Qué talento hay que tener para escribir un verso tan simple y a la vez tan profundo como “Mírenme soy feliz” y a la vez construir una obra que no habla exactamente sobre la felicidad sino sobre la construcción de la memoria como ese lugar frágil donde las cosas se atesoran pero también se rompen, entre tantas capas de sentido que se pueden predicar de una giganta como María Elena Walsh. En ella habitan también “En el país del no me acuerdo / Doy tres pasitos y me pierdo” con claras referencias políticas, o “Quiero tiempo pero tiempo no apurado / tiempo de jugar que es el mejor”, poniendo en el tiempo ocioso la carga del placer. Así de ancha y compleja es María Elena y parte del acierto de Entre las hojas que cantan, el primer libro de la editorial Diente de León, es no querer asirla en su hondura sino acariciar su biografía, los datos que adornaron su vida y tejieron su trayectoria, esa que siempre tuvo un halo de misterio y cierto espíritu hosco que ella misma le imprimía a la exposición mediática. Por supuesto que hay entrevistas memorables y amorosas, una de María Moreno que Adriana Riva, una de las autoras y mentoras de este proyecto, recuerda especialmente. “Este es un trabajo periodístico, que llevó tiempo y mucho archivo” explica quien, junto a la periodista Mercedes Monti y a la ilustradora Josefina Schargorodsky, logró publicar el libro gracias a la plataforma de crowdfunding Ideame. Diente de León venía trabajando en rompecabezas sobre la Argentina, con las especies autóctonas, nuestra geografía e historia como bandera, y se lanzó al formato libro para narrar la vida de una musa que sigue sonando en las infancias, compitiendo cuerpo a cuerpo, y ganando, contra las nuevas tecnologías, Netflix y Youtube.   

Pensado para que les niñes lo lean junto a sus familias, Entre las hojas que cantan (que empieza con un prólogo de Fito Paéz, como para marcar el pase generacional y la pertenencia de MEW al rock aún sin curtirlo con cuero y tachas) tiene una cronología pero también la decisión de mostrar su feminismo y sus amores lesbianos. Empieza en Ramos Mejía, pone el ojo en la Chapelle y muestra a la familia alrededor de la radio y los limericks, no sin mostrar que a María Elena no le iban las muñecas, y su impronta marimacha la vestía de exploradora y no de princesa. Esas imágenes que empoderan a las niñas no se pintan de disidencia sino que se naturalizan, como la pertenencia a una clase que nunca se oculta y que pasea por la Gath y Chaves, la Richmond y el Cervantes. La narración está plagada de palabras del diccionario Walsh como oronda y timorata y hay un punto de quiebre que es el pase de la infancia a la juventud marcada por una doble página de biblioteca ilustrada con lomos de libros que no son puestos ahí al azar. María Elena devoraba a Virginia Woolf, a Olga Orozco, a Storni y a Shelley y tenía a Rilke, Poe y Kafka entre sus luminarias. Después, lo que se sabe: Leda Valladares, Paris y la bohemia, siempre regada de poesía que María Elena producía con éxito desde que publicó Otoño imperdonable, en 1947. Su estancia en la casa de Juan Ramón Jiménez en Maryland tal vez sea el episodio menos conocido de su biografía y su paso por el music hall el más olvidado, porque María Elena es la voz y la palabra de tantas generaciones con Osías el osito, la tortuga Manuelita, la vaca estudiosa, el mono liso, el perro salchicha, la pájara Pinta…. “Siempre incómoda en lugares cómodos” dice el libro y va mostrando sus cambios de rumbo, como cuando hizo una película con la que también fuera su pareja María Herminia Avellaneda o un espectáculo para grandes de su disco “Juguemos en el mundo”.

MEW habló de su feminismo y se la cita regalando magia y visión de futuro, como a una pitonisa del Ni Una Menos y las pibas del 8A “Esto se transformó, pero no tanto como se dice. Son ustedes quienes terminarán de modificarlo, espero”.

Entre las hojas que cantan se presenta mañana a las 17 horas en la casa de Victoria Ocampo, Rufino de Elizalde 2831, CABA.