La primera frase que brota en Pose (dispuesta íntegramente en la app Fox Premium desde el último viernes) es una pregunta de una trans sobre el pelo de Madonna. Acto seguido sucederán las coreografías de sus “hermanas” y los preparativos de ocasión para una noche bajo una enorme bola de boliche. Previamente un cartelón de estética arte déco nos había situado en Nueva York de 1987. Es decir, algunos pocos años antes de que la referida chica material lanzara “Vogue”, el tema con el que registró a pura estampa la denominada “Ball Culture” y sus bailes esculturales. Las palabras del inicio, entonces, tienen tanto de registro de época como de homenaje, cita de autoridad pero también algo subyacente. Los ocho episodios describen los sueños de transformación –como en un heterogéneo cuento de hadas– conformado por transformistas, drags, transexuales, performers y gays. Convertirse en algo imposible a partir de la impostación. La nueva entrega del hiper demandado Ryan Murphy ya tiene confirmada una segunda temporada. 

En esta historia, que incluye varios relatos dentro de su caparazón, se cruzan las parcelas más bajas del Harlem y el Bronx con lo más alto de la escala social de Manhattan. Afroamericanos y latinos de orientación sexual diversa, y que a duras penas tienen para una comida, vinculándose con yuppies blancos y exitosos que viven su sueño americano. Se trata de un estricto registro coral que por momentos raya el melodrama con diálogos ácidos propios de una era fastuosa. Se dediquen al baile o a manejar el dinero de Wall Street, el título da cuenta de que las máscaras abarcan a todas sus criaturas. Lo hace, por otra parte, con elocuencia visual y sonora (Whitney Houston, Love Unlimited Orchestra, Donna Summer y 10 cc suceden sin descanso). Al igual que en otras ficciones de época recientes (Madmen, The Crown, The Deuce y Glow), los íconos estéticos y musicales del pasado son uno de los puntales de la narrativa. 

Quien pivotea la historia es Blanca, una trans que al enterarse de que es VIH positivo decide abandonar a su pandilla (“La Casa de la Abundancia”) para fundar su propia familia (“La Casa Evangelista”, llamada así en homenaje a una supermodelo). Esta federada en voguing se convertirá en una madre por adopción de Angel –una prostituta que fantasea con ser rescatada por un príncipe azul– y de Damon –un bailarín que ansía convertirse en profesional–. Bajo los deseos imposibles, la infatuación y las jergas de divas, Pose también trabaja temáticas como las elecciones familiares, la fraternidad, la lealtad y lo que significaba entonces el SIDA sobre la comunidad gay como estigma y pasaporte a la muerte. 

Las ambiciones también son una marca en Stan (Evan Peters, fetiche del realizador) quien acaba de conseguir un puesto jerárquico en la Trump Tower. Claro que su esposa no sabe de su gusto por las chicas que nacieron en envase masculino. Mientras que su jefe (James Van Der Beek en un calco del Donald Trump de esa década) presume del dinero y del poder conseguidos, incluyendo su Mercedes 350, de haber visto un recital de Cindy Lauper desde el backstage y hasta de su traje a medida. “Dios bendiga a Ronald Reagan”, cierra su discurso esnifando una enorme línea de cocaína. El quid de la propuesta es hacer eclosionar ambos mundos a partir del vínculo entre los unos, las otras y les otres. 

El marketing se ha encargado de publicitar que la serie cuenta con el elenco LGTBQ más grande en la historia de la tevé y con lenguaje inclusivo en sus subtítulos. Aunque donde realmente se disfruta Pose es en el registro de las escenas en la disco. En esas competencias de baile de las que otro programa como el reality RuPaul’s Drag Race supo sacar provecho. Tras la seguidilla de varios éxitos, Ryan Murphy juega con insolencia maximalista en otra historia a su medida. El productor ha dicho que esta es una de sus obras más personales y se nota el respeto por lo que cuenta. Incluso, por momentos, peque de un exceso de pudor en la confección de sus personajes más allá de las postales sobre los excesos de la noche o de los yuppies al estilo Bret Easton Ellis. Es algo impensado para el orfebre detrás Nip/Tuck, Glee, American Horror Story, Feud y American Crime Story. En definitiva, en Pose se jugó a recrear su propia Cenicienta, una con chicas trans que dejan todo en la pista de baile para conseguir otra existencia.