Bombachas, cepillos de dientes y de cabello, toallas. Un inodoro, un bidet, un lavamanos. El espacio es un baño, aunque no del todo literalmente. Aporta la atmósfera de intimidad y confesión. Los objetos son protagonistas en ¿Me decís de mañana?, casi una poesía en escena que recorre las vidas –comunes y corrientes– de dos amigas, con la impronta del director César Brie y actuaciones de Vera Dalla Pasqua y Florencia Michalewicz.

La propuesta va de la mano con la época. El universo femenino ocupando el centro de la escena. El yo estableciendo un puente con un nosotros; lo público en conexión con lo privado: es también un signo de las obras de este director. Un recorrido por vidas comunes que genera identificación y emociones intensas. Nada es extraordinario. O todo lo es, porque, como asegura una de las dos mujeres, lo común es sagrado. Apostando a la continuidad de la fragmentación, el recorrido lo constituyen escenas en las que las actrices apelan a diferentes objetos, dialogando entre ellas o monologando a público, combinando la narración con acciones cotidianas, vinculadas la mayoría a su higiene personal. En ocasiones alguna se pone en la piel de un tercer personaje. Aparecen los reproches a los padres, el vínculo con madres y abuelas, la primera menstruación, la primera vez, los ex novios, la bulimia, los mandatos, la religión, el aborto clandestino, entre muchas otras cosas. Y luego los hijos y sus cumpleaños, y después ya las canas.

En el interior del baño charlan, se arreglan, se preparan, se peinan, se depilan. Lo más exquisito de la puesta es el uso de los objetos. Aquí un padre que trabaja mucho es una camisa. Una madre es un collar.  O los piojos que invaden la cabeza y se quitan con el peine fino son los ex novios. El sonido de la lluvia se consigue explotando burbujas de plástico de embalaje. Algo especial suele suceder con los objetos en las obras de Brie, que comenzó su vida artística en la poesía y parece no divorciarla nunca del teatro. El texto de por sí es poético. Tiene belleza, musicalidad y ritmo. Y en sumatoria con los cuerpos y aquellos instrumentos cargados de afectividad, se crea una poesía escénica sobre el ser mujer, el ciclo de la vida y el paso del tiempo, que conmociona al público.

  Fueron las actrices las que convocaron al director. Arrancaron improvisando conversaciones partiendo de su propia realidad: Vera es bailarina y Florencia es acróbata, y también es así en la obra. A Michalewicz le tocó encarnar hace un tiempo a ni más ni menos que Simone Weil –también de la mano de Brie, en La voluntad– y mostró vigor y altura para esta tarea. Por su parte, la italiana Dalla Pasqua es experta en danza con fuego y objetos, y trabaja con el director desde 2014 como pedagoga en trabajo corporal. Se la vio en ¿Te duele? (sobre la violencia de género) y El viejo príncipe. Las actrices han tenido un rol en la dramaturgia, junto a Chiara Davolio, y esto se nota. Quizá el modo de construir la obra pueda emparentarse al de El paraíso perdido, en la que un grupo de jóvenes intérpretes aportaba cada uno fragmentos de su propia existencia. 

  Hacia el final del espectáculo pareciera que la vida se acelera y es poco lo que se recorre de la adultez y la vejez. Ocuparon muchísimo más lugar la niñez, la adolescencia y la juventud. A lo mejor haya sido una elección por la edad de las intérpretes, pero esto no se percibe del todo parejo. La música de la pieza, más que agregar un sentido nuevo, refuerza el que ya se construyó con otros elementos. Subraya. Sobre esto hay un chiste al principio, cuando Florencia y Vera reciben al público paradas sobre el bidet y el inodoro, con pepinos en los ojos y toallas en la cabeza. Así anticipan que a lo largo del espectáculo, se limpiarán el alma y el cuerpo, en un ritual tan íntimo como colectivo, casi espiado por la mirilla.