PáginaI12 En Estados Unidos

Desde Nueva York

Desde su oficina repleta de papeles en un rascacielos que se alza en la punta inferior de la isla de Manhattan, Ben Wizner maneja o sugiere o controla la agenda del disidente exiliado más famoso de mundo. Joven, rápido e implacable, sofisticado y arrogante en lo intelectual, emergente de la izquierda liberal urbana que crece en la resistencia al huracán Donald, Wizner  actúa desde el 2013 como el abogado principal –y algo más–de Edward Snwoden, el ex espía que conmovió al mundo ese año al revelar los programas de vigilancia masiva de Estados Unidos. Graduado de Harvard, ex profesor de leyes de New York University, director del Proyecto de Libre Expresión, Privacidad y Tecnología de la ONG progresista más poderosa del país, la ACLU,  en esta entrevista Wizner, de 47 años, analiza el legado de Snowden, revela detalles íntimos sobre su exilio en Rusia y traza un crudo retrato de las amenazas a la democracia y a los derechos humanos en tiempos de Trump. 

–Antes de Snowden usted trabajó con otros arrepentidos. ¿Podría explicarme cómo se especializó en el tema?

–No me considero un especialista en arrepentidos  no soy un experto en todos los vetustos remedios administrativos que existen el sistema legal de Estados Unidos para arrepentidos. Para mí,  la verdadera Ley del Arrepentido es la primera enmienda de la Constitución (de EE.UU., que garantiza la libertad de expresión). Lo que me llevó a este trabajo es que empecé a trabajar como abogado en la Unión por las Libertades Civiles  Estadounidenses (ACLU, en inglés)  cinco semanas antes del atentado del 11-9. Entonces sin saberlo empecé como defensor de derechos humanos en un momento de sobrerreacción al 11-9.  Representé a víctimas de tortura, a víctimas de secuestros en el exterior, a gente que apareció en listas negras de terroristas, a gente bajo vigilancia, a prisioneros de Guantánamo. Este es el trabajo principal que hice durante mi primera década en la ACLU. Durante el gobierno de Bush hijo estuve involucrado en el caso de una arrepentida, una traductora del FBI llamada Cibel Edmonds, que había sido despedida después de denunciar serias irregularidades en investigaciones. Ese caso me dio una lección sobre cómo responde la comunidad de inteligencia estadounidense en esa clase de situaciones. Aunque la información que Edmonds necesitaba para ganar su caso de despido injustificado era información pública, el FBI se defendió diciendo que su derecho a preservar secretos de estado significa que no podemos litigar el caso sin dañar la seguridad nacional. Y tres salas de la justicia federal aceptaron ese argumento y no permitieron que Edmonds presentara su caso. Ese mismo privilegio de secretos de estado se usó para negarles  la posibilidad de ser escuchados en los tribunales a prácticamente todas las víctimas del programa de tortura de la CIA. Ninguna corte dijo jamás que el programa era legal. Ninguna corte dijo que la tortura no ocurrió. Pero de hecho ninguna víctima fue compensada porque la CIA le decía a la corte federal “desafortunadamente no podemos llevar adelante este juicio sin revelar secretos de estado y por lo tanto dañar la seguridad nacional” y entonces los casos eran archivados. Todo esto me preparó para el caso Snowden.

–Pero los dos psicólogos que diseñaron el programa de tortura de la CIA sí llegaron a juicio, justamente por una demanda de la ACLU.

–No llegó a juicio, arreglamos antes de eso el año pasado. Pero fue la primera vez que una víctima de tortura pasó la primera barrera de una moción para archivar el caso en base al secreto de estado. Fue un caso contra dos psicólogos llamados Mitchell and Jassen,  quienes habían diseñado las llamadas “técnicas reforzadas de interrogatorios” (eufemismo de la CIA para disfrazar la tortura). Ese caso, el día antes del juicio, fue arreglado con un acuerdo confidencial. Esto fue positivo para los querellantes porque pudieron obtener algún tipo de compensación, pero también significa que seguimos sin tener una sola corte en Estados Unidos que falle acerca de la legalidad del programa de tortura.

–¿Entonces por qué arreglaron?

–La decisión de llegar a un acuerdo es de los clientes, no de los abogados.

–Recien usted comentaba que todo esto lo preparó para ser el abogado de Snowden.

–La razon por la cual estaba tan preparado para ayudar a Snowden es que uno de los cuestionamientos que recibe es: ¿por qué no usó el sistema para llevar adelante su queja? ¿ por qué no se quedó acá y enfrentó las consecuencias, en vez de escapar a otro país? Mi respuesta es que yo me pasé 10 años tratando de usar el sistema con víctimas de tortura, con víctimas de grandes violaciones a los derechos humanos y el sistema nos contestó que nos vayamos, que no hay remedio para ese tipo de casos. Por lo tanto no tengo mucha paciencia con el argumento de que si alguien denuncia un sistema de vigilancia masiva a su jefe algo grande va a pasar. La única manera en que Snowden iba a lograr cambios era llevar esta información al público. No a su supervisor o al supervisor de su supervisor. Cuando Snowden hizo su denuncia  el presidente Obama se defendió diciendo que las actividades que estaban siendo reveladas (pinchaduras masivas de celulares y servidores de internet) habían sido aprobadas por los tres poderes del estado. Básicamente decía la verdad, pero ése era el problema: En cuanto la opinión pública se enteró, los tres poderes cambiaron de opinión. El presidente dijo que la NSA (Agencia de Seguridad Nacional, en inglés) había ido demasiado lejos e impuso restricciones, incluyendo a la vigilancia en el exterior. El Congreso impuso restricciones a la vigilancia de la NSA por primera vez desde la década del 70. Y las cortes federales, que siempre se habían rehusado a tomar casos de vigilancia masiva  por razones de seguridad nacional, empezaron a aceptarlos y a fallar que esos programas son ilegales porque violan la Constitución.  Nada de esto hubiera ocurrido si Snowden hubiera usado el sistema en vez de eludirlo. 

–¿Como es trabajar con él? 

 –Ha sido una de las experiencias más significativas de toda mi vida. La mayoría de nosotros no cambia el mundo por sí mismo. Como mucho ayudamos a que suceda. Pero de vez en cuando aparece alguien como él que toma este riesgo histórico que permite cambiar de manara radical el comportamiento de la población  mundial. Mi trabajo es ayudarlo a ser más efectivo. No ha sido una representación legal tradicional. Normalmente en un caso legal gran parte de mi trabajo es conseguir un resultado judicial favorable para mi cliente. Pero desde el primer día él me dijo: “ hagamos eso cuando tengamos tiempo.” Por eso nuestro foco principal como abogados suyos es  ayudarlo a obtener reformas, ayudarlo a cumplir su misión política, antes que defender sus intereses legales, aunque obviamente debemos hacer las dos cosas. 

–¿Como es su situación acá y en Rusia?

–El no quiere que le tengan lástima. Te diría que está más conectado socialmente que cuando trabajaba para el gobierno, dado que había entrado a los servicios de inteligencia cuando tenía unos 20 años y trabajó mucho tiempo bajo anonimato en el exterior. Nunca estuvo insertado en un grupo familiar o de amigos en el que podía hablar libremente de lo que hacía y forjar vínculos afectivos, excepto por su novia y su familia inmediata. Ella se mudó con él en Rusia, lo cual él le agradece eternamente, pero además ahora está en contacto con abogados y aliados, periodistas y amigos. Desde adolescente sus interacciones fueron a través de internet y mantiene su acceso a la red. Por lo tanto está  más conectado al mundo en su exilio que cuando trabajaba para el gobierno. Su situación legal  es que  tiene residencia legal en Rusia, renovable cada tres años, así que por lo menos hasta abril del 2020 puede vivir en Rusia y no tenemos motivos para pensar que su permiso de residencia no le sería renovado si debe permanecer más tiempo en Rusia. Ya le han renovado el permiso una vez, pero él no tiene ningún control sobre eso. Ha habido muchos rumores de que por la relación cercana entre Trump y Putin la situación de Snowden podría peligrar. No tenemos manera de saber si eso es cierto o no.  El dice que va a seguir hablando libremente, que si su seguridad fuera su prioridad todavía estaría viviendo en Hawaii y nunca hubiera dejado su trabajo bien remunerado. Como es de público conocimiento (Snowden) continúa criticando no solo al gobierno estadounidense pero también al ruso, a pesar de advertencias de personas como yo que le decimos que no sabemos si es la mejor estrategia para su seguridad. Pero así es él.

–¿Como lo va a tratar la historia?

–Cada vez que alguien da un paso adelante como hizo él y no solo revela información secreta pero pone a los servicios de inteligencia estadounidenses bajo una luz completamente distinta a nivel global , se puede esperar la respuesta retórica que él recibió. No creo que fue ingenuo cuando se metió en esto, ni pensó que el mundo le iba a agradecer lo que hizo. Pero la historia suele ser muy bondadosa con los arrepentidos. Cuando Daniel Ellsberg publicó los Papeles del Pentágono lo acusaron de ser un espía ruso  y el gobierno de Nixon dijo que Ellsberg le había entregado una copia de los papeles a la embajada rusa. Ahora Ellsberg es un héroe nacional, prácticamente ha sido santificado. 

–¿Como es vivir en tiempos de Trump? Como afectó las libertades civiles y los derechos humanos el actual gobierno?

–Creo que Trump es fundamentalmente autocrático y antidemocrático. Pero no es único ni novedoso. No es el primer presidente estadounidense en partir el pan con dictadores y autócratas de otros países. No es el primero en nombrar jueces federales y jueces supremos derechistas. No es el primero en facilitar la corrupción y transferir ingresos de la clase media a los ricos. Todo esto venía ocurriendo rutinariamente en la centroderecha estadounidense desde hace mucho tiempo. Creo que donde Trump es novedosamente peligroso es en que no está conectado a ninguna tradición política ni es él mismo un político. Y en un momento de peligro, por ejemplo en un ataque terrorista, no va a mostrar ningún respeto por las tradiciones y las instituciones democráticas. Además, su voluntad de promover xenofobia en contra de los inmigrantes de México y Centroamérica y los musulmanes en general es genuinamente peligrosa y de hecho gran parte del trabajo de la ACLU de los últimos años ha sido combatir es agenda xenófoba. Pero no creo que Trump fue instalado en EE.UU. por el líder ruso o que represente algo que es completamente opuesto a la historia y los valores de EE.UU., como si EE.UU. hubiera sido una democracia perfecta hasta que llegó Trump.     

–¿Cómo siente que afectó la reputación de Estados Unidos en el mundo la incapacidad de cerrar la cárcel de Guantánamo y las declaraciones de Trump y de altos funcionario de su gobierno en favor de la tortura?

–Antes de hablar de Trump hablemos de Bush y de Obama. Porque el gobierno de Bush echó para atrás medio siglo el consenso global sobre tortura al implementar en esencia una conspiración para torturar en las fuerzas armadas y los servicios de inteligencia.

–¿Por qué habla de una conspiración?

–Porque fue una conspiración. Los líderes que lo autorizaron sabían que era ilegal, pero conspiraron para crear un canal legal para que abogados corruptos escribieran directivas diciendo que algo que siempre habíamos juzgado como ilegal ahora era legal. Fue una conspiración de tortura e impunidad.  Y el gobierno de Obama echó para atrás medio siglo el consenso sobre la penalización de la tortura cuando protegió del alcance de la ley a los arquitectos de la tortura. Obama dijo: “tenemos que mirar  para adelante, no para atrás.” Estoy seguro que a cualquier criminal encarcelado le gustaría haber escuchado eso en referencia al delito que cometió. Esa decisión de no permitir que las cortes juzguen la legalidad de los programas de tortura abrió el camino para que  venga Trump y diga “deberíamos tener el submarino (una forma de tortura) otra vez”.  Para ser claros no hay evidencias  de que el gobierno de Trump haya retomado la práctica de torturar. Hasta donde sabemos, se dejó de torturar en el 2006, cuando los militares y los servicios se dieron cuenta de que  es una práctica peligrosa y aunque ellos no fueran juzgados por llevarla adelante, torturar les traería otras consecuencias negativas.  También debo decir que nadie ha sido enviado a Guantánamo desde el gobierno de Bush.  Todavía tenemos decenas de personas detenidas ahí, pero nadie fue llevado ahí desde el 2006.  Pero en general creo que usted tiene razón. La retórica de Trump acerca de los derechos humanos le da amparo al régimen saudita,  al presidente  filipino, a Myanmar, y también a China y Rusia,  para que realicen grotescos abusos a los derechos humanos y que apunten sus dedos a Estados Unidos y digan: ¿Ellos son los que nos van a decir cómo comportarnos? Guantánamo sigue abierta y ni siquiera pudimos cicatrizar esa herida pustulenta. No es un problema  creado por Trump, es un problema que Trump empeoró. 

–¿Que va a pasar en la elecciones del mes que viene? 

–No quiero hacer predicciones porque me equivoco muy seguido. Lo que veo es una ola de fuerzas antidemocráticas en todo Occidente y más allá. Veo que la democracia se encoge en Turquía, en Hungría, en Polonia, en Israel, en China, en Rusia, en el Reino Unido con el Brexit, en Estados Unidos, en Italia, en Arabia Saudita. Paradójicamente, al menos en Estados Unidos hay razones para ser optimistas con respecto a la reacción hacia Trump. Parte del manual del autócrata es atacar y achicar a los medios y a la sociedad civil. Y lo que vemos acá es que ONGs como la mía han crecido exponencialmente. La ACLU tenía 480 mil miembros el día de la elección. Ahora tenemos dos millones. Esto es, gente que aportan dinero mensualmente para apoyar nuestro trabajo. Los grandes medios como el New York Times y el Washington Post,  más allá de que uno coincida con  su enfoque periodístico, son importantes para la democracia y hoy dan ganancia y su base de lectores ha experimentado una tremenda expansión. Y a pesar de todos los ataques de Trump no creo que alguien pueda decir que los medios están más débiles hoy por culpa de Trump. Puede ser que los estadounidenses empiecen a entender que ejercer la democracia va más allá de votar cada cuatro años y que necesitamos invertir en instituciones que defiendan la democracia. Mucho dependerá de lo que pase en las elecciones de noviembre.