lucha”.

En la fila, que en ningún momento tuvo menos de cuarenta personas y llegó a las 120 (que se renovaban), Claudio dice que va a apostatar porque “no quiero más pertenecer a la Iglesia, no respeto a la institución”. La decisión la tomó en estos días teñidos de verde. Detrás de él, una señora grande que no quiere identificarse dice que la impulsaron “incontables datos de la realidad a saber que ya no quiero pertenecer a la Iglesia. Es importante provocar que el otro piense, por eso está bien lo de la apostasía colectiva”.

Marianela cuenta que fue bautizada por costumbre, que sus padres no son religiosos, y que no tomó la comunión “porque no quise. Ya a esa edad no me gustaba la Iglesia”. Hace bastante que se enteró de la posibilidad de apostatar, “pero venía pateando el trámite por fiaca. Cuando supe de la posibilidad de hoy, no dudé”. Christian cuenta que “hace mucho supe lo que la Iglesia representó y representa históricamente. Entonces no quiero tener nada que ver con eso. Tomé la decisión de salir de la Iglesia hace como diez años. Ahora hay un impulso mayor por todo este movimiento colectivo”.

Hay un constante movimiento entre los que se suman a la fila sobre Corrientes, los que reparten el formulario, los que cruzan a sacar fotocopia del DNI y la gente que anda por ahí. Pese a las dificultades para desplazarse, todo fluye amablemente hasta que un par de señoras empujan a todos y protestan porque “éstas ya no saben qué hacer y ahora se la agarran con la Iglesia”. La sorpresa provoca un momento de silencio general y se oye “que la semana pasada hubo dos muertas por aborto clandestino, por eso están enojados” y un grupo de “chicas” de alrededor de setenta años se ponen en fila india contra la pared y van pidiendo permiso para pasar.

Fernando, un cincuentón de traje y maletín, se destaca entre los jóvenes, que son mayoría. “La Iglesia no me representa ni espiritual, ni cultural ni políticamente. Hace unos días me enteré de la posibilidad de dejar de pertenecer, con todo esto de la pelea por el aborto”, dice con el formulario prolijamente doblado. Su forma mesurada de hablar contrasta con la de Giuliana, que espeta “la Iglesia es una mierda. Tiene un historial de perpetuar genocidios, de abusos de menores, de reprimir las libertades. Mis papás me bautizaron, pero a la hora de la comunión me rebelé y les dije que no”.

Daniela escucha lo que dice Giuliana y cuenta que “la Iglesia ya no me representa y estoy claramente en contra de su accionar político. Hace rato que quería irme. Lo que me impulsó ahora es que estoy muy enojada con todo lo que hicieron con el tema del aborto. Y es buenísimo estar enojada y que eso te impulse”.