Con cincuenta años recién cumplidos llegué a mi primer Encuentro de la mano de mis compañeras más jóvenes del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA). Fuimos a tratar de contar lo que está pasando en la Agencia Nacional de Noticias Télam, donde echaron a trabajadoras formadas en perspectiva de género y que producían contenidos sobre esas temáticas. Fuimos a contar lo que pasa con las periodistas precarizadas que escriben desde fuera de las redacciones, quienes no tienen vacaciones ni licencia por enfermedad ni otros derechos. Fuimos a decir que faltan mujeres en los medios. Fuimos a conversar entre todas cómo la precarización y el ajuste son otras formas de violencia machista. Fuimos a escuchar lo que otras enfrentan en sus lugares de trabajo y en sus organizaciones.

Estábamos juntas, iguales y diferentes, unidas en nuestra diversidad.

Tenía los ojos y los oídos curiosos de todo lo que sucedía a mi alrededor, pero fue en la marcha cuando las emociones me erizaron la piel y nublaron mi mirada. 

La columna a la que nos habíamos sumando se detuvo un momento en una calle que estaba en subida. Todas nos giramos para mirar y saludar a nuestras compañeras que venían detrás levantando y agitando las dos manos.

La marcha fue avanzando y llegó a los barrios alejados del centro. Las calles subían y bajaban, las casitas eran más humildes, muchas de ellas en eterna construcción, esperando tener unos mangos para seguir mejorándolas.

A la vera de nuestro andar, en las veredas de tierra, muchas mujeres y niñas sostenían carteles con la leyenda “Ni Una Menos” haciéndose parte de esta gran marea feminista. Otras sacaban fotos con sus celulares desde las ventanas o desde los balcones de sus casas. Entonces se producía el diálogo: “mujer, escucha, únete a la lucha”, cantábamos con las compañeras y nos emocionábamos cuando finalmente esas mujeres bajaban y se sumaban a la marcha. Las recibíamos con aplausos, alegría y el “ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven”.

En otra esquina unas niñas sentadas en la puerta de sus casas sostenían entre las dos un dibujo donde se veían dos manos entrelazadas y la leyenda “hermanadas”. La columna las aplaudió y ellas sonreían felices.

 Hace poco tiempo el hijo de una amiga me preguntó si era feminista. No supe muy bien cómo responderle, quizás porque sentía que el feminismo me quedaba grande.

Pero en el Encuentro me di cuenta de que en este movimiento entramos todas.

Sí, Andrés, soy feminista.

Fueron tres días hermosos, inolvidables

La revolución será feminista o no será.

 

Ana Paoletti: Integrante de la Comisión Directiva del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA).