Durante miles de años, las condiciones de vida en las sociedades, cuya mano de obra se sustentaba en el uso de la esclavizada energía humana o animal y en máquinas simples rudimentarias, estuvieron caracterizadas por el empobrecimiento colectivo, analfabetismo y períodos recurrentes de crisis económicas y hambrunas. Sin el uso de maquinarias automatizadas y, por ende, con nulo o limitado desarrollo de la ciencia pura, hasta las poblaciones más prósperas de cada época tenían que emplear del 75 al 80 por ciento de su fuerza laboral en la agricultura. 

El dramático contexto de desvinculación (y opresión) entre decisiones políticas, ciencia y trabajo cotidiano solo pudo comenzar a ser alterado, no sin sufrimiento y largas luchas intelectuales, desde de los siglos XV a XVII. La aparición de la imprenta permitió la difusión de una nueva teoría astronómica (heliocentrismo), concebida por genios de la época como Nicolás Copérnico, Johannes Kepler o Galileo Galilei. Así, del estudio del movimiento de los planetas y otros cuerpos del espacio, se desprendieron notables conocimientos relacionados con la naturaleza del aire, la materia, el calor y el vacío, dándose inicio a una inigualable gesta cultural denominada Revolución Científica. 

La brillante vinculación entre ciencia pura e invenciones técnicas condujo al diseño de automatizaciones, siendo la máquina de vapor (el símbolo de la Revolución Industrial y una verdadera hazaña de la cultura humana) el medio que permitió incrementar, como nunca antes, la productividad laboral y el aprovechamiento de los recursos naturales. La sometida fuerza laboral, afortunadamente, por primera vez, estaba en condiciones de ser liberada del durísimo trabajo de los suelos, posibilitándose de manera simultánea la paulatina aparición, a gran escala, de los oficios y profesiones que permiten mejorar nuestra calidad de vida.

Ciencia pura

En un corto período de tiempo, la automatización mecánica fue adaptada a las más importantes industrias generadoras de trabajo y tecnología (elevación de agua, siderurgia, minería e hiladoras y telares textiles, maquinaria agrícola), iniciándose la era del predominio económico–cultural de aquellas sociedades donde la ciencia pura fue institucionalizada, esto es, apoyada por el poder político para su enseñanza en universidades, academias y diferentes ámbitos educativos.

En definitiva, ya hacia el siglo XIX se distinguía claramente entre dos tipos de sociedades: las industrializadas y las no industrializadas, lo que igualmente significa distinguir entre sociedades desarrolladas y subdesarrolladas. Como una muestra de la directa relación entre ciencia, tecnología y trabajo, cabe destacar que hacia el año 1840, en Inglaterra, los textiles confeccionados con hilados y telares automatizados originaban el 75 por ciento del empleo industrial.

Lamentablemente, la debacle económica y el empobrecimiento masivo de las sociedades virreinales basadas en industrias artesanales, entre las cuales se encontraban las actuales provincias argentinas, iba a ser la contrapartida del ya consolidado y creciente desarrollo científico–tecnológico europeo, como consecuencia del fomento del “libre comercio”, el habitual e inseparable complemento del subdesarrollo científico e industrial.

Sumisión

Ya desde antes del año 1800, la introducción descontrolada de productos manufacturados procedentes de Europa provocó innumerables pérdidas de fuentes de trabajo, despoblamiento de las provincias interiores (otrora las mayormente habitadas) y un continuado éxodo poblacional hacia la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, que aún hoy en día sigue evidenciándose de manera preocupante. 

En al ámbito local, los desiguales intercambios comerciales de manufacturas industrializadas por materias primas de origen agropecuario, únicamente, favorecieron a un reducido grupo exportador conformado por grandes ganaderos, a la vez que, de manera sistemática, el modelo económico “liberal” adoptado solamente pudo ser sostenido con la permanente toma de deuda externa. 

Definitivamente, no había otra forma de abastecerse de ingenieros, médicos, medios de transporte, acero, libros, carbón mineral, vestimentas, manufacturas ni cualquier otro conocimiento, bien o servicio avanzado, ya que por entonces, el trabajo nacional se encontraba totalmente desvinculado de los conocimientos de la ciencia pura. Y así, ante la libre competencia extranjera, sus costos resultaban prohibitivos. 

Como síntesis de esta lapidaria sumisión tecnológica, hasta la creación de la carrera de Ingeniería en la Universidad de Buenos Aires (año 1866), en la actual Argentina no había ni siquiera un solo establecimiento educativo para el estudio de ciencias avanzadas.

Política

Los nefastos resultados del individualismo y clasismo de las clases agro-ganaderas locales, la influencia de los industrialistas británicos, el persistente endeudamiento externo y la obstinada defensa hacia un arcaico modelo agro-exportador asentado durante casi todo el siglo XIX, pueden resumirse en los siguientes números: según el Censo Nacional de 1895, en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores ya vivía casi el 26 por ciento de la totalidad de la población argentina, mientras que, el mismo Censo de 1895 establece la existencia de una cifra aterradora del 70 por ciento de ausentismo escolar y la no menos triste cifra del casi 60 por ciento de analfabetos, cuando en los Estados Unidos el 85 por ciento de los niños ya concurría a las escuelas.

La fuerza laboral, además de distinguirse por la universalización de una mano de obra analfabeta, también era muy barata. Desde las miradas clasistas y elitistas, se decía (y aún se repite) que la Argentina era el “granero del mundo” y casi que una potencia mundial.

En nuestro país, tras siglos de dependencia tecnológica, la verdadera posibilidad de vincular conocimientos científicos con trabajo y actividades cotidianas llegó desde dos lugares complementarios: a partir del surgimiento de nuevas formas de aprovechamiento de la materia y la energía (principalmente, generación eléctrica y aprovechamiento de hidrocarburos) y, al acceder al poder político, gobiernos más bien alejados de los intereses económicos más concentrados.

Desde entonces, la tardía vinculación entre política, fomento de la ciencia pura y sus aplicaciones para el mejoramiento generalizado de la calidad de vida se manifiesta objetivamente a través de la creación de empresas estratégicas como Obras Sanitarias de la Nación, la emblemática Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), Gas del Estado, Altos Horno Zapla, Somisa, Ferrocarriles Argentinos,centrales eléctricas de origen térmico, hidráulico y hasta nucleares, como también, centros de investigación de primer nivel como el INTI, el INTA, el CONICET, el Instituto Balseiro, y la profundización en la creación de Universidades Nacionales gratuitas para el estudio de carreras de ingeniería y especialidades científicas basadas en la física, la química y la matemática avanzada.

Si los datos del lejano censo de 1869 indicaban un 71 por ciento de analfabetos para los habitantes mayores de catorce años, el censo de 1970 señalaba un analfabetismo total del 6,4 por ciento entre los hombres y un 8,1 por ciento entre las mujeres, estadísticas que demuestran el extraordinario avance que se produjo en la cultura de la sociedad argentina, a medida que la industrialización y las aplicaciones de la ciencia pura se iban incorporando a la vida cotidiana.

Es decir, en la Argentina, el análisis de nuestra historia demuestra que, las mejoras en la calidad de vida de la población (tasa de natalidad, mortalidad infantil, acceso al agua potable,tasa de alfabetización, condiciones laborales en cuanto a salud e higiene, esperanza de vida, uso de recursos naturales desaprovechados, obras de infraestructura) solamente pudieron alcanzarse mediante la acción sostenida del Estado en la conformación de estratégicas empresas públicas o mixtas, la inauguración de Universidades Nacionales de acceso gratuito y la creación de numerosas instituciones científico-tecnológicas. 

En otras palabras, al igual que lo ocurrido en cualquier otra sociedad desarrollada, la calidad de vida únicamente pudo ser alterada de manera positiva cuando los conocimientos de la ciencia pura y empírica fueron vinculados y sus aplicaciones más importantes (como el electromagnetismo, la electrónica y el motor de combustión interna) comenzaron a ser parte inseparable del trabajo cotidiano y la vida diaria.

Subdesarrollo

En nuestra actualidad, de manera similar a lo ocurrido durante prácticamente todo el siglo XIX y los años de la aciaga dictadura cívico–militar y el menemismo, los ataques de un pobre Gobierno (que según lo expresado en la campaña electoral, considera más importante la creación de jardines de infantes que Universidades Nacionales) hacia organismos como el Conicet y los crecientes problemas presupuestarios en los ámbitos educativos constituyen una clara muestra del desdén y desprecio por el desarrollo autónomo. 

En la búsqueda de una malintencionada reprimarización de la economía argentina que solo favorece a los exportadores agroganaderos, y que genera trabajo decoroso para tal vez no más de la mitad de nuestra población, las instituciones científicas, tecnológicas y educativas carecen de sentido. Y es por eso el ataque, el desprestigio, la intencionalidad de desfinanciamiento y la pretensión de desguace. 

Para una clase política gobernante formada ideológicamente en el individualismo, la otredad y en la estigmatización hacia los menos favorecidos, la ciencia no solo que no es inversión a futuro, sino que tampoco es considerada una herramienta indispensable para la generación de tecnologías e industrias nacionales.

En el corto plazo, la toma de deuda externa destinada fundamentalmente a la fuga de capitales continuará ocultando las políticas vacías de contenidos, por supuesto, incapaces de generar fuentes dignas de empleo. Ya en pocos años, la crisis social será inocultable y, ni siquiera, los medios de comunicación masivos (hoy oficialistas) podrán disimularla. Los contextos de desempleo, marginalidad e inseguridad cada vez más alarmantes serán, nuevamente, una consecuencia del subdesarrollo científico-tecnológico.

* Ingeniero Civil (UBA).


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científicos

  • El análisis de nuestra historia demuestra que las mejoras en la calidad de vida de la población solamente pudieron alcanzarse mediante la acción sostenida del Estado.
  • Esa mejora se originó con la conformación de estratégicas empresas públicas o mixtas y con la inauguración de universidades nacionales de acceso gratuito.
  • También con la creación de numerosas instituciones científico-tecnológicas.
  • Como en cualquier otra sociedad desarrollada, la calidad de vida pudo ser alterada de manera positiva cuando los conocimientos de la ciencia pura y empírica fueron vinculados y sus aplicaciones más importantes comenzaron a ser parte del trabajo cotidiano.