I.

Silepsis, un poeta te ha hecho una putada, te obliga a criar un poema huérfano de padre, y vos luchás, impetuosa, contra la mesura para infundir vida a todo lo que se niegue a vivir.

Idiomas lilas, idiomas modernos, a veces abismales, a veces esmeraldas. Quisieras escribir versos que te distrajeran, versos sueltos, o usar palabras internas y externas, cuerpo a cuerpo, palabra por palabra, y hete aquí que el propio relámpago te acusa de confundir un ángel con el pavo real de las palabras. Te zumba el panal de la cabeza, te zumban los ruidos interminables del sol, y el poema huérfano recorre los renglones en cuatro patas, y vos firme le decís que no complete la línea, que no vaya de margen a margen si quiere ser un poema respetado. Pero la niña niño desobedece, no sólo va de izquierda a derecha por todo el ancho de la página, sino que además, baja, rueda en el renglón siguiente burlando al poeta, burlando a la prosa, burlando la retórica sagrada, las leyes del nunca jamás.

 

II.

Polisíndeton, que es un hecho, el primer rayo golpea fuerte las paredes. Que el punto de partida es bueno pero ay de vos, que no te has hecho cargo de tu hijo, que despertás y escribís otro verso de ausencia, que en las altas esferas buscás la vida como un brillo que se invierte y se ilumina mucho a sí mismo, que el mundo está lleno de polisíndeton solitarios y problemáticos, que pienso en los poetas cuya posición en la literatura es inmutable, hundidos en sus versos ingratos como clavos en el suelo, que vos no sos ni la vela encendida ni la noche, que te conmueve tu propia soledad mientras comés la carne cruda de tu historia que quizás nunca será contada, multiplicada, dividida, restada, que acaso el mismísimo síntoma fruto se lleve hacia adelante y hacia atrás lo que es siempre.

 

III.

Hipérbole, fronteriza, te sacude el deseo de ofrecerte a vos misma en la casa de tus sueños. Querés verte desnuda y vulnerable, se te perdona la realidad en vista del doloroso vicio de contar lo que sucedió sin más recurso que caer en el grado superlativo. Por muy lejos que estés, por muy desembarazada de los pesos orgánicos, psíquicos, que te encuentres, sí es posible, sí es posible la exageración. Claro que semejante imagen en las horas felices de la superimaginación viene a dar una realidad sin dimensiones. Tu intuición geométrica, tu blancura de cal viva, tus murallas espesas, se abandonan a una espontaneidad que lo desconoce todo. No sientas la memoria amueblada de siglos porque la memoria no basta, la idea no basta, la aritmética no basta. Se trata de algo demasiado grande buscando refugio en la extrema estrechez del imposible.

 

IV.

Anacoluto, ¿acaso no sentís Blanchot en tu envergadura? ¿Olvidaste de ambos lados que alrededor de la cabeza hay rebozo ancestral, idioma inconcluso, palabras sobrepuestas? Todo es aquí más sencillo, más radicalmente menos sencillo. Uno, con bucles, fue directamente a los tiempos del nacimiento del deseo y no quiso revelar cuántas riñas animadas fueron suspendidas en el gallinero del lenguaje. Allá él. Y un poco más acá, los órganos, los vasos capilares, costumbres venidas de antiguos tiempos, de adentro y de afuera, en ósmosis con la íntima voluntad poética.

 

V.

Metáfora, tan especialmente sensible a los cuatro lados del silencio, un lado, dos lados, tres lados, cuatro lados. El matadero está frente a tu casa. Hay sangre. Hay un corazón yendo de escarchas a cosechas. Hay un empleado del matadero, hay una ascensorista. Das diez veces la vuelta al mundo antes de entrar en el matadero de la universidad. Metáfora, tan especialmente sensible a los cuatro lados de lo indescriptible. A un indescriptible le sigue otro indescriptible y así sucesivamente. Al corazón del matadero lo sacan en procesión cada tanto y le rinden culto como a algo muerto, por fin muerto. Que se deje de joder. Los sumos sacerdotes ocultan la toga para que nadie los confunda con verdugos. Pero se sienten totalmente atraídos por tu fracaso. Hablan de tu vida en nombre de tu muerte. Pero tu fracaso no se rinde.  Tu cielo es un lugar donde nunca han vivido.

 

VI.

Énfasis, tu barco navega hacia atrás. Y lo de atrás no halla el coeficiente de su evidencia geométrica. Con todas tus fuerzas vas hacia atrás y dejás un enorme espacio adelante. Algo así como un frenesí. Seda amarilla. Basta un soplo para hacerla brillar. Es una sacerdotisa de estrellas. Y se da cuenta, ¿te das cuenta? Vas hacia atrás como una seda metafísica. La poesía es posiblemente redonda, y yendo hacia atrás vas hacia adelante. Los sumos sacerdotes tendrían que abstenerse pero hacen el dos más dos, y no soportan que ya nunca más les de cuatro. Esta redondez de la poesía se les escapa de la mano, y vos te desviás un milímetro, un segundo, y empieza la espiral fenomenológica. Hasta la vista, baby.

 

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