Pocos se hubieran imaginado que aquella pequeña niña gorda que recolectaba sonrisas de fin de semana por su astucia musical en distintos coros de iglesias vecinales en la Filadelfia de los años ‘60 algunos años después se convertiría en una de las voces más revulsivas de la música folk independiente.  Pero sí, aquel fue el escenario en el que tomará forma la pasión incendiaria que acompañaría la adrenalinica vida de Kathy Fire, una autoproclamada activista lesbiana, anarquista y gorda, cuyas canciones se hicieron un lugar a la fuerza en el imaginario sensible de la música de protesta de una generación que buscó transformarlo todo. 

A pesar de una compleja cantidad de proyectos vinculados a la música, que incluyen su paso por las pequeñas iglesias de su Delaware Valley natal, tanto como sus conciertos en festividades locales o bares precarios atestados de gogo dancers mal pagadas, Kathy Fire siempre prefirió ser reconocida por su actividad como una militante organizada. Se involucró desde temprana edad en grupos de mujeres scouts; una vez que tomó contacto con la conciencia feminista en ebullición durante aquellas décadas fue impulsora de la primera sede en todo New Jersey de la Organización Nacional de Mujeres; a partir de algunas discrepancias con los cercos heterosexualizantes de la política mayoritaria de aquel movimiento se convirtió en la creadora del grupo de acción directa lésbica Dyketactics!; y ni bien desembarco en Los Angeles, luego de ser perseguida políticamente, se unió al primer espacio de carácter lésbico feminista que problematizó críticamente la opresión en torno a la gordura, el Fat Underground.

Eso fueron los años ‘70 para Fire, un curso interminable de experiencias políticas que la vieron como protagonista de sentadas públicas por la liberación de presas políticas, de enfrentamientos directos con la policía contra la brutalidad racial, participando en films experimentales de conciencia feminista y en acciones de difusión pública contra la opresión corporal. Pero una vez hostigada por la presión continua que significaba el enfrentamiento explícito con el poder, decidió emprender un viaje con su pareja Barbara Ruth, poeta con quien improvisarían una gira con el proyecto Mother Rage, un espectáculo de poesía performática que intercalaba algunas canciones solistas de Ruth.  

Así fue cobrando forma la necesidad de editar el vinilo Songs of Fire. Songs of a Lesbian Anarchist (Canciones de una lesbiana anarquista) editado por Folkways Records en el año 1978, que recopila todo su trabajo como compositora durante su gira por Estados Unidos. Se trata de nueve canciones cuyas letras retratan de manera biográfica su experiencia como una mujer, como lesbiana y como gorda, pero lejos de la representación debilitante de la herida, sino al contrario, proponiéndose como una barricada low fi, que hace de la cruda fortaleza política de una voz indómita, titubeante, agria y desprolija, un llamado a la organización placentera. 

Hoy, cuarenta años después, este disco se ha convertido no solo en una pieza fundamental de las canciones de protesta, que logró modular una lengua rebelde hasta el momento desconocida para la música folk, sino también como la prueba viva del lugar privilegiado que las sensibilidades minoritarias ocupan en la escritura colectiva de nuestra interminable historia de resistencia. Esa que al igual que Kathy Fire en su canción “City of Fire” nos pregunta: “¿Vas a dejarte enfriar por el encierro que te distancia del verdadero cambio y de la vida? ¿Vas a dejarte llevar por el flujo acuoso de lo normal sin desafiar nada de lo que te rodea? ¿O dejarás que las llamas de la verdad y de la justicia se enciendan en vos haciendo que la rabia se convierta en una fuerza liberadora en el mundo? ¿Vas a ser hielo, agua o fuego?”