Ocho de cada diez francesas reconocen haber sido víctimas de acoso callejero. Así y todo, fue necesario ponerle un rostro -golpeado- al problema para que el debate volviera a abrirse en el país de la liberté, égalité, fraternité. El caso, reciente y viral, recorrió el globo: Marie Laguerre, una estudiante de ingeniería civil de 22 años, volvía a su casa el martes 24 de julio cuando, a las 6 y media de la tarde, un tipo empezó a espetarle frases, siseos, gestos y soniditos lascivos. Lejos de dejarse amedrentar, ella se paró en seco, giró y le dijo al agresor: “Callate”. Inocente réplica que encendió al colérico varón, evidentemente desacostumbrado a tamaña muestra de rebeldía. Tomó entonces el hombre un cenicero –de la mesa de un bar de Boulevard de la Villette, frente al cual transcurrió la escena– y se lo tiró a Marie por la cabeza. No dio en el blanco, afortunadamente. Errar el tiro lo encolerizó aún más: caminó entonces hasta ella y le dio tremendo puñetazo en el rostro. Aunque inicialmente fue increpado por algunos clientes del bar que salieron en defensa de Marie, el hombre escapó. No corriendo... caminando. 

Desde entonces, el golpazo, capturado por las cámaras de seguridad del bar, devino símbolo de acoso callejero en Francia. Marie, que se hizo de una copia del video para hacer la correspondiente denuncia, lo subió a redes al día siguiente, el 25 de julio, con un descargo que circuló entre millones de personas. “No pude ni puedo callarme. No creo que ninguna mujer deba callarse”, decía en ese momento. Acto seguido: cantidad de respuestas de apoyo en inglés, en portugués, en italiano, en castellano; de mujeres de Colombia, Irak, Japón, Inglaterra... “¡Mi total solidaridad! Gracias, Marie Laguerre, por tu coraje ¡Hay que acabar con el acoso!”, se hizo inmediato eco Anne Hidalgo, alcaldesa de París. Marlène Schiappa, ministra nacional de Igualdad de Género, también se refirió al tema: “No es aceptable que en Francia, en el 2018, las mujeres sean golpeadas en la calle cuando se niegan a ser insultadas cuando caminan. Es un asunto fundamental de libertad”.

ML sabe que ha tenido “suerte”: el golpe la dejó mareada (y muy asustada) por unos días pero sin marcas permanentes; el dueño del bar le facilitó velozmente las cintas de seguridad; el policía que le tomó la denuncia fue inhabitualmente amable; el agresor eventualmente fue atrapado y será enjuiciado en octubre… “El acoso es un fenómeno sistemático que afecta a todas las mujeres del mundo”, dice hoy Laguerre, que quiere aprovechar la atención recibida para aportar su granito de arena a la causa contra el acoso callejero.

Por eso, con ayuda de la agrupación feminista Les Effronté·es, Laguerre ha lanzado una plataforma para que mujeres compartan anónimamente las situaciones de acoso callejero, laboral, en ámbitos privados que han vivido: el sitio Nous Toutes Harcelement, que solo en su primera semana, reunió más de mil testimonios en primera persona. Testimonios que, a su vez, son compartidos en un perfil homónimo de Facebook y publicados en Twitter bajo el hashtag Ta Geule!, con doble intención: que las muchachas hagan catarsis colectiva, que las autoridades comprendan la honda gravedad del asunto. Además, en paralelo, ha iniciado la muchacha una campaña, que suma ya a razón de 80 mil firmas, para que todos los niveles de educación formal aborden el sexismo, amén de educar igualitariamente a las más jóvenes generaciones (“Para darle pelea al acoso, debemos enseñar a los más pequeños que el comportamiento sexista es intolerable; que las mujeres no estamos a disposición de los varones”). Pide también ML que el gobierno cree iniciativas nacionales de concientización contra el acoso que se transmitan en medios masivos, en internet, en medios de transporte...

“Estas iniciativas le han valido a Marie una venidera reunión con la ministra Schiappa”, cuenta el diario Liberation. Schiappa, por cierto, es la mujer que impulsó la ley aprobada el pasado 1º de agosto por el parlamento galo que planta cara al acoso callejero, con multas de 90 a 750 euros (o 3 mil, en caso de reincidencia) a quienes molesten, persigan o amenacen a las mujeres en la vía pública. Una ley que establece como delito la “ofensa sexista y sexual” y pena “los comportamientos o comentarios degradantes o humillantes, que generen una situación intimidatoria hostil u ofensiva”.

“Cuando la vasta mayoría de los hombres quiere seducir a una mujer, no sale a la calle, se obsesiona con una transeúnte, la llama puta y le pide su teléfono 45 veces mientras intenta tocarle el culo. Que haya sosiego entre varones: no estamos aniquilando el arte del cortejo”, había expresado Schiappa ante las reiteradas críticas de políticos de derecha, aparentemente preocupados porque la ley pusiera coto a lo que ellos entienden por levante. Aprobada por unanimidad días después de que el caso de Laguerre se viralizase, se cree que la indignación internacional que generó el puñetazo contra Marie fue decisivo a la hora de los votos.

¿Sirven realmente las multas para prevenir la gradación de la violencia sexista y reducir el umbral de tolerancia de la sociedad frente al acoso callejero? Marie Laguerre reconoce que son un paso en la dirección correcta, pero entiende que no es suficiente: considera que, para dar combate al acoso, es necesario enseñarle a los chicos desde el jardín de infantes que ciertos comportamientos son inaceptables. Y ya ha plantado bandera.