PáginaI12 En China

Desde Pingyao

Las tradicionales lámparas rojas colgadas prolijamente en los puestos y locales marcan el punto de fuga visual de la calle principal de Pingyao, ubicada en la provincia de Shanxi, a unos seiscientos kilómetros de la capital china. De noche, cuando el ajetreo diurno ha logrado calmarse un poco, las lucecitas iluminan el camino hacia alguno de los muchos restaurantes o salones de masajes disponibles para el caminante. Pingyao es una ciudad con historia, tan larga que llega hasta el siglo XIV, y sus angostas arterias principales y aún más apretados callejones continúan siendo protegidos por una muralla de varios metros de altura, vigilados asimismo por las imponentes “puertas” de entrada, de clásica arquitectura china. No es casual que el realizador Zhang Yimou haya elegido este lugar para rodar algunas de las escenas principales de Esposas y concubinas (el título internacional del film es Raise the Red Lantern, en referencia a los típicos artefactos de tela iluminados desde su interior): el visitante puede alucinar, durante algunos breves instantes, que se ha transportado a un tiempo pretérito, como si caminara por un set cinematográfico con una precisa reconstrucción de época.

Pingyao también fue la ciudad elegida por otro realizador chino de gran trayectoria, Jia Zhangke     –responsable de Platform, The World, A Touch of Sin y Lejos de ella, entre otras películas– para fundar su propio y personal festival de cine, con la intención primaria de desarrollar la producción y promoción del cine de la región y del cine independiente chino en general, en esta nueva era marcada por las superproducciones con ansias de alcance global. La segunda edición del Festival de Cine de Pingyao, que comenzó hace algunos días, tiene un único centro neurálgico, marcado por una edificación de tiempos muy diferentes a la China imperial: el Festival Palace, como llaman al reluciente complejo de salas de cine, salones de exhibición y restaurantes donde tiene lugar el evento, supo ser una inmensa fábrica de motores diesel ahora reconvertida en centro cultural. Las estructuras edilicias en general y los techos de metal,a pesar de su proceso de reciclado, remiten a uno de los temas centrales de la obra de Jia: la reconversión de una forma de comunismo que atravesó el país desde la revolución maoísta, a finales de los años 40, en la hibridación actual con el capitalismo global. En el ala central y centro de reunión de realizadores, programadores, periodistas y público en general conviven las botellas de Coca Cola con alguna imagen del líder Mao. Ambos, convenientemente, con similar fondo rojo.

A pesar de ser un festival con poco más de cincuenta títulos, el catálogo del Pingyao Crouching Tiger Hidden Dragon International Film Festival –su nombre oficial, que referencia ineludiblemente al famoso film del taiwanés Ang Lee– se divide en varias secciones, dedicadas tanto a films internacionales como a los locales. La competitiva Crouching Tigers presenta obras que vienen de recorrer diversos festivales de alcurnia, como Dear Son, segundo largometraje del tunecino Mohamed Ben Attia luego de La amante, la francesa Les Météorites, de Romain Laguna, o The Load, del serbio Ognjen Glanovic, pero que también incluye algunos estrenos mundiales. Es el caso de Hotel Império, del portugués Ivo Ferreira, el director de Cartas da guerra. Rodada completamente en Macao, una de las “zonas especiales” chinas que supo ser colonia portuguesa hasta tiempos recientes, se trata de un relato con tintes melodramáticos y un tono entre melancólico y trágico que, por momentos, parece querer remedar al Wong Kar-wai de Con ánimo de amar. Aquí no hay, si embargo, una pareja en proceso de conformación y disolución sino una mujer portuguesa, dueña de un desvencijado hotel de pasajeros y cantante en un casino, y un misterioso y poderoso hombre que llega a la ciudad y comienza a observarla y a interactuar con ella sin una intención clara, al menos en un primer momento. Visualmente muy atractiva y con un uso notable de las locaciones macaenses, en particular en lo que hace al contraste entre las zonas proletarias y el lujoso brillo de los casinos y hoteles seis estrellas, Hotel Império no logra darle una forma definida a ese hálito romántico que intenta desesperadamente alcanzar.

En la sección Hidden Dragons, que cruza films de género con películas con cierto grado de experimentación formal, pudo verse la recientemente estrenada en Venecia Manta Ray, del tailandés Phuttiphong Aroonpheng, una fábula espiritual con tres protagonistas centrales: un hombre herido de muerte, aquel otro que lo rescata y sana pacientemente y una mujer que termina uniendo sus destinos. Con una primera hora potente que reactualiza inteligentemente el tema del doble, la película deja de hacer pie cuando intenta navegar las difíciles aguas de la metáfora, que recuerdan al cine de Apichatpong Weerasethakul, aunque sin su magnífico simbolismo materialista. Una de las secciones más esperadas por el público local de Pingyao es Best of Fest, una selección de títulos de producción reciente que fueron exhibidos en festivales como Cannes, Venecia, Locarno, Toronto o San Sebastián. Entre otras, se están exhibiendo la última creación del coreano Hong Sang-soo, Hotel by the River –que seguramente podrá verse en la Argentina en breve–, Tarde para morir joven, de la chilena Dominga Sotomayor (su estreno en la Sala Leopoldo Lugones es inminente) y Lazzaro Felice, de Alice Rohrwacher, ganadora del premio a Mejor Guion en el Festival de Cannes.

Las selecciones de New Generation China y Made in Shanxi fueron pensadas para exhibir algunas de las películas producidas de manera independiente en china durante el último año, en el segundo de los casos representando además a la provincia donde el festival tiene lugar. Por esa razón resulta un tanto extraña la inclusión de Patrolman Baoyin, de Yang Jin, film rodado en su totalidad en los áridos parajes del Desierto de Gobi, una película que, a pesar de sus múltiples intenciones y tonos, termina siendo dueña de una cierta nobleza. Basada en un personaje de la vida real, su protagonista es un policía con un nivel de entrega a su rol social que lo acerca a los modélicos héroes proletarios del cine soviético. Baoyin recorre con su moto el enorme territorio de su jurisdicción, saluda y ayuda a todo el mundo, toma las fotografías para la confección de los carnets de identidad y hasta ayuda a que los vecinos y familiares se reconcilien. En parte descendiente del neorrealismo, en parte cine etnográfico, en parte película de propaganda, el guion impone más tarde que temprano un par de conflictos definidos, entre ellos un violento crimen, nueva posibilidad para que el policía superheroico vuelva a salvar el día. La china sigue siendo una sociedad rigurosamente vigilada, algo que el turista puede apreciar ni bien pisa las baldosas de algunos de sus gigantescos aeropuertos principales. Antes del inicio de cada función del Festival de Pingyao, un simpático spot animado le recuerda al espectador que está prohibido utilizar el teléfono celular o hablar durante la proyección. También que debe aplaudir con ganas a los visitantes que vienen a presentar sus películas, so pena de que unos martillos imaginarios golpeen sus cabezas y los despierten de esa actitud tan poco cortés.