La Universidad sufre un nuevo ataque a manos de un gobierno nacional. Me formé en la Universidad de Buenos Aires de la década del sesenta. Esa Universidad fue tronchada por el golpe militar de 1966. Violando con alevosía la autonomía universitaria, la policía entró a palazos en los claustros. Me había inscripto en esa universidad en 1962, La inscripción era libre y gratuita. Me inscribí en la Facultad de Filosofía y Letras de la calle Viamonte 430. Ernesto Laclau dedica su valioso libro Crítica de la razón populista a esa facultad. “Donde (dice) empezó todo”. Se respiraba un aire de libertad que estaba presente en todos los emprendimientos. Empecé cursando Introducción a la filosofía con Eugenio Pucciarelli e Introducción a la historia con Tulio Halperin Donghi. Había una gran biblioteca donde uno podía estudiar a la luz de unas lámparas que daban una clara solemnidad. Uno podía ir con sus propios libros o pedir los que necesitara. El Aula Magna era amplia y ese espacio cobijaba las mejores clases. En general, ahí se dictaban las materias introductorias. Las más avanzadas (que tenían menos alumnos) se dictaban en aulas más pequeñas. La Facultad había originado su propio entorno. Se prolongaba en bares y librerías. El Florida y el Coto (los dos en la calle Viamonte) eran los principales bares. Las librerías eran Letras, Verbum y Galatea. En la Avda. Córdoba, cerca del Bajo, estaba Quartier Latin. Ahí comprábamos los libros en francés. Ahí, en 1965, compré la gran novedad que era el estructuralismo de Louis Althusser. Pour Marx y Lire le Capital fueron devorados por los alumnos que ya queríamos salir del sujeto e ir más allá del existencialismo sartreano. Con los años yo volvería al sujeto (pero situado en la periferia) y revaloraría a Sartre.

En el subsuelo había una librería que tenía los principales libros del marxismo. Durante esos años era necesario viajar a Montevideo para comprar las obras del materialismo marxista. Conrado EggersLan dictó un cuatrimestre de Filosofía de la Historia y lo dedicó al pensamiento de Marx. En el examen final todos exponían fielmente la Ideología Alemana y el Manifiesto. Sólo uno se atrevió a ser terriblemente original: “La historia no es otra cosa que la aventura del difícil diálogo entre el hombre y Dios”. Más tarde, cenando en El Genovés de la calle Resistencia, a la vuelta de la Facultad, Víctor Massuh, que había tomado exámenes junto a Eggers, le dijo: “El único que puso una bomba fue el muchacho que dijo que la historia era el difícil diálogo entre el hombre y Dios”. Lástima que todos estos creyentes en la trascendencia de lo sagrado terminaron siendo funcionarios de Onganía y hasta (en el caso de Massuh) de Videla.

En 1965, la Facultad se mudó a la calle Independencia. Su espíritu siguió siendo el mismo. Se juntaron firmas para conseguir una cátedra paralela de Historia de la literatura argentina. Se consiguió y el profesor titular fue Noé Jitrik. Todos cursamos esa materia, como inscriptos o como oyentes. El curso de Jitrik fue brillante y profundo. Ahí leímos o, más bien, releímos a Cambaceres, Lugones, Arlt y Borges. Este último era parte del paisaje de la calle Viamonte. Solía andar del brazo de María Kodama y se apoyaba en su bastón. También andaba solo. O acompañado por alguna de sus alumnas. Cierta vez, entro por la puerta de la calle Viamonte y viene Borges charlando con una alumna. Con voz alarmada, le escucho decir: “Pero ese concurso lo organizan los comunistas”. Me resultó una frase patética, lamentable. No le resta su grandeza literaria. Tal vez se la reste su viaje a Chile de 1976, su encuentro con Pinochet, su apretón de manos y su frase: “Le agradezco que haya enseñado a mi país cómo se lucha contra el comunismo”. Ahí perdió el Nobel.

Como dije, esa Universidad libre y gratuita, creadora, verdadera heredera de la Reforma de 1918, fue abatida por el golpe de Onganía. Se violó la autonomía universitaria. La policía entró con sus palos y golpeó brutalmente a alumnos y profesores. Fue un asalto nocturno. Los policías formaron una doble fila y había que pasar en medio de ella para salir de la facultad. La más castigada fue la de economía. Pero en filo nos ligamos unos buenos palos. Cursábamos Historia de la filosofía moderna y nos preguntábamos con Descartes por la existencia de la realidad externa (la res extensa). Ahí estaba: repartía palos y era de derecha. De la Universidad del golpe del ‘66 salió la de las Cátedras Nacionales. Pero esa es otra historia.

Hay distintas formas de desatar la barbarie contra los claustros: los palos del ‘66 y los recortes de presupuesto del gobierno neoliberal del 2018. Justamente cuando se cumplen cien años de la Reforma, el gobierno de la ceopolitik le quita recursos a la enseñanza superior de la Argentina y a sus centros de investigación. Habrá que retomar el espíritu de la Reforma, su fuerza contestataria, el espíritu rebelde y autónomo de las Cátedras Nacionales, el gesto nacional y popular de su estudiantado, habrá que profundizar aún más la garra movilizadora de estos tiempos, habrá que erguirse frente a un gobierno que provoca el hambre de los trabajadores, de los jubilados, de los docentes, y decir que no, que no pasarán los recortes de presupuesto, ese nuevo rostro de la noche de los bastones largos.