Intensos, complejos y sutiles retratos de vidas cotidianas, así podrían definirse los dieciséis cuentos que integran Quién no de Claudia Piñeiro. Si la palabra “cotidiano” lleva a pensar en naturalismo, realismo costumbrista o cualquier otra etiqueta destinada a ordenar y clasificar, habrá que aclarar que no resultará tan sencillo en este caso. A la frase tan remanida de que la realidad muchas veces supera la ficción, la autora de Las viudas de los jueves le daría una vuelta de tuerca contundente: la realidad en sí misma puede ser lo suficientemente asombrosa como para prescindir de lo extraño si se lleva al límite los entramados íntimos, secretos y hasta inconfesables que constituye la vida de cualquier persona que pasa caminando a nuestro lado. La capacidad de resolver lo definitivo en un instante, podría ser su mayor virtud como narradora de cuentos; algo que por otra parte viene haciendo, y no de manera secreta justamente, hace más de quince años. Esto también resulta muy interesante.  

Ocurre que la escritora ha reunido una serie de cuentos para ser publicados por primera vez en un libro. Si toda selección es arbitraria lo importante tal vez radique en su motivación primera. “Hay una cuestión que yo no quería. Me sucedió cuando hice Audiolibros. Tomé conciencia de cuáles cuentos eran de una época y cuáles de otra en relación a la puntuación o el fraseo, por darte un ejemplo. Fue al leerlos en voz alta que me resultó clarísimo. Entonces decidí que no iba a cambiar lo esencial porque, en las diferencias, convivían también las distintas etapas de mi vida. Y me parece muy importante que se note, o que lo note yo, aunque pase desapercibido para el lector”, dice Claudia Piñeiro. En esa especie de línea temporal subrepticia se pone de manifiesto su recorrido literario, su crecimiento como autora que, dicho sea de paso, pareciera no concebir la escritura como un acto meramente individual sino colectivo. “Es muy importante para mí que las personas que me ayudan a corregir lo hagan desde un lugar de afecto, que puedan decirte con absoluta naturalidad lo que  piensan que está mal y cómo lo podría mejorar, si es que te pueden ayudar con eso, claro; pero siempre desde una relación amorosa”.

Cuentos de hace muchos años que rememoran su etapa de alumna tallerista conviven con los más recientes formando el mapa literario de sus obsesiones que luego fueron incorporados a su producción novelística. 

¿Te encontraste corrigiendo mucho?

–Sí, corregí todos los cuentos. Además tuve mucha  ayuda de Ricardo Baduel, un editor argentino que vive en España y de mi editora Julia Saltzman. También tengo una amiga escritora que se llama Miriam Molero. Tiene una lucidez increíble y es malísima, en el buen sentido del término, claro. Para mí son las mejores porque te señalan hasta la última coma durante el proceso de corrección. Y cuando ya salió el libro, también te siguen corrigiendo. Es una gran amiga y me ayudó muchísimo. No te puedo explicar cuántas veces corregí los cuentos que integran Quién no. Hay mucho trabajados sobre detalles y finales que hubo que repensar para hacerlos más potentes.

¿Cómo surgió el proyecto de publicar los cuentos?

  –A veces surge el interrogante de cómo es esto en mí de escribir cuentos y en realidad lo que surgió fue el proyecto de publicarlos porque los cuentos ya estaban escritos, muchos de ellos desde hace más de quince años. Incluso le agradezco muchísimo a Verano/12 en ponerme en situación de tener que sentarme a escribir, ya que muchos fueron escritos exclusivamente para el suplemento. Lo que me sucede es que mi cabeza funciona con la lógica de la novela; si me viene una imagen, la dejo macerar y los personajes se van por lugares secundarios; pero en un cuento no te da para contar tanto mundo. Yo escribí muchos cuentos a pedido para diferentes publicaciones. Y también  en la época en que iba al taller de Guillermo Saccomano. Escribía y leía todo tipo de autores, desde Miguel Briante pasando por Antonio Di Benedetto, Antón  Chéjov y Raymond Carver, por nombrarte solo algunos. A lo largo de estos quince años muchas veces me propusieron reunir los cuentos en un libro; pero me parece que cuando surge un proyecto así, el motivo tiene que estar bien fundamentado. La verdad es que  estaba esperando tener suficiente material para poder elegir cuáles  publicar. Y lo que encontré en estos cuentos fue justamente lo que sugiere el título, es decir personajes que están atravesando distintas situaciones en las que uno podría decir. “Yo no haría lo que hace tal personaje pero quién no si se encuentra en esa circunstancia. ¿Puedo pensarme haciendo lo mismo que hizo ella o él? Y a lo mejor, sí”. Entonces me parece que está en esa zona el hilo conductor de los cuentos. 

Hombres y mujeres

Hombres que tienen secretos que sostienen hasta el último día de su vida, como en “Dos valijas” donde se narra la historia de una mujer que recibe dos valijas idénticas que eran de su marido fallecido recientemente mientras regresaba de Chile en  avión, termina por esclarecer el enigma de una doble vida. O “El abuelo Martín”, donde el silencio sobre distintas versiones de luto y despecho ante el abandono de una mujer esconden algo siniestro de parte del abuelo. Y en ese mismo tono de tensión oscura como venido de mito pueblerino “Un zapato y tres plumas” donde un hombre regresa a la casa paterna con el propósito concreto de dejar traslucir una verdad enquistada en un motivo asombroso. “En cuanto se escuchaba su paso obstinado, mi madre se volvía hacia nosotros, suave pero firme, y verificaba que nadie estuviera riendo. En la casa de los Rivera estaba prohibido reír. Él, mi padre, lo había prohibido después de un  fuerte ataque de asma de mi madre que terminó llevándola al hospital”. Cuentos que permiten pensar sobre el sentido que se les da a las palabras más allá de su significado, como en “La madre de Mariano Osorno”, donde un insulto entre chicos durante un entrenamiento de fútbol termina poniendo en evidencia que la interpretación literal de las palabras tiene una relación directa con los niveles culturales de una sociedad que prejuzga de manera condenatoria.  

Cuando se te ocurre una historia, ¿la anotás para luego pensar si se trata del comienzo de una novela o un cuento?  

  –En general yo no anoto nada porque tengo una cuestión casi darwiniana de pensar que, si me lo olvidé, entonces no servía. Una vez, tomando un café con Ana María Shua, –cuando pienso en ella me represento fundamentalmente a una cuentista más allá de que puede abordar todos los géneros literarios que se te ocurran– me dijo algo que me pareció profundamente interesante en relación a la lógica de ciertos escritores que parecen como formateados para la novela o el cuento. Por supuesto, si después las ganas o el oficio te lleva para otro lugar que no te surge naturalmente está bien también; pero lo cierto es que ya venís con una estructura de narradora. Hay una cuestión también que me pasa con el cuento: le tengo mucho respeto. Hay que ser muy preciso con las palabras y tener muy en claro las estructuras narrativas además de todo aquello que no se va a contar porque debe quedar sugerido. En una novela vos pasás por lugares que no son las que más te gustan o interesan pero necesitás ir por ahí para poder llegar finalmente adonde querés. Son las zonas más feas de escribir y muchas veces tenés que lidiar con la voluntad para poder abordar el tema que estás buscando. En cambio, en el cuento vos no podés narrar a modo de lazos para llegar a otros lugares. El cuento requiere mucha precisión. 

  Cuentos con la precisión de un mecanismo de relojería son “Ojos azules detrás del voile”, donde una anciana poco querida entre los vecinos se redime de alguien o de algo cambiando la versión de un accidente que podría llevar a la cárcel a un joven. Y “Mañana”, en el que una mujer se obsesiona con el ritual de armar el árbol de Navidad para sus hijos como un mecanismo de defensa por su infelicidad matrimonial. No hay un solo cuento igual a otro en Quién no, ni estructural, ni temática ni estilísticamente. Claudia Piñeiro da muestras de una gran capacidad para los distintos registros del habla en personajes de edades y clases sociales diversas. Mucho humor, sarcasmo, ironías y vestigios de locura que llevan a reflexiones profundas como en “Claro y contundente” uno de los cuentos más logrados del libro donde se plantea la problemática de la educación escolar cuando hay un niño que no entra dentro de los cánones establecidos. “Es interesante pensar”, señala Claudia Piñeiro a propósito de este cuento, “cómo el sistema educativo de algunos colegios te obliga a que todos los chicos sean iguales y respondan igual de bien a determinado patrón. Esta madre del cuento termina teniendo un hijo que no era ya el mismo de antes, ahora está adaptado a esa circunstancia. Pareciera que para pertenecer a determinado círculo educativo tu hijo tiene que ser un estándar. Lo peor de todo es que esos lugares  tienden a expulsar cuando hay una diferencia”. 

Y con la crítica que no está en tu círculo íntimo, ¿cómo te llevás? 

 –Muchas veces me sirve para mejorar y en otros casos no estoy de acuerdo. Pero son las reglas del juego, por otra parte. Exponés un libro para eso. Hay casos en que sacan conclusiones con respecto a tu voluntad de haber hecho algo, y eso me parece que está mal, a no ser que te pregunten. Me acuerdo, por ejemplo, que en Betibú hubo una crítica que decía que yo había puesto la parte de la amistad entre las mujeres seguramente para mi público femenino. Y la verdad, si vos te fijás, el libro está dedicado a mis amigas. Es un libro sobre la amistad más allá de la trama policial. En ningún momento fue una cuestión especulativa. A mí me interesaba ese personaje separado, cerca de los cincuenta años, muy apoyado por sus amigas. Fijate una cosa curiosa, ese libro lo trabajé con amigas y un amigo escritor. Cuando leía durante el proceso de escritura, los errores de la línea policial los detectaba el varón. En cambio, las mujeres no detectaban un solo error de la línea policial. Además cuando mi amigo las planteaba, y por otra parte tenía razón, a mis amigas no les interesaba en absoluto. Por eso digo, más allá de que los géneros están cada vez más diluidos y no es cierto que las mujeres leen diferente a los hombres, la verdad  es que, en este caso, a ellas les interesaba una cosa y a él, otra.

En Quién no hay un abordaje muy profundo y desde distintitas perspectivas en relación a los personajes masculinos.

  –Esto lo pensé mucho en el momento de elegir con qué historia comenzar el libro. Hay un cuento que se titula “Basura para las gallinas”, y lo escribí hace siete u ocho años atrás. Tiene la temática del aborto. Pero me parecía, teniendo en cuenta todo lo que pasó en nuestro país este año, que era demasiado fuerte arrancar así. Por supuesto que es un cuento que tenía que estar, y por otra parte es uno de los que más me gusta, pero no para empezar. Entonces busqué un cuento que planteara el momento que estamos viviendo las mujeres, pero desde la perspectiva de los hombres que, en algunos casos, parecieran estar en una especie de pantano con tierras fangosas y no saben muy bien dónde ubicarse. En el cuento que abre la serie, hay dos tipos separados, ejerciendo la paternidad como pueden  en un mundo donde no terminan de entender a las mujeres. Me pareció que es una situación de este nuevo mundo con una posición del feminismo muy contundente.

El cuento al que se refiere Claudia Piñeiro es “Lo de papá”, donde dos historias confluyen en un mismo plano de realidad, atravesadas por la temática de la paternidad y el rol paterno en dos hombres aparentemente muy distintos pero culturalmente iguales en su conflictividad. Por un lado está Julián que, separado hace cinco meses, pasa las noches en los distintos departamentos vacíos que tiene a su cargo la inmobiliaria para la cual trabaja y no sabe muy bien qué hacer con sus hijos el día del cumpleaños del mayor cuando su ex pareja lo conmina a que se los lleve a dormir a su casa. Y por el otro lado, George Mac Laughlin, un hombre de negocios muy exitoso que, al separarse de su primera pareja y formar otra, se desentiende de su rol paterno al punto de que el hijo de su primer matrimonio se torna un verdadero extraño. “A Charlie terminaba viéndolo en algún restaurante, a las apuradas, su hijo siempre tratando de evitarlo, de terminar el trámite cuanto antes. Hasta que hace tres años decidió vender el departamento, ya no tenía sentido conservarlo. Entre todos sus bienes, ése era el único que le producía tristeza cada vez que sabía de él. La huella de lo que quiso ser y no fue. La huella de su fracaso. Un fracaso tan abstracto, tan inasible como la paternidad, como el amor padre-hijo. Un departamento que hacía concreta su incapacidad de ser padre”.   

Recién hablabas sobre el cuento que aborda la temática del aborto. En tu caso, es un tema que excede lo literario.  

  –Antes te conté que “Basura para las gallinas” yo lo escribí hace siete u ocho años atrás y no tiene la palabra aborto, como no la tiene tampoco, y por supuesto que no me estoy comparando, Colinas como elefantes blancos de Ernest Hemingway. Tal vez en una lectura rápida no te das cuenta de que aborda la temática del aborto. ¿Por qué te digo esto? Porque antes no se mencionaba la palabra aborto. Cuando releí mi cuento, pensé que si lo escribiera ahora tal vez pondría esa palabra. Ocho años atrás, esa mujer del cuento no  mencionaba. Podía decir “se lo sacó” o “se lo tiene que sacar” o cualquier otro tipo de eufemismo pero la palabra aborto no se expresaba. Esto es muy importante porque es una batalla cultural ganada. Hoy podemos referirnos al aborto sin necesidad de ocultarse en otras máscaras. Te digo esto porque, a veces, en las agresiones que hubo relacionadas con mi postura con respecto a la ley, me cuestionaban por qué ahora  hablaba de esto si nunca antes lo había hecho. Bueno, nunca antes se puso la ley a discusión en la sociedad, entonces no había posibilidad de debate a menos que pertenecieras a la Campaña por el aborto legal, seguro y gratuito, donde hay mujeres que hace años están luchando por esto. Pero, digo, no había discusión en el debate público. Yo tengo varias novelas con la temática del aborto, Tuya, por ejemplo. Elena sabe, también. Una suerte pequeña no tiene la temática del aborto pero sí la de una madre que no quiso ser madre y lo fue igual para luego no saber muy bien qué hacer con esa maternidad. Entonces cuando un tema a vos te aparece tantas veces en tu propia literatura, es lógico pensar que es un tema que te obsesiona. Si ese tema después se impone en la sociedad sumado a la inauguración de la Feria del Libro donde yo estoy planteando y planteándome cuál es el rol del escritor frente a determinados temas de la sociedad, me pareció que era irresponsable dejarlo pasar. Me hubiera sentido muy incómoda si no tomaba un rol participativo. Mucho más incómoda que con las agresiones que tuve después.

“En casa de su abuela había tres perros. Su abuela también usó una aguja, pero no una bolsa de plástico sino uno de los dos baldes. Lo que largó su hermana fue al balde de las gallinas. Ella vio a su abuela sacárselo a su hermana, por eso sabe cómo hacer con su hija: clavar la aguja, esperar, los gritos, los dolores de vientre, la sangre, y después juntar lo que salió en el balde y tirarlo a las gallinas. Ella aprendió viendo a su abuela. Y así lo hizo hoy, igual que como se acordaba. Sólo que esta vez resultará mejor, porque ella ahora sabe qué tiene que hacer si su hija grita de dolor y no deja de largar sangre, sabe dónde llevarla, a ella no se le va a morir”, piensa la mujer del cuento “Basura para las gallinas”.  

En relación a las críticas que recibiste y las agresiones, ¿hubo algo que te haya impactado mucho y no lo esperabas? 

  –Bueno, lo que sucedió cuando yo tenía que presentar a Leonardo Padura en Osde. Porque, digo, alguien  puede hacer una intervención en las redes sociales y agredir. En última instancia está dentro de lo esperable. Ahora, que llamen a un trabajo tuyo para pedir que te lo saquen porque tenés una determinada idea con respecto al aborto, la verdad es que no me imaginé que podía suceder. Yo no iba a dar una charla sobre mí o lo que pienso sobre el aborto. Yo iba a entrevistar a un escritor cubano que, ente paréntesis, cuando lo llamaron para ver qué opinaba del asunto no entendía de qué le estaban hablando. En Cuba, el aborto está aceptado desde hace muchos años. Me acuerdo que Padura me escribe diciéndome que no entiende cómo en la Argentina con la cantidad de problemas que hay, nos estamos preocupando por este tema. Yo no me imaginé que había tanta gente dispuesta a llamar para que me saquen el trabajo. Un acto de censura mal aplicado. Me sorprendió muchísimo.

La relación de la literatura y sus efectos sobre la realidad, porque una cosa es escribir una novela que aborde la temática urgente y otra cosa es respaldar tus ideas fuera de lo literario con todo lo que eso significa.

  –Sí, totalmente. Cuando tuve que elegir una carrera apenas salí del secundario, yo pensé en estudiar Sociología. Creo que hay mucho de eso en mí cuando escribo. La literatura mirada con un contexto social. Hay escritores que escriben su obra sin atender de manera directa todo lo que está pasando. Yo, en general, escribo sobre lo que está sucediendo en el plano social. Entonces es difícil separarte de la acción pública en ese sentido. Las personas somos un conjunto de cosas, yo soy una escritora  con una participación social muy activa. Equivocada o no, alguien puede o no estar de acuerdo conmigo, lo cierto es que yo vivo así.

Xavier Martín