Querría comenzar esta columna con un viejo chiste popular “recuperado”. Dice así: “Según un estudio sociológico intersanitario internacional, en Arabia Saudita no consumen alcohol y hay muchos menos infartos que en USA; en Irlanda consumen mucho alcohol y hay muchos menos infartos que en USA. En Argelia se practica muy poco sexo y hay muchos menos infartos que en USA, en Brasil se practica muchísimo el sexo y hay muchos menos infartos que en USA. En India no se come carne vacuna y hay muchos menos infartos que en USA. En Argentina se morfa carne a rolete y hay muchos menos infartos que en USA. La conclusión del estudio es que lo que te mata no es el sexo, ni el morfi ni la bebida, sino el imperialismo.”

Quizás esto suene “poco científico” a los deudores y deudores que están leyendo esta columna. En tal caso, les pido, no como un desafío, sino apenas como un curioso interrogante, que me expliquen por qué en Brasil la gente ha elegido mayoritariamente, no digamos como objeto de amor, pero al menos como “depósito de expectativas, intereses o esperanzas”, a quien afirma que grandes mayorías (o sea mujeres, afrodescendientes, personas de diversas orientaciones de género, sexo, ideología y condición socioeconómica) no merecen ser tratadas como iguales, o como diferentes pero igualmente valiosos.

O sea, eligieron al menos en esta primera vuelta, a alguien claramente contrario a sus intereses.

Y esto me remite a otro viejo chascarrillo popular, tal vez algo desactualizado según las modernas tendencias, pero no por ello menos ejemplarizador: “Dos amigos charlan en un café, y uno le pregunta al otro: ‘Decime Juan, tu mujer al sexo ¿lo hace por amor, o por interés?’ ‘Por amor’ responde el primero sin dudar un segundo. ‘¿cómo podés estar tan seguro?’ ‘Porque no pone nada de interés’”.

Los chistes, decía Don Sigmund, nos remiten a lo inconsciente. Y también decía, aunque él “no se metía en política” que “el inconsciente nos gobierna” (por favor, querido mejor equipo contrario de los últimos 50 años: no se distraigan con estas cosas y sigan juntando guita, que el Fondo no espera).

Quise hablar de amor, y termino hablando de dinero. Pero como “money cant buy me love”, volvamos al amor que nos convoca, que estamos en primavera.

Hace poco más de un mes el Sumo Maurífice nos sorprendió con una tremenda (aunque no veraz, ya que fue en inglés, el idioma que usa cuando miente) confesión de amor hacia Mme Lagarde. Como en el chiste, no sabemos si es amor o interés, aunque en este caso intereses pagaremos hasta que las velas no ardan y la luz no aumente.

Es un amor sin barreras, aduaneras, arancelarias, ni siquiera hay barreras de género ya que para el FMI, todas y todos los que aquí vivimos pertenecemos al mismo género: “deudores”, con e. Inclusivos en la exclusión.

Eso sí, es el amor más desigualitario que se pueda imaginar, genera miseria, desocupación y exclusión a millones. Las del FMI, ya lo hemos dicho, son las únicas “recetas” que conducen a que la gente no coma.

Pero no es de este amor, tan reciente y viralizado, del que les quiero hablar hoy. No, les quiero hablar de otra historia de amor, que, ahora que está en crisis, quizás valga la pena de ser contada: la del Sumo Maurífice y Lilitazepam, la subsecretaria de asuntos ansiolíticos (ustedes quédense tranquilos que yo les explico todo, solía decir).

Ella había jurado no amarlo, “él es mi límite”, había dicho en tiempos más progres. Pero finalmente, salió del closet neoliberal, conservador (tory, para decirlo más fino).

No los unía el amor, sino el esperanto (no se les entendía nada) o el espanto de ver que las mayorías nacionales aceptaban un gobierno que intentaba mejorar la vida de las mayorías, y no de las más selectas minorías, como corresponde.

Él la esperó. La vio pasar por la UCR, la Alianza, el ARI, el CS, La CC, el UNEN, y finalmente, fue suya, políticamente hablando.

Todo iba bien, cada uno hacía su vida, y en algún momento, quizás secreto, los unía la sonrisa, o la carcajada sardónica.

Atravesaron juntos los Panama Papers, los jueces por decreto, el pago a los buitres, la Justicia amiga, los aportes truchos, los empresarios, los recortes a laburantes y jubilados, los despidos, las denuncias, la hegemonía en la prensa. Nada parecía detenerlos.

Hasta que, lo dijo ella, “le perdí la confianza”. Todas y todos y todes los que llegaron a este punto, saben que no hay retorno. Podrán seguir en la hipocresía, en el cómodo fingimiento, o no. Pero...

“Cherchez la femme” (busquen a la mujer) dicen los franceses. Todos dirían que el romance se quebró por el repentino flechazo de Mme. Lagard a nuestro primer Autoritario Electo.

Pero no. Fuentes no muy bien informadas revelearon no sin arrepentirse así salen libres, que no fue él, sino ella, la femme, quien “perdió su confianza en él” porque depositó en otro.

No me dijeron quién es, pero se rumora que es un brasileño que está haciendo estragos.

@humoristarudy