El cine es mentira, el cine es verdad. Es ficción, es documental. Es las dos cosas, tal vez una. Podrían pensarse todas estas posibilidades, pero pocas películas son capaces de asumirlas y reflexionarlas. Si hay un film a la altura de algo semejante, ése es F for Fake, que Orson Welles realizara durante su último período de actividad. Se trata de una obra maestra, pasible de ser abordada desde tantas variables como se quiera; un film fascinante, que continúa encandilante. La gran novedad al respecto es que el sello rosarino Prohistoria Ediciones acaba de publicar Verdad y mentira en el cine. El sentido de lo falso en F for Fake (1973), de Orson Welles, de Dulce Isabel Aguirre Barrera.

La autora es Doctora en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México, y el presente trabajo se desprende de su especialización en temas de teoría y análisis cinematográfico. Que este libro sea posible es un acontecimiento, porque sienta un precedente respecto de la posibilidad de más títulos similares. Pero también, y sobre todo, porque se trata de un recorrido excelente, minucioso, sobre una película multifacética, respecto de la cual Aguirre Barrera concluirá que lejos de cualquier relativización sobre los conceptos de verdad y mentira, Fake alude a la cuestión del conocimiento, con el dispositivo cinematográfico como su vehículo, a la par de un espectador al que guiña de manera brechtiana.

El libro de Aguirre Barrera se divide en capítulos que dedica al análisis de la mercantilización del arte, el problema de la autoría, los géneros cinematográficos, el realismo, la verosimilitud. De cada instancia el recorrido arroja ejemplos variados ‑a partir de una lectura excelsa sobre lo mucho que el film de Welles ha provocado‑ para arribar a consideraciones que surgen del contraste y su síntesis. Tal enumeración temática da cuenta, a su vez, de lo profundamente dilemática que es la película, capaz de torcer cualquier supuesto en un imprevisto.

Para quien no esté al tanto, F for Fake es un ensayo fílmico ‑categoría que la autora elige y justifica‑ dedicado a varias posibilidades temáticas, así como a historias de vidas más o menos coincidentes: la del falsificador de arte Elmyr de Hory, la de Clifford Irving ‑falso biógrafo de Howard Hughes‑, la del propio Welles, la del cineasta François Reichenbach ‑a quien Welles compra metraje ya filmado y reutiliza‑, junto al cuento amoroso entre Pablo Picasso y Oja Kodar, y un cierto proyecto "trunco" sobre una película dedicada a mirar chicas. Cada arista dispara hacia las demás, todas se tocan, ninguna es sin las otras, tampoco pueden explicarse por separado.

Si se recuerda la puesta en escena que Welles ya planteaba en Citizen Kane, con la réplica sin límites de su personaje central retratado entre dos espejos, puede encontrarse un punto de apoyo. Una referencia caleidoscópica que será reiterada en otras oportunidades, desde el laberinto alucinado de La dama de Shanghai (1947) al pasado inhasible de Mr. Arkadin (1955). Ese pulso motriz repercute en Fake, a través de la explosión de historias que conviven y ponen en tela crítica los modos de la representación: el raccord se revela las más de las veces falso, los decorados y diálogos derivan en transiciones de escenas imprevistas, no hay relación diegética "segura" entre lo visto y lo oído, tampoco común acuerdo en cuanto a un previsible género narrativo, ni mucho menos sobre lo que signfican esos rótulos divisorios que se dicen "ficción" y "documental". No en vano Welles se presenta aquí como un mago, practica la prestidigitación, y articula imágenes y sonidos desde una moviola (y desoculta, de paso, el "truco" del cine).

Inevitablemente, el realizador practica también la autorreferencia, personal e industrial. Él como un engranaje que desajusta ‑ese "iconoclasta" al que admira Martin Scorsese‑, y que se reconoce como "charlatán", como un contador de historias que encantan, así como lo eran De Hory o Irving. El capítulo que mejor le destaca, y que Fake recrea, es el radioteatro sobre La guerra de los mundos, esa "broma del siglo" ‑según Welles‑ que podría haberle significado la prisión y que sin embargo le llevó a Hollywood. Así como en Kane, los espejos que rebotaban sobre él devuelven acá las imágenes de De Hory e Irving, con sus historias verídicas sobre pinturas o libros apócrifos. ¿Qué es el arte? ¿Alguien puede confirmarlo? ¿Importa la autoría? La obra de un falsificador, ¿es arte? Welles interroga todo, lo complejiza, y pone en cuestión los parámetros estéticos, que Aguirre Barrera rastrea en relaciones que llevan al Renacimiento y el Romanticismo. A la vez, Fake cruza alertas de cara a un porvenir que ‑visto a la distancia‑ "presume" posmoderno. Acto que sitúa al film desde un ánimo cercano al que también ensayara Susan Sontag en su texto emblemático "Contra la interpretación".

Contar con un libro puntual sobre el tema ayuda no sólo a indagar en la obra de Orson Welles, sino también en una deriva que toque, invariablemente, al espectador. ¿Dónde está la mirada crítica, capaz de leer e interpelar lo visto? Por eso y mucho más, Fake continúa como un film incómodo, situado por fuera de las nociones habituales, profundamente necesario.