Varios diarios del momento levantaron la noticia. Pero yo puedo dar fe sin tener que mostrar ninguna información escrita. Estuve ahí, y reconozco que fue muy fuerte. Impresionante. Yo lo conocía desde chico, se llamaba Hugo pero todo el mundo le decía Cuco. No fui su amigo pero íbamos al mismo colegio, él estaba en una división superior. Ya desde ahí se notaba que tenía unas ganas enormes de sobresalir. No sé si sabía en qué pero la cuestión era ser el mejor, ser reconocido, ser famoso. Y hay que admitir que lo logró, al menos por un tiempo. Fue el Campeón Mundial de Aeropunch. Tal vez algunos no conozcan ese deporte-juego, porque después de lo que pasó lo prohibieron, pero en un momento se jugaba en casi todo el mundo. Y hoy, creo, todavía se sigue practicando en algunos países. Para que entiendan, los que no se acuerdan del juego, tendría que explicarlo primero. Es la única forma de que puedan imaginar lo que pasó.

El Aeropunch fue un juego, o un deporte – nunca quedó muy claro- que se practicaba en grupo. Dentro del equipo era muy importante la función del líder, podría decirse que era vital porque armaba al conjunto, a los participantes. Cuco era el líder del equipo ganador, el que casi siempre estuvo primero, el que armaba mejor. El juego era así: un camión, no muy grande, con una especie de funda enorme en su caja (el material de esa funda era como de una bolsa de plástico negro pero mucho más reforzado), que debía colocarse a la vera del mar, de preferencia en un acantilado, donde se pudiera aprovechar el viento para desplegar la funda gigante. Para que se fuera redondeando, inflándose, se podría decir. A veces había que esperar horas para que esto ocurriera, y esa era una de las habilidades del juego: detectar en qué momento el viento era el mejor para aprovechar el inflado y armar el equipo sobre la bolsa. Esa función era responsabilidad del líder y Hugo tenía una capacidad especial para detectarlo con precisión. Él daba la orden con autoridad y en un instante todo el grupo comenzaba a acomodarse sobre la bolsa inflada. Armando un medio círculo enorme de seres humanos que se mantenían entrelazados con sus piernas y brazos, tendidos de espalda sobre la funda, y sostenidos, sencillamente, por una ley física. Todos los del equipo tenían una remera del mismo color, diferente al de los otros camiones. De lejos, que era la mejor manera de apreciar el efecto, era una media pelota de cuerpos sobre un camión.

Las formaciones se ubicaban una al lado de la otra y los jueces podían observar a distancia, fotografiar, y después decidir cuál era el equipo ganador. Y al de Cuco no podían sacarle la delantera.

De hecho tuvo una seguidilla de triunfos que lo hicieron famoso. Incluso ganando en competencias internacionales. También se evaluaba, para otorgar  los premios, el equipo que más tiempo aguantaba armado. Y eso no era fácil. Además se premiaba al miembro que más durara adherido a la funda plástica. Y él, Hugo, como siempre, era el último en bajar, en despegarse.

Ese era básica y sucintamente el juego, pero lo que yo quiero contar es otra cosa. Contar sobre el día del accidente. Yo estaba ahí. Era un día de verano, esos días en que, como suele decirse, se caían los pajaritos del calor que hacía. Creo que había 35° a la sombra, y ni me imagino cuántos al sol. El viento era del norte y enfurecido. Todo hacía pensar que iba a desatarse una tormenta fuerte, y eso le ponía más adrenalina a la competencia. Creo que eran como cinco equipos los que armaban ese día. El grupo que él lideraba tenía camisetas naranjas que, sobre el negro del plástico y con el reflejo del sol, parecían un incendio. La espera fue de casi dos horas y así se hicieron las doce del mediodía. La potencia del sol en ese momento resultaba extrema. Lo recuerdo porque los que estábamos mirando ya no sabíamos dónde ponernos, no había sombrilla ni carpa suficiente para protegerse. A las doce y veinte se levantó una ráfaga inclemente y las bolsas empezaron a inflarse. Él fue el primero en dar la orden y todos los de su equipo comenzaron con rapidez a tenderse sobre él plástico ardiente y abultado. Al cabo de unos minutos el globo humano estaba armado y él se encaramó, apoyándose, pisando a los otros, en la parte superior, la más alta. Habían pasado como diez minutos y los otros equipos recién estaban organizándose. Él gritaba, arengaba, daba ánimo a su formación, y el grupo respondía ejecutando con una fuerza descomunal el armado casi perfecto. Las caras estaban enrojecidas, congestionadas; el calor y el sol parecían estar cocinándolas. Con franqueza puedo decir que en ese momento sentí pena por toda esa gente que se exponía a semejante sacrificio con tal de ganar. Pero así son los deportes, pensaba, la cuestión es demostrar que se es el mejor. Creo que el equipo estuvo armado casi como una hora, no podría decirlo con exactitud. Al cabo de ese tiempo, los jugadores empezaron a desprenderse del plástico, y caían al piso como si fueran escamas que se sueltan de un pescado que se está muriendo. Algunos, desmayados, no podían levantarse y empezaron a llevárselos en ambulancia. Ahí comenzó a desbandarse la cosa. El miedo fue creciendo, creo que por eso nadie se dio cuenta con rapidez de que él, Cuco, no había bajado. De pronto alguien señaló hacia arriba y ahí descubrimos que Hugo ya no gritaba más ni se movía. Mientras tanto el gran globo de plástico negro se desinflaba como un animal en agonía. Los de la cuadrilla de rescate aprovecharon ese momento para ir en su ayuda pero se dieron cuenta de que no podían hacer nada sin las herramientas adecuadas. Fue recién al atardecer cuando trajeron una especie de cuchara inmensa que se utilizó, casi hasta la medianoche, para poder despegarlo del plástico. Una gran parte de su cuerpo no pudo recuperarse, había quedado derretido y mezclado con el polietileno de la funda. Dicen, pero eso yo no lo vi y no puedo atestiguarlo, que el cajón en que lo enterraron era más grande de lo normal porque tuvieron que meter bastante cantidad de plástico junto con su cuerpo.

Desde esa vez nunca más pude, ni quise, asistir a ninguna competencia de Aeropunch.

[email protected]