La alocución del presidente Mauricio Macri quizás merezca más tiempo de análisis que los dos minutos que insumió. Como preconizan estudiosos del lenguaje y de la psiquis, lo excluido (la falta) es tan importante como lo enunciado. Macri informó que habrá más de lo mismo. Aumentó, sin dar precisiones numéricas, la dosis de la medicina que viene fallando. 

Dejó afuera de sus consideraciones (de su horizonte conceptual) las facetas más preocupantes de la crisis integral que azota a la Argentina: económica, social, laboral y política solo por simplificar.

El macrismo transformó la ventaja del desendeudamiento en una suerte de castigo bíblico: la toma desenfrenada de crédito externo con escaso o nulo rédito para el endiablado mundo de la economía real.

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El Gobierno negó la estanflación durante meses. Manejó cifras ridículas al vaticinar inflación y cotización del dólar. Las consecuencias lo desmienten: son tremendos los daños causados al aparato productivo, al nivel de empleo, al valor adquisitivo de los ingresos de trabajadores, profesionales y muchos empresarios.

El sendero prometido por Macri es hipotético, inverosímil para quienes no comparten su credo ideológico y aun para una caterva creciente de quienes comulgan con él pero cuestionan su gestión. El aumento de las necesidades básicas, de la pobreza y del desempleo son menú diario para la mayoría de los argentinos.

La hipótesis oficialista, concediéndole mucho, es que esas variables mejorarán en efecto cascada, luego de frenar al dólar y bajar el riesgo país. Un discurso-diagnóstico que fracasó en muchas ocasiones, la más cercana en el año 2001.

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La huelga general-respuesta de la Confederación General del Trabajo (CGT) completa el cuadro. La mayor representación del movimiento obrero explicita que no cree en peces de colores ni en el endeudamiento serial. Y adopta, casi, la jugada única que le quedaba para mantener su legitimidad. 

Las dos CTA lanzaron su propio paro, que empalma con el de la CGT, siendo más prolongado. Las organizaciones sociales adhieren también.

Distintas modalidades de protesta social y de acción directa forman parte constitutiva, virtuosa, del sistema político. Se contraponen a las políticas públicas, eventualmente las frenan o las amortiguan. La Marcha Universitaria ha de ser, posiblemente, la más notoria de la semana tanto como una más en una serie inacabable.

Aunque la derecha afirme lo contrario, robustecen la gobernabilidad. En parte, como se dijo, porque limitan algo la tendencia concentradora y excluyente del programa económico. Y en parte porque canalizan-contienen la energía social, la bronca, las tendencias anómicas que propenden a crecer en contextos tan ominosos como el actual.

La movilización permanente, disciplinada y pacífica reduce los riesgos del “estallido” que tantos funcionarios o gobernantes (los intendentes en especial) avizoran como un escenario factible y hasta pasible de ser fechado antes de fin de año.

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“La pesada herencia kirchnerista” proporciona un colchón expandido en variados estratos sociales demarcando una significativa diferencia respecto del 2001. Millones de nuevos jubilados, de beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo (AUH) aportan ingresos antes inexistentes a las familias, en particular las más humildes. Derechos universales que prolongan el extendido modelo de protección social que construyó el populismo tan vilipendiado en la Vulgata dominante. 

También tutelan del diluvio (sin anularlo) los programas laborales o de cooperativas, en los que los gobiernos nacional provinciales o municipales disponen de mayor discrecionalidad.

   

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Macri aspiró a interpelar a “los mercados”, esos animal spirits que se obcecan en darle la espalda. Les habla con el corazón y le responden con la bicicleta o la corrida cambiaria. 

Este cronista se abstiene de predicciones sobre las vicisitudes futuras de la cotización del dólar. En esta edición, lo hacen colegas con competencia y pensamiento crítico que vienen anticipando los acontecimientos desde hace meses.

Uno solo capacita para aportes costumbristas (ejercicios de memoria) porque este derrumbe no es el primero ni es taaan distinto a los precedentes, aunque, se reitera, la coyuntura jamás es idéntica a las pasadas.

A esta altura es indubitable cuántos argentinos sobran en el “modelo de país” del macrismo. Modelo de país… expresión generosa, a la que apelamos convencionalmente. Son mayoría creciente los que “sobran”: de la clase media hacia abajo, distribuida en toda la geografía nacional.

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Macri poco les habló tal vez porque no tiene nada que decirles. No anunció medidas ni rectificaciones en el corto plazo, el que más cuenta en la vida cotidiana. Reincidió en el abuso de palabras o frases típicas, huecas: “Estas situaciones tormentosas generan angustia y preocupación en muchos de ustedes. Lo sé y lo entiendo, pero sepan que estoy tomando todas las decisiones necesarias para cuidarlos”. Verbo animista o paternalista o de un onegeísmo raído que oculta la responsabilidad de quien debe decidir, conducir, generar soluciones. 

La sociología acuñó la expresión “democracia delegativa” para designar a un sistema en el que la sociedad transfiere o cede (supuestamente) demasiados derechos o decisiones a los líderes. 

Habrá que ir pensando algún vocablo para los gobernantes que delegan a terceros (el FMI o los mercados, por caso) la representación y los deberes que le confirió el pueblo soberano. 

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