“Las vallas son para promocionar los Juegos Olímpicos de la Juventud, pero es salto con garrocha”, ironiza un señor mayor mientras trata de sortear los obstáculos que impiden cruzar la 9 de Julio desde Córdoba hasta Perón. Los turistas, en su mayoría brasileños, preguntan cómo pasar un escollo que es tan difícil de descifrar como el laberinto de Los Cocos, en Córdoba. Una multitud paciente, distendida, baja de los ramales del subte en Callao, Avenida de Mayo o en la plaza San Martín y camina hacia el Obelisco, para  ver la inauguración del encuentro deportivo. La caminata se debe a que estuvieron cerradas todas las estaciones de subte que rodean la Plaza de la República, donde está el monumento símbolo de Buenos Aires. 

Una joven, vestida con una camiseta amarilla con el 10 en la espalda, le pregunta a PáginaI12 si acepta que le regalen “un abrazo”. Ante la respuesta positiva hace efectivo el obsequio y luego pregunta: “Usted es creyente”. Ante la respuesta negativa, dice que junto con sus compañerxs, todos vestidos igual, son fieles de iglesias evangélicas que están en la calle “siguiendo la voluntad del Señor y promoviendo la convivencia”. Además, el grupo es la presencia más ruidosa, con bombos y redoblantes, en una concentración donde no hay cánticos ni consignas. Tampoco hay pañuelos verdes, banderas partidarias. Y lo que es grave: tampoco hay venta de choripán!

En la caminata desde Córdoba hasta Avenida de Mayo, costeando la 9 de Julio vallada, más allá de lo plácido del festejo, en varios lugares aparece de golpe la realidad. Junto a los carteles del gobierno porteño pregonando “sigamos avanzando juntos”, hay otros del Sindicato Unico de Publicidad que señalan que “las empresas anunciantes aumentan todo el tiempo sus ingresos, pero no los salarios de hambre de los trabajadores”. Los que se desvían por la cortada Carabelas, observan la presencia de personas pidiendo una moneda y familias durmiendo en colchones tendidos sobre el piso. En Perón al 900, tal vez por la portación de ese apellido, la Guardia de Infantería se prepara por las dudas, frente a un acontecimiento que transcurre en la más absoluta normalidad. 

Alejandro, vecino del barrio de Liniers, se vino con su bicicleta, una especie de casa rodante cubierta con una estructura metálica de la que cuelgan decenas de pequeñas banderas con frases escritas en negro. Otro dato curioso es que sobre el manubrio de la bici, lleva una cesta de grandes dimensiones, en la que viajan seis perros de pelaje blanco. “Tengo once en mi casa, pero no puedo traerlos a todos”, le dice a este diario, mientras agita una bandera en la que habla de su amor por esos animalitos. Sobre el asiento trasero de la bicicleta, uno de los mensajes parece adecuado para manifestaciones menos complacientes con el gobierno: “Los argentinos tienen paladar de champán y bolsillo de linyera”. 

En la esquina de 9 de Julio y Perón se destaca la presencia de dos jóvenes, un chico y una chica. Ella está envuelta en una bandera de Estados Unidos y él en otra de la República de Paraguay. Reparten folletos del Ejército de Salvación que preguntan: “”¿Lo evitamos? ¿Lo ignoramos? ¿Pretendemos que nunca existió? Y al final...¿Quién es este Jesús?”. En el interior del folleto hay frases como “el amor es la prioridad” y “la relación es la clave”. La concentración es un ámbito propicio para los grupos religiosos. El Instituto Educativo Cristiano reparte una especie de mini-librito de 21 páginas que recuerda que “la Biblia dice que hay un solo camino al cielo”. 

Mientras, aunque son varios los caminos hacia el Obelisco, a la gente le cuesta recorrer Corrientes, Carlos Pellegrini, Cerrito, porque toda la zona tiene “más vallas que la propia Casa de Gobierno”, se queja Carlos Aparicio, que con su mujer Patricia y sus dos hijas adolescentes, se vino de Jujuy a pasar una semana en Buenos Aires. “Por lo menos tendrían que haber puesto señales para indicar por dónde hay que caminar, porque hace media hora que estamos dando vuelta.” Por su parte, los vendedores ambulantes ofrecen banderas argentinas, helado, gaseosas y un par de audaces, cerveza fría. PáginaI12 se fue del epicentro del acto sin poder encontrar ningún puesto que ofreciera un choripán.