La del brasileño Adirley Queirós es una de las visitas más destacadas de esta novena edición de CineMigrante: el foco retrospectivo de su obra, integrada por tres largometrajes y dos cortos, permitirá acercarse a una de las voces más radicalmente originales del cine producido en el país vecino. En sus películas, ficción y documental se entrelazan de manera tan firme que resulta imposible separarlas y en todas ellas el personaje más importante tal vez sea la ciudad que le da marco a las historias: Ceilândia. Allí, en esa urbe satélite nacida de un movimiento de migración relámpago y forzoso, se asentó siendo muy pequeño, junto a su familia, Queirós. “La ciudad es de 1971 y yo soy del 70, por lo que tengo la misma edad que la ciudad”, afirma el realizador, en comunicación telefónica con PáginaI12 días antes de viajar a Buenos Aires. “Es como si la historia de la ciudad fuese también la mía; yo no vi la historia de Ceilândia, la he vivido. Como tantos otros, como otras miles de personas. Me gusta mucho filmar acá ya que están todos mis amigos, mi familia”. C.E.I.: Centro de Erradicação de Invasões. El nombre de la ciudad explica su origen: las favelas (“invasiones”) que fueron formándose alrededor de Brasilia, habitadas en su mayoría por los trabajadores que ayudaron a construir la nueva capital brasileña, fueron erradicadas a comienzos de los años 70, sus moradores trasladados a la periferia en barrios especialmente creados.

  A Cidade é Uma Só? (2011), el primer largometraje de Queirós, toma prestado su nombre de un jingle publicitario de comienzos de los años 70, cuando nacía la ciudad de Ceilândia, aunque agregándole un enorme signo de interrogación. “La intención original era hacer un documental clásico. El film surge de un concurso gubernamental a partir de la conmemoración de los 50 años de la fundación de Brasilia. Claro que la idea oficial era cercana a la celebración, algo más bien publicitario. Al ganar el concurso y comenzar con el proceso de preproducción, entré en crisis, porque el contacto con la memoria de la ciudad me incomodaba. La memoria se vuelve reaccionaria muy fácilmente y al comenzar a hablar con personas de mi edad, de mi generación, me di cuenta de que para muchos de ellos el fútbol es malo, el rap es malo, todo aquello ligado a las nuevas generaciones les parece poco relevante. Fue allí cuando decidí crear algunos personajes de ficción para sumarlos al tronco documental, para que ellos pudieran ser una suerte de alter egos de mi persona. La memoria de los primeros moradores de aquí no es precisa, es como si tuvieran una necesidad de limpiar los recuerdos. En cuanto a lo político, hay que decir que la izquierda también es muy reaccionaria en términos de lenguaje cinematográfico. Eso me incomodaba mucho y decidimos que si ésta era la única película que íbamos a hacer, teníamos que ir a fondo.

–En esa película se narra la historia de la ciudad a partir de un puñado de personajes. ¿Cuánto hay allí de ficción y cuánto de registro documental?

–Me gusta pensar que mis películas conjugan algo así como una etnografía de la ficción. Les propongo una ficción a los personajes y, a lo largo de un tiempo extenso, ello se transforma en una suerte de etnografía. Por ejemplo, ahora estoy preparando una película en la cual cuatro mujeres de Ceilândia descubren que hay petróleo y declaran su independencia de Brasil. Con ese punto de partida, tienen un año para pensar cómo sería hallar petróleo en el fondo de sus casas. Colocamos las máquinas, explicamos los procesos. ¿Cómo se apropian esas personas de ese nuevo imaginario? La ficción trasladada a los actores no profesionales posee una relación muy distinta a la tradicional, donde un texto se asimila y se repite. El texto se vive, con sus pretensiones, con sus problemas.

–En su segunda película, El blanco sale, el negro entra, aparecen conceptos ligados a la ciencia-ficción, que toman por asalto la narración de su último largometraje, Era uma Vez Brasília. Al mismo tiempo, lo político adquiere un papel cada vez más preponderante, a tal punto que se escuchan discursos de Dilma Rousseff y Michel Temer.

–Crecí viendo películas como Mad Max. Me gusta mucho la ciencia-ficción. En un primer momento, no teníamos la intención de incluir elementos de la coyuntura política. La idea original para Era uma Vez… siempre fue la siguiente: un personaje del futuro viaja en el espacio con la intención de llegar a Brasilia y matar a Juscelino Kubitschek, presidente de Brasil entre 1960 y 1964. Este personaje debía caer justo enfrente de mi casa; claro que en aquella época era apenas un desierto. Finalmente aterriza en las coordenadas correctas, en el espacio adecuado, pero en otro tiempo, más cercano a la actualidad. Originalmente iba a ser una comedia, en la cual el personaje nunca sabe bien dónde está. Pero justo cuando comenzamos a filmar se produjo el golpe judicial, el impeachment. Y eso nos marcó mucho, a mí y al equipo. Cuatro personas, siempre somos pocos. 

–La estética de sus últimas dos películas cruza la imagen de una sociedad distópica con los conceptos de invasión y resistencia.

–En Brasil, la derecha se comporta como lo hacían los grandes revolucionarios de los 70, con mucha gente en la calle. Muy cínico todo. La intención era que la forma de contar esta película debía ser un retrato de la inmovilidad. No conseguimos nada, estamos presos de un lugar. La vanguardia brasileña de la izquierda es de clase media, que ocupa de manera importante las disputas políticas. Pero las grandes masas trabajan, no tienen forma de ir a las manifestaciones. Esa es la estructura de la periferia brasileña. Lo que más me interesaba era contar quiénes son esas personas que podrían transformarse en la resistencia, por llamarlo de alguna manera. Para ello, utilizamos apenas algunos elementos y lugares, siempre de noche: un auto viejo, que utilizamos para construir la nave espacial, un puente elevado debajo del cual pasan trenes, algo muy cinematográfico, y otro auto, el mío, que está en todas mis películas, y que ahora quemamos y destruimos por completo. En definitiva, la idea era llevar al límite el concepto de ciencia-ficción, radicalizar su estética en un mundo post-apocalíptico, y hacer una crítica del golpe de la derecha pero, sobre todo, hablar de la inmovilidad de la izquierda.

* Era uma Vez Brasília es la película de apertura del 9° CineMigrante y se exhibirá hoy a las 20 en el cine Gaumont. Programación completa en http://cinemigrante.org