Jueves, 9.07 am, tren Mitre destino a Retiro, verano y sol sin tregua. En el andén de la estación Urquiza se oye, a lo lejos, una voz bajita, certera y algo graciosa. “Vos tenés que tomar vitamina A, porque la vitamina A lo que hace es sacarte la fiaca. Es como una pastillita con gusto a naranja. Yo la tomo. A vos te va a servir porque también te hace bajar de peso”, le dice el pibito con la camiseta de Boca a un policía de la estación. En la mano tiene su billetera, una de esas bolsas transparentes donde se guarda el pan: ahí lleva monedas y billetes de 2 pesos que recibe a cambio de un matutino.

El pibito con la camiseta de Boca se traba, balbucea y repite, pero no le importa. Tiene algo para decir, un mensaje para los pasajeros. Y argumentos muy sólidos. Dice que estamos embobados con el celular y cuenta que le pasa cuando está con sus amigos, y que por eso él no usa. Recomienda leer, interesarse por la política y hojear el diario. Quiere que no nos desconectemos del mundo.

Lleva la 10 de Carlitos y no le pesa, porque lo que dice tiene mucho sentido. También recuerda haber salvado a algún pibe de ser atropellado por mirar el teléfono en vez de prestar atención al cruzar. Por eso, vuelve a argumentar, no le gustan los celulares. Prefiere los libros. Aunque deja bien claro que lo que más le gusta son las mujeres.

Cuando se queda sin consejos, recuerda que está ahí para entregar el diario. Pide una colaboración a cambio porque se peleó con su papá y vive en la calle. Con esa plata compra su comida y la de sus hermanitos. Es más, su camiseta de Boca también se la compró con lo que gana con los diarios. Su discurso dura más de 5 minutos, excesivo para una venta de vagón, pero parece no importarle: necesita dar a conocer su discurso.

La magia ocurre cuando sus palabras surten efecto y le dibujan sonrisas a las personas que le dieron su atención. Los que lo escuchan se rinden a sus pies y sacan monedas para darle un poquito más de volumen a la bolsita. Algunos de los que colaboran le dicen que se quede el diario, pero él se enoja porque no quiere llevárselos de vuelta: está brindando un servicio y no pide limosna sino un trato justo. Y lo tiene bien claro.

Si lo cruzas, pedile el diario. ¿Quién sabe? Tal vez la próxima vez pueda comprarse la 5 de Gago o un libro. O invitar a comer a una chica.