“Civiles chaqueños disparando contra sus vecinos... Matan a un niño y hay macristas que lo justifican... para seguir hablando de los microfascismos”, tuiteó el doctor en Historia Ezequiel Adamovsky la semana pasada, invitando a releer un ensayo suyo de la época de la desaparición forzada de Santiago Maldonado. Desde entonces, dice, las cosas cambiaron para peor. Los asesinatos de niños como Facundo Burgos o Ismael Ramírez, las agresiones a chicas por usar pañuelo verde o hablar con lenguaje inclusivo, la tortura de la maestra Corina De Bonis y las justificaciones de estos y otros hechos por parte de funcionarios y de algunos opinadores parecen parte de un continuum de terror que Adamovsky analiza como expresiones de microfascismos. En esta entrevista explica el concepto y desmenuza la situación política y social.  

Adamovsky es doctor en Historia por el University College London, investigador independiente del Conicet y profesor de las universidades Nacional de San Martin y de Buenos Aires. Su artículo, “¿Qué hacer con el microfascismo?” publicado en la revista Anfibia, actualizó un concepto con historia y raigambre en Argentina (ver aparte). 

–¿Cómodefine el microfacismo? ¿Por qué micro? 

–Tomé el término de Gilles Deleuze y lo usé para definir un tipo de reacción que estoy viendo mucho entre la gente común que apoya al gobierno actual, de intolerancia y nerviosismo contra cualquier cosa que huela a política, a solidaridad con los más pobres o a defensa de derechos colectivos. Deja ver un deseo imperioso de que todo eso desaparezca ya, que se conduce rápidamente a una agresión. Suele ser verbal, pero también vimos ataques contra autos que llevaban algún cartel que no gustaba o contra locales partidarios y también hubo ataques físicos. Algunas personas se quejaron de que lo llamara “micro”, porque entendían que estaba minimizando el problema. Pero lo “micro” no es por “pequeño” sino por lo difuso, porque es capilar y está en todas partes. 

–Su ensayo sobre el tema es de la época de la desaparición forzada de Santiago Maldonado, ¿nada cambió desde entonces?

–La verdad es que cambió para peor. Las reacciones ante el asesinato de Rafael Nahuel, el modo en que salieron a demonizarlo, fue similar a lo de Santiago. Pero luego los asesinatos de niños como Facundo Burgos o Ismael Ramírez dieron lugar a agresiones contra su memoria y contra quienes reclamábamos por sus vidas francamente escalofriantes. El movimiento feminista e incluso algo tan inofensivo como usar lenguaje inclusivo generan reacciones de odio increíbles. La tortura de la maestra Corina De Bonis es un paso más. No sabemos quiénes fueron, quizás los mandó alguien, pero tranquilamente pudo ser una agresión microfascista. 

–Los microfascismos no son nuevos, ¿qué tienen de particulares en este momento y en Argentina?

–Creo que tiene que ver con el momento político en el que estamos. La hostilidad frente a “la política”, a lo que se percibe como desorden, emerge por el agotamiento del horizonte que propuso el kirchnerismo, que planteó una hiperpolitización y nociones fuertes de lo colectivo, junto con una retórica de avance de derechos asociada a la confrontación con las corporaciones. Mientras ese horizonte resultó convincente, mientras la sociedad creyó que marchábamos a un futuro mejor, los diversos “desórdenes” que se apilaron resultaron tolerables. Pero es un horizonte que ahora está agotado o al menos perdió algo de su credibilidad. Sobre esa desilusión colectiva hizo pie el macrismo, cuando invitó a confiar en una imagen alternativa de futuro más modesta, con el horizonte del progreso individual en el centro de la escena. Si ese es el horizonte, se supone que cada cual debe ocuparse de sus asuntos privados y que “la política” no debe traer interferencias indebidas. En mi artículo para la revista Anfibia decía que es ese horizonte –“agarrar la pala” y dejarse de joder con los cartelitos, las movilizaciones y las consignas– el que mucha gente siente amenazado cada vez que alguien plantea un reclamo colectivo. 

–¿Qué rol tienen los políticos y los formadores de opinión para fomentarlos?

–Un rol central. Hay gente que viene instigando un odio cotidiano, venenoso, que es el que impulsa estas reacciones. Y también guiños desde el Gobierno que dicen que esas agresiones son justificadas. Cuando Alfredo Leuco dice que estamos en guerra, cuando Baby Etchecopar insulta a “los negros”, cuando la TV se llena de energúmenos que dicen que los políticos son parásitos o que Roberto Baradel nunca fue docente, son palabras que tienen consecuencias. Cuando desde el gobierno Patricia Bullrich inventa amenazas inexistentes o cuando Mauricio Macri visita a un policía que está siendo procesado por homicidio, se está validando la violencia. Y a eso hay que sumar la sospecha de que el Gobierno financia todo un ejército de trolls que mienten, difunden fotos falsas y meten veneno diariamente en las redes sociales.

–¿Todos tenemos un enano fascista adentro o ese dicho es solo un lugar común?

–Diría que la demanda de orden es hasta cierto punto legítima y que cualquiera puede reaccionar agresivamente si se ve amenazado por el prójimo. Por eso es tan importante que desde el poder y desde los medios no traten de sacar justamente lo peor de cada uno, que es lo que está pasando ahora.

–¿Aquiénes les convienen los microfascismos? 

–A la derecha. Siempre. Surgen de un impulso interno –una “pasión” llamémosle– de derecha y alientan a que se tome el tipo de medidas antisociales que propone la derecha. 

–¿Cuáles son las salidas posibles?

–Para empezar, detener la prédica del odio que viene desde arriba. Luego, las personas con llegada a la población tienen que tener la responsabilidad de explicar pacientemente y siempre que no existe felicidad individual aislada de la comunidad, que la comunidad no se sostiene sin derechos garantizados para la mayoría y que esos derechos vienen como logros de luchas y reivindicaciones colectivas. Es preciso explicar, porque la gente no lo sabe, que el aguinaldo que tanto le gusta cobrar fue fruto de luchas sindicales. Que puede votar a Macri o a quien quiera porque hubo tremendos conflictos para ampliar la ciudadanía. Que un subsidio por desempleo dinamiza la economía y genera bienestar de muchas más personas, además de quienes los reciben. Que si una huelga gana un aumento del salario mínimo, suben las escalas salariales de todos. El problema es que la ideología de mercado apunta justamente a que no veamos todos estos lazos que nos unen.