Un editorialista turco del diario oficialista Sabah escribió hace unos días que “cuando los Estados Unidos son hostiles a algún país que creen necesario atacar, prueban con una bomba para cambiar la orientación sexual de los habitantes de ese país, o una bomba que los desrtruya a todos”. Fuerte, no? Pero hay que entender que la curiosa y homófoba diatriba neo-otomana se produce en medio de un enfrentamiento político y económico entre los gobiernos duros, hasta ayer aliados, de Donald Trump y Recep Tayyit Erdogan, con la caída de la lira como climax escénico de  un drama wagneriano. 

La bronca humorada del periodista turco, sin embargo, tiene un origen fechado. Cada tanto, desde 2007, el asunto de la bomba homsexualizante regresa a los diarios del mundo como secreto de Estado mal guardado. ¿Existió en algún momento -para ser precisos en 1994- algo así como una propuesta para el Pentágono de crear un arma química basada en feronomas, y así provocar en el bando enemigo de ocasión un estallido de ardores homosexuales entre sus combatientes, a tal punto que debilitasen “la moral y la disciplina” y, como en una película de John Waters, se arrojasen unos contra otros? (Uno se imagina al ejército de Putin autoacuartelado en las duchas). ¿Existió o existe aún el tal proyecto afordisíaco, considerado por las autoridades como una de tantas posibles ideas de cerebros científicos del laboratorio Wright, como producir la agresión de insectos o la intolerancia a la luz solar?

La revelación provino de la organización Sunshine Project,  cuyo objeto es transparentar los programas de armas químicas y biológicas. El Pentágono asegura que rechazó de plano el proyecto, pero no hubo desmentida institucional y en realidad nunca se supo, por tanto, si los ensayos alguna vez se produjeron. Durante años el informe –se lo acredita con una imagen–  circuló entre los intelectos militares estadounidenses que, leyendo la cuestión, habrán imaginado a eslavos convertidos al Satiricón, y a radicales islamistas en príncipes gordos de las Mil y una noches. En realidad, no se trataría de mucho más que de revertir con fines destructivos la histórica y estricta imposición de celibato en medio de las batallas. Porque suponen que el amor y el sexo placentero enternecen los cuerpos viriles y debilitan las trincheras. Sin embargo, los espartanos alimentaban las amistades masculinas intensas para que se protegieran en los campos de guerra y hasta diesen la vida unos por otros. Si Eros combate con placeres los horribles dones de la guerra, las violaciones tumultuarias, en cambio, operan como anabólicos. De tal manera, en lugar de violar a mujeres de pueblos cautivos para imponer su poder primate, los enemigos de Estados Unidos se violarían entre sí. Como se ve, una confusa tesis que piensa la búsqueda de satisfacción sexual entre varones como motor de violencia. La homosexualidad equiparada con bestialismo. Residuos, no más, de la cultura puritana y toda una exégesis de Sodoma que le hubieran encantado a cristianos fudamentalistas como Jack T. Chick.

Ahora mismo, entre mis numerosos papeles secretos, que no pienso entregar a los dinosaurios del Pentágono, descubro una carta que estremece. Si existen mártires que se inmolan por causas políticas y religiosas, a los que se les prometen paraísos después de hacer estallar su cuerpo cargado de bombas, tengo entre mis manos ahora la carta de despedida de un joven soldado gay suicida estadounidense que proyectaba arrojar explosivos de feromonas, escondidos dentro de su ropa, en medio de los campos de combate en las alturas sirias: 

“Querida mamá, sé que recibirás esta carta cuando ya esté muerto. O acaso prisionero en el infierno del Isis. No me reproches por no haberme despedido, porque tu abrazo oceánico me hubiese hecho dudar. Un gay republicano, como yo, saber mejor que cualquier marica progre, entrenada en las lecturas de Judith Butler, que vivimos una guerra de civilizaciones, y que hay que hacer nuestra la causa contra el Islam, lejos ya de la mirada de las madres. ¿Acaso los liberals nos van a proteger de los ataques de los yihadistas? Para qué querríamos los derechos inclusivos, tan celebrados, si muchos no podríamos disfrutarlos por culpa de los agentes del caos?

Ayer propuse a las autoridades del Pentágono arreglar cuentas, también, con ese papa argentino Bergoglio, que vuelve con sus ternuras jesuitas a aconsejar a los padres de children lgtbi acudir a la psiquiatría. ¡Qué manera de bifurcar el discurso ese pobre hombre, para tratar de conformar a la derecha vaticana, que lo quiere fuera de San Pedro!  Ayer, él no era quién para juzgarnos, hoy pareciera querer hacernos tratar con Freud y litio. Después, la segunda fila vaticana tiene que “aclarar sus palabras”, y al final no conforma a nadie. En lugar de lobotomía o de pecado, dice diván. Pensé que inundar de afrodisíacos homosexualizantes el Vaticano sería una idea tan interesante como la que se propuso contra los enemigos de Estados Unidos, pero me han dicho que es una propuesta tonta: ya hay demasiada loca ahí y eso no detuvo hasta el presente la homofobia. Además, mi superior (también él gay) me asegura que el presidente Trump coincide en esto con la derecha de la Iglesia. Como ves, tu hijo más amado pelea en varios frentes y en simultáneo, pero esta noche siento que el único que me llevará a la historia grande es aquel donde haré estallar mi cuerpo.  

Como hubiera escrito mi admirado Borges, otro gay argentino, oigo ya el silbido de las balas y me entrego a mi destino universal. Mañana, convertido en bomba gay, haré de los terroristas una marea de maracas, frotándose las partes íntimas en las trincheras y sin capacidad de respuesta. Mañana no me esperará ningún paraíso, sino algo mejor: el honor de haber muerto por América. Guárdame orgullosa”.