“Es un ciudadano sano y querido, si no hay riesgo de fuga, debería estar con la familia”, aseguró Mauricio Macri en septiembre de 2016 al conocer el asesinato de Brian González. Y así fue. La absolución de Daniel Oyarzún, el carnicero (vaya metáfora), es el cierre de un círculo que atestigua cómo se entiende la seguridad, la inseguridad y la justicia en los relatos de la Argentina reciente. 

Independientemente de las características de la decisión tomada por el jurado popular, este caso revela un modo de vivir nuestro entorno actual. La justicia por mano propia hoy parece transformarse legal y gubernamentalmente en legítima defensa, tanto de civiles como de integrantes de las fuerzas de seguridad. Al menos en los relatos oficiales y mediáticos no es culpable quien actúa de manera extremadamente violenta ante aquello que pueda considerar injusto. 

Como si viviéramos en un cuento infantil, los nuevos relatos de la Argentina reciente incluyen héroes, villanos y justicias en la injusticia. En estas historias, el Estado abandona su ropaje protector, su rol presente que piensa en el bienestar de todos y todas. Ese Estado flan (según las últimas metáforas capocómicas y oficiales) se convierte en un padre que reniega de su rol social y que comienza a responsabilizara los ciudadanos en términos individuales. 

El Estado social (que al menos en teoría debería ser el garante de la seguridad como bien común)se transforma en Estado postpenal donde la responsabilidad individual es la máxima que dirige cada acción. Si sube el gas, abrígate; si el asado es caro, comé osobuco; si el colectivo es imposible, usá la bicicleta. ¿Estás inseguro? Armate. ¿Te robaron? Golpeá y matá. Luego, “estamos con vos, para apoyarte”. Porque es un Estado que, además de reprimir y encarcelar, educa en la individualidad. Y si te va mal o algo te pasa, debés saber que “vos te lo buscaste” o “por algo será”. 

Se trata de la misma individualidad y moral de los territorios narrados por los hermanos Grimm. Los bosques de la escasez y el peligro en los que Hänsel y Gretel son abandonados a su suerte por padres que no los pueden alimentar por dificultades económicas. El bosque donde dos pequeños inocentes reconocen el riesgo y lo resuelven incinerando a la bruja con una sonrisa en sus caras, sin culpa por la muerte. Y, como si esto fuera poco, los territorios de la abundancia donde la acción individual y violenta los lleva a encontrar un tesoro que ofrecen a sus padres otrora pobres y abandónicos. 

El Estado de hoy no desaparece, está quizás más presente que nunca educando en la individualidad. Y si los individuos hacen “las cosas bien”, el Estado allí estará para acompañarlos. Si algo significa la llamada doctrina Chocobar es el triunfo de la acción individual, así sea ilegal. Un policía que confía en su instinto corre al delincuente y lo mata por la espalda, sin que su vida corra peligro. Luego, en la espalda del héroe llega una palmadita a cambio de la bala y un retrato en la Casa Rosada. 

Oyarzún es la contracara civil de Chocobar. Porque la legítima defensa implica la decisión individual sobre una base moral del sálvese quien pueda. En el Estado post penal, la sonrisa de alegría de los inocentes frente a las brujas ardiendo en su hoguera muestra el fin de los lazos sociales. Y, a la vez, revela el inicio de una era en la que el buen ciudadano parece ser quien aprende a usar las pocas armas con las que cuenta, así sea una estufa para quemar a la bruja o un paragolpes para aplastar al delincuente.