Desde la calle veo que la mesa pegada a la ventana, mi favorita, está libre. Así que no dudo en entrar al bar, porque además tengo tiempo y ganas de charlar con Osvaldo, el mozo, al que hace tiempo que no veo.

Lo miro ir y venir entre las mesas, haciendo alguna pirueta con la bandeja, alardeando de sus años de oficio. “No sólo no se caen las tazas, ni siquiera se cae una gota de café”, suele repetir orgulloso, mientras ensaya un pasito tanguero.

Osvaldo me ve entrar y ni espera a que me acomode:

–¡Me toca de nuevo, me toca de nuevo!, me dice sin darme tiempo a pedir mi cortadito.

–¿Qué es lo que le toca de nuevo? –pregunto sin tener idea de lo que me está hablando.

–La VTV –explica con tono preocupado–. Ya pasó un año desde la anterior, esa que le conté que me bocharon porque no tenía el matafuego homologado. Y, como no quería que me pase de nuevo, esta vez tomé mis precauciones. Pero se nota que yo con los matafuegos no la voy, definitivamente no es lo mío.

–¿Por qué? –le pregunto, y quiero escuchar el cuento que promete ser bueno. Osvaldo no se hace desear y se larga.

–El matafuego que llevé el año pasado a la inspección  está vencido. Así que el Beto, mi hijo, después de hacerle una revisión a mi Corsita en su taller, me mandó a un local de Boedo donde los recargan. Toqué el timbre varias veces, como decía el cartel colgado en la vidriera, hasta que vino un grandote de brazos tatuados y enorme como Rubén Peucelle, ese que peleaba con Karadagian en Titanes en el ring, ¿se acuerda?

–No –le digo–, yo no había nacido.

–Dele, no se haga el pendejo que usted me lleva unos cuantos años. Yo no me lo perdía nunca. Rubén Peuccelle, “El ancho del Trece” le decían, por el canal donde pasaban el programa. Qué época jefe, Titanes en el ring: Martín Karadagian, La Momia, El Indio Comanche, que tenía “los dedos magnéticos” y los aplicaba en los hombros de lo rivales para dejarlos inmóviles, Benito Durante, Tenembaum, “el campeón de Israel”, que se subía a las cuerdas para saltar encima del otro y ponerlo de espaldas, esos eran programas.

–Tufic Memet, Ararat, Pedrito Goitía, El Caballero Rojo, Mister Chile –agrego para completar la lista, pero Osvaldo redobla la apuesta.

–El Cavernario, El Gitano Ivanoff, Il Bersagliere, Pepino el Payaso, El Leopardo y el leopardito,  recita de memoria.

–Hans Aguila, Osvaldo, ¿Se acuerda de Hans Aguila? –me entusiasmo yo.

–Sí, claro el pelado que hacía de juez. Y el otro era el gordo grandote al que le decían El Sr. William Boo, ¡cincuenta años después los seguimos recordando!, qué me vienen ahora con esa gilada del UFC. Dentro de un par de años de eso no se acuerda nadie. ¿O acaso conoce el nombre de alguno de esos luchadores? Ve, Ud. tampoco. Nadie, nadie los conoce. En cambio de los Titanes en el ring hasta los muñequitos se siguen vendiendo todavía.

–Ok, Ok, lo interrumpo, ¿pero qué tiene que ver Martín Karadagian con la VTV?

–Tiene que ver, tiene que ver, porque el grandote que cargaba matafuegos podría haber sido uno de ellos. Y yo me topé con ese.

–No me diga que se peleó con el tipo.

–No, pero casi. Y se va a traerme el café. Osvaldo sabe crear el clima y es un maestro de la pausa para generar expectativa.

Cuando vuelve ya estoy entregado.

–¿Le cuento? Después no me diga que está apurado –desafía.

–Dele hombre, no se haga desear tanto.

–Le dejo el matafuego para cargar a la bestia esa, y el tipo me dice que vaya a retirarlo al otro día. Voy una, dos, tres veces. Toco el timbre y nada. Así los tres días. El negocio decía “Abierto, toque el timbre. Estamos trabajando en el subsuelo”. Yo tocaba y tocaba, pero nada, ninguna respuesta.

Me di por vencido. Le cuento al Beto y él decide buscarme en Internet el teléfono del negocio. Los pibes ahora resuelven todo con “la web”, y el Beto es un fenómeno. El se ríe cuando lo elogio y se hace el humilde, me dice que lo único que hace es googlear, entonces yo lo jodo y le digo que en la troupe de Karadagian hubiera sido Mr. Google. En dos minutos encontró un número de celular para que me comunique. 

Al otro día llamo, me atiende un tipo y le explico. Me dice que él es el dueño y que está en Miami. “Disculpe”, me dice, “ya llamaron varios por el mismo tema, yo no sé cuál es el problema, porque el empleado debería estar ahí, y si bien está cargando los matafuegos en el subsuelo, no puede ser que no atienda. Para mí que se raja, o falta, o se duerme, qué sé yo. Por eso me vine a Miami, en Argentina está todo como el culo y encima la gente no quiere laburar, debe cobrar algún plan, así son estos. ¡Qué país de mierda!” El que iba a necesitar un plan era yo para pagar esa llamada, así que lo interrumpí: Lo único que quiero es saber cómo hago para recuperar mi matafuego cargado.

–Deme un par de días. Vaya el viernes, que yo voy a ubicar al empleado y le voy a decir que lo espere.

Quedamos así y volví el viernes. Toqué el timbre y sube Rubén Peucelle a abrirme la puerta.

–Pase –me dice con cara de odio.

Paso medio nervioso. El tipo se me viene encima, me agarra del cuello y me dice: “¿Vos sos Osvaldo, no. Sos vos el ortiva que llamó al trompa. Sos o no sos?”

Yo no podía hacerme el idiota porque “El Ancho” tenía mis datos en la factura, así que le digo que soy Osvaldo pero que no soy ningún alcahuete.

“¡Ah no, ah no! –grita–, ¡sí que sos, sí que sos!  Me llamó el jefe desde Miami y casi me echa. Me dijo de todo ¿sabés?, por tu culpa me dijo de todo, y yo ya estoy grande para que me reten y me puteen, estoy grandeee, gritaba y me sacudía contra la pared.”

Yo trataba de tranquilizarlo, le dije que tenía presión alta y que si no me soltaba me iba a dar un infarto. Por suerte ahí se asustó y me largó, pero seguía a las puteadas.

“¿Sabés por qué no te atendía?, porque estaba en el baño. Cagando estaba, ¿sabés?, ca gan doooo, ¿entendés o no entendés? La hora en que vos viniste es la hora en la que voy al baño. Me sentaba y empezaba a sonar el timbre, me ponía nervioso y me constipaba. Los tres días igual. Me sentaba y riiinnnng sonaba el timbre. Pero eso los patrones no lo entienden. Total él está en Miami de shopping, pero llora y dice que no le alcanza para ponerme un ayudante. Y yo así no puedo ir al baño tranquilo, porque siempre hay uno que toca el timbre justo en ese momento. A uno lo cagan siempre, pero uno no puede cagar tranquilo. ¡Qué país de mierda! Tomá, tomá tu matafuego y perdete, gil –me grita de nuevo–. Rajá y no vuelvas porque te mato. Andá con tu matafuego, llevateló y que te lo carguen los bomberos, pero acá no vuelvas más, oíste, no vuelvas máaaassss!”

–A mi hijo no le conté nada. Es capaz de ir a pelearse con el grandote, porque al Beto le sobran huevos, pero yo no quiero problemas. Ahora ando con el matafuego en el baúl buscando quien me lo cargue, y cada pozo que agarro el aparato salta y golpea la chapa. Las calles están llenas de pozos, ¿vio? Rompen y tapan todo el tiempo, pero los baches quedan. La  VTV y los baches, dos curros tremendos ¿sabe? ¡Qué país de mierda!