Un buen festival debería ofrecer un panorama suficientemente abarcativo de su disciplina. Mostrar todo lo posible sus facetas: homenajear a sus históricos, reconocer a los consagrados y legitimar a los que pisan fuerte en la renovación del circuito. A veces, uno de estos grandes encuentros pone en escena todo esto a partir de las tensiones que genera en su sector. Tal parece ser el caso del Festival y Mundial de Tango de Buenos Aires, que concluyó este miércoles con la final de la categoría Escenario en el Luna Park (la competencia se disputaba al cierre de esta edición). El martes, durante la definición de la categoría Pista, se consagraron José Luis Salvo y Carla Rossi (por Buenos Aires). El jurado reconoció como subcampeones a Carlos Estigarribia y Dana Zamperi (formalmente, compitiendo por Córdoba, aunque viven en Lomas de Zamora, al sur del Conurbano bonaerense, donde dan clases y organizan una milonga). El tercer puesto quedó empatado para dos parejas patagónicas: Diego Luciano Chandia y Suyay Quiroga, y Maksim Gerasimov y Agustina Piaggio. Otros sureños se llevaron el cuarto lugar (Sebastián Bolivar y Agustina Paez), mientras que una pareja moscovita alcanzó el quinto lugar: Dimitry Vasin y Sagdiana Khamzina.

La ceremonia del martes incluyó, además de la competencia, una exhibición de tango escenario (por la compañía Clandestina de Tango Independiente) y un pequeño homenaje a la recientemente fallecida Gloria Dinzel, referente de muchísimos bailarines. Además, hubo un homenaje a Mariano Mores a cargo de su nieto Gabriel, quien recreó su Gran Orquesta Lírica Popular e incluso se permitió cantar sobre una grabación de su abuelo. Tanto en la final de pista como en la de escenario que se disputaba anoche cantó Valentina Etchebest, una jovencita de 13 años de notable voz, que sorprendió a los organizadores durante las sesiones de micrófono abierto que el Festival habilitó en dos centros culturales. La conducción de Fernando Bravo fue un poco deslucida, aunque tampoco lo ayudó particularmente el guión que acompañaba: además de mencionar “la poesía de los poetas” se encargó de destacar que “en agosto Buenos Aires respira tango”, en franca contradicción con el reclamo del sector, que reclama al gobierno porteño apoyo durante todo el año para la actividad de las milongas y espacios culturales vinculados al género.

Juan Pablo Ramírez y Daniel Arroyo llegaron a la final.

Más allá de resultados, jurados y polémicas con los puntajes, en la previa del martes buena parte de la atención estaba puesta en la participación de Juan Pablo Ramírez y Daniel Arroyo, una pareja de bailarines, la única de las del mismo sexo que alcanzó la final este año (hubo siete inscriptas). Ramírez y Arroyo son queridos y respetados en el circuito, especialmente en los espacios más jóvenes, que valoran la renovación estética y normativa que proponen a la par de su gran calidad técnica. Su segunda final mundialista, además, confirma lo que en el ambiente ya es un hecho: el tango entre parejas del mismo sexo ya no se circunscribe a las milongas queer y más allá de algunos lugares hiperconservadores, es algo aceptado en el ambiente. E incluso aquellos cavernícolas cierran la boca cuando se los enfrenta (como los dos señores de la fila tres al costado que se burlaban con un “¡los putitos! ¡los putitos!”, que dejaron de reír ante la primera mirada glacial que se les dirigió). En la previa de la final, en la que finalmente alcanzaron la posición 15, Ramírez reconocía a PáginaI12 que les tomó un tiempo entrar al circuito. “Esto trascendió al ambiente queer, incluso en esas milongas antes el público era mayoritariamente gay y hoy ves dos chicos o dos chicas bailar y no son necesariamente gays, se abre la posibilidad a que las personas quieran explorar el baile con otro del mismo sexo, sin que tenga que ver con la sexualidad. Eso también es interesante: se rompen patrones y se descubren otras cosas que enriquecen el baile”, planteó el bailarín. 

“Cuando empezamos a trabajar con Dani, los dos o tres primeros años fueron muy raros para la gente. Poco a poco, con confianza y perseverancia la gente fue viendo que los dos delirantes que aparecían en portaligas y tacos, seguían insistiendo en abrir cabezas, espacios, generar algunos cambios. Y la gente, ajustándose también a lo que se refleja en la sociedad, se fue abriendo. Costó un poco, pero tampoco tanto. La gente se fue acostumbrando y viendo la calidad artística con la que nos presentábamos y comprometíamos a subirnos al escenario”, recuerda. Aunque ni Ramírez ni Arroyo se limitan al escenario y se los suele encontrar en las milongas porteñas más populares.

Más allá de las finales propiamente dichas, el Festival también se vio atravesado por esas tensiones de crecimiento que vive el género. Porque si bien hubo un buen espacio para los compositores que rondan los 40 años y hubo algunas búsquedas interesantes a través del cruce con el rap y el hip hop, o la inclusión de muchas DJs mujeres en las milongas oficiales del festival, lo contario también es cierto: las funciones centrales están ocupadas sin excepción por nombres consagrados. Pese a los intentos valiosos de los programadores por romper esta dinámica, el Festival aún está demasiado comprometido con el pasado del género. En un momento en el que, como demuestran otros espacios, el tango es puro presente.