El de Física fue el primero de los premios que nombró Alfred Nobel cuando creó las distinciones hacia fines del siglo XIX. Probablemente por un hecho fundamental: todo el mundo ilustrado lo consideraba, casi sin margen para el diseño, como el campo más encumbrado del mundo científico. Las jerarquías entre disciplinas, un hecho que hoy podría ponerse en tela de juicio con justa razón, en aquella época era inobjetable. 

Entre las distinguidas de este año, está Donna Strickland. ¿Por qué constituye un hecho novedoso? Vayamos a la historia. Desde 1901 hasta 2017 se habían entregado 111 premios, por intermedio de los cuales se reconocieron a un total de 207 individuos. Entre los laureados, se distinguían auténticos pesos pesados de la disciplina, artífices de revoluciones científicas como Max Planck (1918, por sus aportes en física cuántica), Albert Einstein (1921, por sus contribuciones a la ley de efecto fotoeléctrico) y Erwin Schrödinger (1933, por sus desarrollos en teoría atómica), entre otros. En este escenario, el dato fundamental es que hasta la fecha solo dos Nobel habían sido entregados a mujeres. Correspondieron a Marie Curie (1903, junto a Pierre Curie y Henri Becquerel, por sus investigaciones en radiactividad) y Maria Goeppert Mayer (1963, con Hans Jensen, por su modelo de capas nuclear). Claro, las mujeres siempre tuteladas por los hombres. 

Una muestra tan nefasta como reveladora que sirve para comprender por qué la física es cosa de físicos. Al respecto, continúa Bragas: “Lo de Donna Strickland fue una gran alegría, sin embargo, no deja de evidenciar un hecho tremendo: los premios están esencialmente pensados para hombres”. Y, en esta línea, subraya: “Incluso, en la historia del campo, las mujeres que fueron reconocidas fueron galardonadas junto a científicos que los acompañaban. Es como una especie de tutela, todavía les da miedo el reconocimiento exclusivo”.