En tiempos en los que el exilio aparece como una salida posible, hay un grupo de argentinos que lleva varios años viviendo lejos del país y que logró construir una tribu futbolera en Oceanía. Es habitual escuchar historias de jóvenes que se van a probar suerte a Nueva Zelanda, Australia y varios países de Europa. Lo que no es habitual es descubrir que esos mismos jóvenes son capaces de crear un equipo de fútbol. En Auckland, a 10.000 kilómetros de Buenos Aires, 17 argentinos comparten el plantel del Catimba Greenhithe.

Según el informe anual de Futbolistas Argentinos Por el Mundo, es el club con más compatriotas fuera del país. “En el plantel hay 17 jugadores argentinos, el capitán es argentino, el entrenador es argentino, el preparador físico es argentino, la nutricionista es argentina, y hasta el parrillero es argentino”, dice Marcelo Eichelberger, el presidente del club, un brasileño que tiene tatuado a Carlos Bilardo en su pantorrilla. Antes de que el escudo sea una sobria pelota blanca rodeada de verde, el logo de Catimba solía ser Bilardo sosteniendo el clásico bidón que le dio a Branco. Incluso, en algunas banderas del equipo se advierte una frase que es parte de la identidad del grupo: Bilardistas Forever. “Es que Catimba es una expresión que tenemos en Brasil para calificar al fútbol argentino: puede ser amarrete, conservador, sucio. Y ese es el fútbol que representa Bilardo, a quien yo admiro”, explica Marcelo por teléfono.

Todas las mañanas, antes de ir a ver jugar a Catimba, Marcelo come la misma arepa en el mismo restaurante de un amigo venezolano, viste la misma ropa, llega a la cancha a la misma hora, y ordena las camisetas en el vestuario de la misma manera. Marcelo aplica un bilardismo explícito: es un brasileño discípulo de la escuela de Estudiantes de La Plata.

“Sí, tenemos un presidente bilardista, pero también un técnico menottista. Ahí hay un choque de ideas”, dice Nicolás Fetter. Tiene 31 años, es cordobés y vive en Auckland hace cinco años. “Nueva Zelanda es un país muy estable, sin inflación, y con salarios un poco mejores que en Argentina. Acá podés pensar a largo plazo, tenés una capacidad de ahorro, y la gente es muy educada, muy tranquila”, dice ya asentado en la capital del país. Aunque nunca había jugado al fútbol de manera formal, es el goleador de Catimba.

“Al principio arrancamos como un grupo de amigos que se juntaba a jugar a la pelota, y nunca pensamos que esto podía crecer tanto. Marcelo, Fernando y un grupo de personas le pusieron muchas ganas a esto”, cuenta Fetter.

Marcelo y Fernando Caraballo empezaron el proyecto como comienzan las cosas improvisadas: sin saber qué estaban haciendo, sin saber qué querían hacer. Arrancaron reuniéndose con un grupo de latinos para jugar al fútbol en una cancha de cinco que al poco tiempo les quedó chica. Compraron arcos desmontables, y los armaban todos los viernes en un parque: llevaban los arcos, las pelotas, las cervezas. Empezaron siendo treinta personas. El rumor se esparció: había latinos –argentinos– jugando buen fútbol en un parque de Auckland. Llegaron a juntar 70 personas. Y decidieron armar un equipo. Jugaron un torneo amateur, y después otro, y entonces consiguieron un club que les prestó el nombre para competir en los torneos oficiales, y en agosto salieron campeones.

Todo se desarrolló con tanta firmeza que ahora Catimba tiene cinco planteles: la Primera, la reserva, un equipo para mayores de 35 años, la cuarta división, y un conjunto femenino. Este año, entre todos los equipos, ganaron cuatro campeonatos. En el futuro planean armar una estructura de divisiones inferiores.

En Catimba ya nada se improvisa, y ahora hay reglas serias: hay entrenamientos tres días a la semana, hay análisis de videos para conocer a los rivales, y hay un cuerpo técnico muy amplio. Hay, también, encuentros para ver por televisión la fecha del fútbol argentino. Caraballo, el entrenador, fomenta los vínculos entre los jugadores. “El objetivo es que en el largo plazo es que podamos juntarnos todos en un quincho a comer un asado y reírnos como amigos”, cuenta. Nació en Buenos Aires y lleva doce años en Nueva Zelanda. Jamás había sido director técnico. “Yo soy hincha bastante enfermo de Independiente, y siempre miré mucho fútbol. Aunque nunca había dirigido, tenía todo en la cabeza. Me preparé. Hice el curso, leí muchos libros. Le puse onda para que funcione. Y funcionó”, dice.

Instrumentó un 4-3-3 con salida a ras de piso, presión alta, y muchos futbolistas técnicos. El juego de Catimba va contra su nombre: cuidan la pelota, atacan los espacios, y buscan dar un lindo espectáculo. Caraballo da las indicaciones y las charlas técnicas en inglés porque hay cinco jugadores –tres brasileños, dos italianos– que no hablan español. Pero impuso otras costumbres argentinas, como el asado: “Es una manera de integrar a la gente, y lo valoramos mucho”, dice Marcelo.

Catimba se convirtió en una especie de embajada nacional incrustada en la calma neozelandesa. Cada día que juega el equipo hay 150 personas –latinos, y en su mayoría argentinos– en las gradas. Comen choripanes, cantan canciones de cancha y hablan en español. “Los sábados que jugamos voy a las 10 de la mañana a la cancha. Veo el partido de la reserva y me tomo unos mates. Después de jugar comemos un choripán y vamos a un bar a tomar algo. Se armó una gran familia”, dice Fetter. El equipo principal compite en la tercera división del fútbol local, y el próximo año subirán a la Division 2. Alcanzar la elite del fútbol en tierras de los All Blacks es una utopía: el único certamen profesional es el Premiership, donde solamente participan diez franquicias. La masiva presencia de argentinos forjó la personalidad del plantel: son aguerridos, competitivos. “Queremos ganar como sea, nos matamos. Eso es muy nuestro”, señala Fetter. “Ya no podría traer a un entrenador kiwi para dirigirnos porque no entendería el sentimiento de esta comunidad, que es lo más importante de todo”, dice Marcelo. “Es que el grupo, al final, es lo más importante”, indica Caraballo.

El equipo con más argentinos del mundo no es simplemente un club: es un plan fijo un día del fin de semana, es un espacio autóctono en tierras ajenas. “Queremos generar un ambiente no solo para argentinos, sino también para todos los latinos que quieran disfrutar. Y que sea el equipo lo que nos represente”, explica Marcelo. El fútbol es, de algún modo, una píldora contra el desarraigo.