A Audrey su novio le corta por whatsapp: “Lo siento, no da para más”. Parece el típico caso del cobarde que no es capaz de dar la cara ni para terminar con diplomacia, pero es más complicado que eso. Empieza Mi ex es un espía y lxs espectadorxs, aunque Audrey no, podemos ver que Drew (Justin Theroux), el novio en cuestión, es un agente de la CIA que cumple una misión arriesgada en Lituania, escapa de explosiones y vuela por el aire como Tom Cruise en Misión Imposible. Nada podría contrastar más con la vida medio gris que lleva ella (Mila Kunis), que es cajera en un supermercado y está estancada en esa transición a los treinta en la que parece que tendrías que tener “más”, ya sean más metas, más plata, más logros. Su amiga Morgan (Kate McKinnon) también, pero se mata de la risa, habla de sexo con la madre, coge al tun tun y es uno de esos personajes blindados a la neurosis y complejos varios a fuerza de demencia. Lo que sucede es que en el momento más inesperado Drew aparece, le revela a la ex novia su verdadera identidad y le encarga una misión delicadísima: al otro día, en un café de Viena, tiene que entregarle un pendrive a alguien.

Mi ex es un espía apenas se preocupa por la sofisticación –o falta de ella– de esta excusa, porque lo que importa es que las dos amigas se embarquen en una de espías, cosa que hacen, Morgan excitadísima como por lo visto hace todo y Audrey a su pesar. El contrapunto entre la descocada y la escéptica funciona perfecto entre los personajes y es, como era de esperarse, lo que destaca del montón a esta película que forma parte de una nueva línea de comedia que reversiona viejos tópicos con protagonistas femeninas, como fue la nueva Cazafantasmas (2016) protagonizada por Melissa McCarthy, Kristen Wiig y la misma McKinnon. Consciente de estar poniendo dos chicas en papeles que tradicionalmente serían masculinos, Mi ex es una espía, dirigida por Susanna Fogel, usa ese recurso para jugar con libertad en lugar de vender empoderamiento express, y hay un par de chistes muy buenos al respecto. El mejor, quizás, cuando alguien se refiere a un terrorista y Morgan cuestiona: “¿Un terrorista? ¿Por qué pensás que es un varón? Podría ser una mujer. Las mujeres podemos hacer todo lo que nos proponemos”. 

Con algo de buddy movie femenina y ese mismo espíritu de Frozen, lo que cuenta de Mi ex es un espía no es tanto la trama, algo mecánica, sino la mirada “desde afuera” de las chicas sobre el género de espionaje. Hay un comentario irónico también sobre los millenials, tan distintxs a esas figuras recias como Tom Cruise o Daniel Craig, de un par de generaciones anteriores, que le pusieron el cuerpo a las películas de espías. Morgan, por ejemplo, se emociona ante la figura de poder que interpreta Gillian Anderson, y hay una pareja de detectives varones “sensibles” que todo lo quieren discutir, comentar, y al parecer tienen opiniones sobre todo. En la misma línea, quizás la mejor escena de acción de la película es una persecución en Uber, y toda una secuencia de chistes con autos que se apoyan en una generación a la que ya no le resulta natural aprender a manejar un auto.

Pero más allá del diálogo con la época, lo más importante de Mi ex es un espía es la posibilidad que le ofrece a Kate McKinnon, sobre todo, para hacer de las suyas: hermosa, luminosa, con un toque de demencia en la mirada que recuerda a Will Ferrell y un cuerpo rebosante de tortez y apto para todo tipo de humor físico, que por momentos casi se metamorfosea en un mono, McKinnon –que usa casi todo el tiempo pantalón de cintura alta y tirantes negros– es Chaplin y es un clown, como lo muestra esa secuencia casi final en la que nada le importa más que colarse en un acto del Cirque du Soleil y colgarse de un trapecio. Alguna vez, y sobre todo a partir de Damas en guerra (2011), se discutió si la comedia con mujeres tenía que basarse en algún tipo de humor específicamente femenino y otras veces se le reclamó ser modélica, pero si hay alguna potencia de la comedia femenina es darle a este tipo de actrices espacio para brillar.