Creo es importante aprender a distinguir entre la evidencia científica de una técnica y su aplicabilidad. Si no se pondera adecuadamente la pertinencia de su aplicabilidad, una técnica científica se transformaría en pseudocientífica en cuanto a su aplicación concreta, aunque prosiga siendo científica en lo referente a su contenido. Como se podrá apreciar, la propia ciencia, para alcanzar la máxima eficiencia en su aplicabilidad, requiere de la colaboración de todo el espectro de saberes reconocidos. 

La ciencia está basada en las particularidades homogéneas de los grandes grupos que estudia. Pero no puede evaluar todas las variables aisladas y difíciles de apreciar que influyen en el alejamiento de un individuo concreto de lo que predicen sus enunciados. Para procurar la máxima adaptabilidad a cada uno de los afectados, depende de las variables subjetivas del aplicador, como su experiencia o su saber. Pero estos elementos están muy lejos de cubrir la totalidad del déficit, debido a que el profesional aplicador está limitado por el recorte de la técnica: sólo puede adaptarla a cada paciente hasta un determinado punto. Por el contrario, el psicoanálisis, a pesar de tener menos rigurosidad científica en sus enunciados, posee muchísima más adaptabilidad a cada uno de sus pacientes, al punto de que en una relación terapéutica convierte la subjetividad única de cada analizante (paciente) en su máximo objeto de estudio. Conviene aclarar que la menor rigurosidad señalada antes, propia de toda ciencia conjetural, no se debe a un capricho de los psicoanalistas, o a la falta de empeño, sino a las sutiles, complejas y dinámicas características de su singular objeto de estudio. 

Me parece que un criterio de validación científica debería contemplar el grado de complejidad del objeto de estudio en relación a lo pasible de ser demostrado, por un lado, y lo concretamente demostrado, por el otro. En tal caso, la disciplina que estudie, por ejemplo, el cerebro humano, dado que está considerado el objeto conocido más complejo del universo, debería ser la disciplina potencialmente más pseudocientífica, ya que sus demostraciones serían siempre reducidas en relación a la totalidad de lo pasible de ser demostrado, que es prácticamente infinito. Por consiguiente, dicha disciplina estaría condenada a tener que llenar sus inmensas lagunas con teorías, o simplemente, a desconocerlas; cualquiera de estas dos opciones, una vez asumida, la hace pseudocientífica en su aplicación. 

Desde la perspectiva propuesta, las endiosadas neurociencias podrían sufrir una formidable depreciación. Pero, como ya podemos ir deduciendo, es prácticamente utópico proponer una nueva visión o idea, por más lógica y sensata que parezca, cuando marcha a contramano de los intereses hegemónicos.

El psicoanálisis, como otras disciplinas elaboradas con consistencia y rigurosidad, debería ser una parte jerarquizada del saber humano. Si este fuese el caso, todo el saber disponible, tanto el científico como el teórico, podrían hallar al fin el ritmo y la armonía deseables, para elevar la eficiencia interdisciplinaria y la eficacia concreta de cada una de las diversas opciones terapéuticas.