“Voy acorde con este país, donde es tan común ser hombres y mujeres orquesta”, dice la española Susana Hornos, quien comenzó siendo actriz en su país para luego, ya establecida en Buenos Aires, animarse a la dramaturgia y a la dirección. Hornos, quien, hasta 1999 trabajaba en un elenco estable en Zaragoza decidió emigrar a la Argentina porque, según cuenta en la entrevista con PáginaI12 “amaba el cine de Aristarain y las obras de Griselda Gambaro”. Solamente tenía   un contacto: el teléfono que Federico Luppi, de gira por España con El vestidor, le había dado luego de que ella se acercara a pedirle un autógrafo. Tras 8 meses de procurar trabajo (“tener acento español me complicaba”) Hornos finalmente llamó al actor para chequear si un ofrecimiento que le habían hecho le convenía o no. Luego transcurrieron 19 años de vida en común con el actor fallecido en octubre del año pasado. 

Su carrera como directora comenzó junto a la actriz española Zaida Rico, con quien estrenó la Trilogía Republicana (Granos de uva en el paladar, Pinedas tejen lirios y Auroras), obras basadas en cuentos de su autoría. Desde entonces, según cuenta, comenzó a disfrutar de la tarea de dirigir actores, aún cuando tienen formaciones diversas y debe encontrar el modo para que cada uno interprete lo que ella está buscando. En estos días acaba de estrenar en La carpintería, de Jean Jaures al 800, junto a Horacio Peña y Juan Luppi (nieto de Federico) Almacenados, obra del catalán David Desola.  La obra le fue enviada hace unos años atrás por un amigo residente en México, donde todavía es un éxito de taquilla. Hornos pensó en hacerla con Luppi pero el propio actor declinó la oferta por sentir que él era mucho mayor que el personaje que debía asumir. Es que la obra habla del encuentro entre un hombre a punto de jubilarse y un muchacho que debe reemplazarlo en su tarea.

Una semana de lunes a viernes es el tiempo que comparten Lino y Nin, encerrados en un depósito desierto, a la espera de la llegada de la mercadería que, supuestamente, produce la empresa. Durante las horas que permanecen allí sin realizar trabajo alguno se va tejiendo la relación entre el que llega y el que se va. Estructurada en cinco jornadas  ambientadas con el rumor del espacio exterior y una “música pizpireta”, tal como define la directora a la elegida por Leandro Calello para separar escenas, Almacenados es una obra que desde el absurdo habla del mundo del trabajo, del cruce generacional y de los temores que despierta la inminencia de la jubilación. 

–Aun cuando es una obra en clave de teatro del absurdo, en esta época de recortes salvajes es difícil imaginar que una empresa le paga hasta su jubilación a alguien que no realiza ninguna tarea. Y encima busca un reemplazo. 

–Nosotros buscamos situar la obra en un espacio anclado en el tiempo, no hay referencias a la actualidad. De todas formas, en España podemos encontrar situaciones parecidas: especialmente en la época de Aznar, se construyeron espacios de cultura enormes que hoy son lugares fantasma. Se crearon por los equilibrios que hacen las macro empresas, movimientos que terminan en el desvío de fondos. 

–¿Cómo se da el enfrentamiento generacional?

–La obra arranca enfatizando la oposición de dos generaciones. Luego se da entre ellos un intercambio de roles: el joven comienza a tomar decisiones y el mayor se subordina a éste. Finalmente se produce en ellos un efecto de empatía.

–La reacción del joven puede  interpretarse de diferente modo…

–Sí, eso depende de la mirada del espectador. Se puede pensar que el joven va a irse en poco tiempo o que va a quedarse y repetir la historia del mayor. Entonces pensaremos que es el que creía que podía hacer la revolución y finalmente no pudo. 

–¿Cómo encara la obra el tema de la jubilación? 

–Nos hace pensar en las relaciones laborales en este mundo globalizado. Se trabaja en forma precaria para quién sabe quién y se genera una idea de pertenencia con una empresa que es como un collar de perro.

–Es por eso que el personaje del hombre mayor dice que nadie quiere jubilarse.

–Claro, es que en esta sociedad un jubilado deja de ser una persona pensante: se da por hecho que cuando alguien deja de trabajar sale muy contento a pasear a su perro y a sentarse a un sofá. Los jubilados no son considerados activos ni física ni emocionalmente. No existen mecanismos para favorecer encuentros generacionales entre los que tienen un conocimiento y los que comienzan. La sociedad, por un lado empuja para que las personas no tengan arrugas y se conserven pero luego lo que sucede es el descarte y la depresión.  

* Almacenados, La Carpintería - Jean Jaurès 858, domingos a las 17.30.