El megaendeudamiento externo es el pulmotor del modelo macrista. Esa fue la vía elegida para disimular el fuerte desequilibrio externo. En el primer año de gobierno, la deuda externa pública neta aumentó 41.051 millones de dólares. Ese nivel de crecimiento superó los picos de endeudamiento registrados en 1982 (21.400 millones de dólares constantes de 2016) y 2003 (19.200 millones de dólares), según lo apuntado por Eduardo Basualdo y Pablo Manzanelli en el libro Endeudar y fugar. De Martínez de Hoz a Macri.

La tendencia ascendente se mantuvo en 2017. De diciembre de 2015 a julio de 2018, las emisiones de deuda del Tesoro Nacional sumaron 118.328 millones de dólares, según el relevamiento del Observatorio de Deuda Externa de la UMET. 

La contracara de ese proceso fue la sangría de dólares por diversos conceptos (fuga de capitales, déficit comercial, remisión de utilidades, intereses de deuda). La suma de esos ítems alcanzó los 121.740 millones de dólares. En julio de 2017, un informe del Observatorio advertía “que un funcionario público emita deuda con una fuga de capitales elevada es como si un médico quisiera hacer transfusiones de sangre cuando su paciente está teniendo una hemorragia. Absurdo e incoherente. O se está financiando conscientemente la fuga de dólares”. En otras palabras, la política económica de la Alianza Cambiemos generó las condiciones perfectas para una tormenta. 

La crisis cambiaria desatada en abril desnudó la fragilidad del esquema económico. A partir de allí, el gobierno nacional fue barranca abajo. La devaluación acompañada con altísimas tasas de interés y pérdidas de reservas internacionales conformaron un combo explosivo. El 3 de mayo, la revista Forbes sentenció que “puede que sea momento de salir de la Argentina”. Luego se sucedieron: anuncio de negociaciones con el Fondo Monetario, despido de Federico Sturzenegger del BCRA, acuerdo formal del stand by, tranquilidad cambiaria de julio (con un dólar estabilizado en los 28 pesos) y reinicio de la tendencia alcista del dólar (y tasas de interés).

Desde entonces, la desorientación gubernamental fue in crescendo. El 29 de agosto, Macri comunicó que “hemos acordado con el FMI adelantar todos los fondos necesarios para garantizar el cumplimiento del programa financiero del año próximo”.  Ese día, el tipo de cambio subió 7,5 por ciento, a pesar de que el Banco Central se desprendió de 396 millones de dólares. Al día siguiente, Marcos Peña señaló “no estamos ante un fracaso económico”. El mercado castigó aún más ese discurso autista: el riesgo país trepó a 780 puntos, las acciones argentinas que cotizan en Nueva York cayeron hasta un 18 por ciento y el dólar subió 15,6 por ciento. 

El 11 de septiembre,Lagarde declaró que “si el Presidente incluye reformas serias en su plan, entonces lo veremos, evaluaremos el impacto en la situación macroeconómica de la Argentina, determinaremos la sostenibilidad de la deuda y trabajaremos con ellos”. En la práctica, el FMI tomó el comando de la política económica argentina. 

El último documento de la Comisión de Economía del PJ bonaerense estima que la relación deuda/PIB alcanzará a fin de año una proporción del 110 por ciento. El adelanto de los desembolsos del FMI implica comprar algo de tiempo. El modelo continúa siendo insustentable.

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@diegorubinzal