Se nos fue Hermenegildo Sábat. Murió el gran caricaturista argentino que, por supuesto, era uruguayo. Empecé a reconocer sus dibujos a los doce o trece años en el Clarín que mi viejo traía todas las tardes a la vuelta del trabajo. Yo me zambullía en la página de humor, donde por aquellos días brillaban Fontanarrosa, Caloi, Crist, Brócoli y Viuti, entre otros que probablemente recuerde tarde. Y si después de semejante panzada me quedaba algo de hambre, abría el diario buscando esas caricaturas raras, con personajes a quienes no siempre conocía. Admito que de chico no terminaba de entender sus dibujos, a veces toscos, con trazos que no terminaban y manos enormes y cuadradas. Recuerdo un niño flaquito, con pantalones cortos y flequillo rubio entre esos personajes, a veces siniestros, otras, desconocidos.

Con el tiempo, y ya con el lápiz en la mano, empecé a entenderlo, a consultarlo, a copiarlo y a envidiarlo para, finalmente, admirarlo. Nadie dibujó mejor a Gardel, a quien probablemente también consideraba uruguayo. Pero tampoco nadie dibujó mejor a Jauretche: nunca me voy a olvidar de la expresión desafiante de Don Arturo, con los ojos rodeados de cientos de rayitas, que ilustraban las tapas de la editorial Peña Lillo, que leíamos hace ya mucho tiempo, cuando empezaba a entusiasmarnos ese asunto del peronismo.

Hace unos veinte años le quise mostrar algunos de mis dibujos (yo había estudiado con él a comienzos de los ‘80) y me invitó a su estudio en la redacción de Clarín. Ese lugar era un paraíso detenido en la historia, separado del resto de la enorme redacción, no por paredes sino por un clima de otros tiempos: decenas de pinceles, plumas, acuarelas, fotos clavadas sobre el tablero y papel, mucho papel, algo que las nuevas generaciones ya casi no conocen. Algo así, pensé, debe haber sido la redacción de Rico Tipo allá por los años cincuenta.

Hermenegildo Sábat no fue “solamente” el mejor editorialista gráfico de los últimos cuarenta años, era un animal, uno de esos artistas que siempre fueron mucho más allá de lo que sus lectores podíamos ver en el diario. Fue también pintor, fotógrafo y músico. Un artista completo y complejo que no siempre logramos comprender.

Tal vez no haga falta aclarar que sus últimos años como observador de la realidad nacional no fueron mis preferidos, sé que somos muchos los que sentimos cierto desconcierto que se fue transformando en enojo cuando vimos, entre muchas otras, la imagen de CFK con un ojo morado o con dos curitas tapándole la boca, pero me guardo eso en la carpeta de los “inexplicables” que casi siempre les perdonamos a los grandes. Personalmente, se me hace muy difícil separar a la obra del artista, pero este es uno de los casos en que vale la pena el esfuerzo.