Donde radica su deseo, ahí está su corazón. Identifica y fija la meta. Izquierda, derecha y avanza con minuciosos ejercicios de coordinación en una cancha de San Fernando. Después, le quedarán dos horas más en el gimnasio. Su cabeza y su cuerpo, lejos están de detenerse. Así es la puesta a punto de un guerrero de sesera fría con capacidad para involucrarse en problemas propios, pero mucho más en los ajenos. Allí donde muchos ven un obstáculo, el Tucu -así lo llaman sus amigos- observa una oportunidad. El 4 de mayo se rompió los ligamentos cruzados de su rodilla izquierda. Fue en la victoria de Jaguares ante Chiefs, por el Super Rugby. Lejos de angustiarse, se lo tomó con dosis de buen humor, como un reposo necesario para un mejor porvenir. Fue consciente que su cuerpo le pedía momentos de descanso que él nunca estaba en condiciones de ofrecer. Sus últimos cuatro años fueron intensos. El viajar, el jugar, el estar de avión en avión, jet lag incluídos... Llegó a jugar 28 partidos por año. Siempre se encontraba al límite. “Seguro me rompí por la exigencia, pero esa son cosas que pasan en el alto rendimiento. Esto me hará volver mejor”, dice, con tono tranquilo, mientras disfruta de un café en una conversación a puro sentimiento con Enganche. 

Japón será la sede del Mundial en 2019. Y el Tucu desborda de entusiasmo al imaginarse en tierras asiáticas siendo parte del equipo. Ese es el objetivo que tiene entre ceja y ceja. Cuando habla, es medido en sus palabras: “No soy conformista y voy por más. Me preparo para ser el mejor fullback del mundo. Mi objetivo es ser el mejor para la Copa del Mundo y en salir campeón con Los Pumas. Me exijo y entreno para eso. Sé que me va a costar, miro a los rivales que tengo enfrente, sé que son buenísimos, pero mi objetivo es ser el mejor del mundo”, repite una y otra vez. 

También escucha, Joaquín. Siempre escucha. Habla si lo cree necesario. Por eso su forma de liderar es decir las cosas que él mismo hace. De otra manera, desconfía que el mensaje llegue y tenga efecto de contagio. “Si vos querés dar el ejemplo, tenés que serlo las 24 horas del día. Y sentirlo. Si no, no sirve de nada. Yo siempre fui muy introvertido. Martín, mi papá, también es igual. Cecilia, mi mamá, es todo lo contrario. Sin dudas que tomé la personalidad de mi papá. De chico muchas veces no podía sentarme a hablar con alguien cara a cara porque me daba vergüenza. En una mesa, si había más de cinco personas, yo nunca abría la boca. Pero me planteé que no quería ser así. Después uno va creciendo y la psicología deportiva también me ayudó mucho”, se convence.

Joaquin sabe muy bien que los líderes crean más líderes. Hay algo que no le gusta y eso lo puede desviar de su foco. Por ejemplo, que no lo miren a los ojos mientras transcurre un diálogo. “Sé que los tiempos cambiaron y hoy son muchos los que estamos pendientes del celular. También yo tengo esa lucha interna. Uno trata de decirles a los más chicos que presten atención. Veo que son mucho más dispersos que en mi época. Es difícil captar la concentración. Supongo que es normal. Obviamente se trabaja en eso y se trata de encontrar soluciones. Cuando arranqué a jugar en Los Pumas, no podíamos estar con el celular. Por eso desde mi lugar, trato de fomentar la conversación y que no nos maneje la tecnología. Si estoy hablando con vos, te miro a la cara”, dice, sin resignarse a vivir en el mundo virtual que en algún momento nos atraviesa a todos.  

También dispone de cautela, Joaquín. A veces en exceso y a veces por defecto. Incluso cuando las incertidumbres que ahora plantea el rugby profesional de hacer que pierda ese valor histórico del amateurismo. “Hay que tener cuidado. Los clubes y nosotros tenemos que proteger al rugby amateur. Si llega un momento que podés ser profesional, buenisimo. El que juega al rugby, lo hace para divertirse, para disfrutar”, se sincera. 

El propio Tuculet nunca tuvo su comienzo bien definido. Arrancó por pura casualidad o causalidad. Vaya uno a saber. Su deporte era el fútbol y lo respetó hasta donde pudo. Un día todo cambió, su papá lo llevó a Los Tilos, en La Plata. Ahí se modificó para siempre la ecuación. “Mis hermanos jugaban ahí, me sumé al grupo, me divertí... Ese fue mi inicio. Lo que vino después, nunca lo imaginé. Lo que más me queda del rugby es que te inculca el valor de la familia. Y eso es lo más importante”, confiesa. Y hay que creerle a Joaquín. Siempre hay que creerle. Porque su voz se serena aún más cuando nombra a su mujer Rosario y a Charo, su hija de apenas 11 meses. “Mi mujer es la hermana de un amigo mío del club. En ese momento, ella tenía 14 años y yo 16. Su familia es de Los Tilos. A partir de ahí empezamos a salir. Recuerdo que tiempo después se me presentó la oportunidad para ir a vivir a Europa. No me quería separar de ella. Por suerte Rosario me acompañó y vino a vivir conmigo, sino iba a estar triste. Era difícil para mi familia que yo me vaya con 21 años, me imagino para mis suegros que su hija con 19 vaya a apoyar al novio. Que encima no sabés cómo puede llegar a terminar todo. Hoy estoy casado, tenemos una hija. Mi mujer dejó una carrera universitaria para venirse conmigo. Sin ella, no hubiese llegado al lugar que estoy hoy”, dice, con emoción.

Fullback es la posición que mejor lo representa dentro del campo de juego. Y viene de raíz, de imitar y escuchar tanto a su padre Martín. “El nunca jugó en Los Pumas pero fue un jugador destacado en su club. Todo lo que me decía era palabra sagrada. Una vez mi viejo me dijo que todo buen fullback tiene que recibir bien la pelota. Yo me pasaba tardes y tardes pateando la pelota hacia arriba y la iba a buscar. Me ponía a patear tres horas”, comenta, fiel en sus convicciones.

Dispone Joaquín de mentalidad ganadora y de un carácter competitivo. Y asume esa responsabilidad con las consecuencias que lo acompañan. Sus amigos -los de siempre- se sienten incómodos de jugar con él. Es que siempre lo hace a ganar. Esa es su manera de divertirse. “Vos me decis ahora de jugar a algo y te voy a querer ganar. Espero que con mi hija, no me pase lo mismo (risas). Con ella quizás pare un poco la cabeza”, reflexiona. “Sé que si estoy bien fuera del rugby, dentro de la cancha no me detiene nadie. Por eso siempre me interiorizo en conocer otras personas, en capacitarme en diferentes áreas. Me gusta leer libros de liderazgo, escuchar entrevistas. A veces no para utilizarlo dentro de la cancha, sino para la vida”, resume. 

Hay alegrías que Joaquín no pretende soltar. Por eso cuando se termine el rugby, irá a buscar algo en lo cual pueda a llegar diferenciarse. Esa es su impronta. En dar siempre un poco más. Pero también se imagina jugando en Los Tilos con su hija en la tribuna mirándolo. “Lo único que tengo decidido es que quiero volver al club que me vio nacer y en buena forma. A tratar de generarle algo dentro de la cancha y espero que también afuera. Que seamos ejemplo en un montón de cosas. Viví como hincha cuando Los Tilos estuvieron entre los cuatro mejores de la URBA y quiero contagiar de esa mentalidad ganadora. Anhelo con volver en un alto rendimiento”, dice, con esperanza. 

Sabe que su deseo va más allá. Pensar en Los Tilos es repensar el encuentro con sus hermanos compartiendo una pasión. “En mi club hubo cuatro o cinco jugadores que vistieron la camiseta de Los Pumas en toda su historia. Yo fui uno de ellos. Y no llegué porque estoy sobrado. Dejé todo en cada entrenamiento para llegar. Pero lo hice feliz. Y tuve momentos que fueron bisagras, porque sino me hubieran visto ahí, después ya era tarde”, agrega. 

La primer etapa del aprendizaje es el silencio, la segunda es la escucha. Y ahí lo tenemos al nacido en La Plata. Festejando en Mendoza la victoria de Los Pumas ante Sudáfrica. En eso se encuentra Joaquín Tuculet. El Tucu. El fullback de Los Pumas. O simplemente, alguien que todo el día piensa en ganar.

 

Twitter Joaquín Tuculet (@joacotuculet)