A veces, la curiosidad es el primer motor que tiene un cineasta. En el caso de quienes se dedican al documental, es una herramienta indispensable. Mucho mayor que en la ficción. Así lo demuestra una vez más Néstor Frenkel, director de El amateur y Los ganadores y ahora de Todo el año es Navidad, documental que posa su mirada en los hombres que se disfrazan de Papá Noel en diciembre: desde artesanos y estatuas vivientes a panaderos, masajistas y luchadores en su vida corriente. El film nació de una manera fortuita “como suele pasar con los documentales”, según relata el realizador del film, que con su título homenajea a la ficción argentina de los 60, dirigida por Román Viñoly Barreto. Se estrena mañana en el Gaumont y a partir del 22 de noviembre también podrá verse en el Malba. 

¿Cómo nació todo? Frenkel recibió un mail de un hombre que buscaba trabajo. “No era un mail para mí, era spam”, aclara. Lo había enviado un hombre que buscaba empleo y que decía: “Soy el verdadero Papá Noel”. “Quería ganar unos pesos haciendo un trabajito extra y su argumento de venta apelaba directamente a la fantasía, a la magia.” Frenkel borró el correo electrónico y se olvidó del tema, pero a los pocos minutos se puso a pensar “en cómo se unen dos cosas tan separadas como la fantasía y la magia con la necesidad de trabajar”. Eso lo llevó a reflexionar que toda la Navidad “es eso”, dice el cineasta. Y lo argumenta: “Es una apelación a lo divino a lo angelical, a lo mágico, místico y espiritual; y al mismo tiempo que es un gran negocio, una forma de agilizar las ventas o mejorarlas ese mes”.  

–De todos modos, la película no hace tanto hincapié en esto último sino más bien en el lado oculto o desconocido de quienes trabajan con la fantasía, ¿no?

–Claro, pero es eso también. Como la verdad más a tierra, que está detrás de la fantasía más extendida de la humanidad, que es la fantasía navideña. A milímetros de distancia estaban estas dos caras supuestamente tan opuestas, tan alejadas. La película no es un análisis sociológico ni mucho menos económico sobre el negocio de la Navidad ni pretende develar algo que es más que obvio. Simplemente es una manera de mirar a esta gente con estas dos caras: quiénes son en los once meses del año –personas normales que necesitan trabajar–, y quiénes son en diciembre, seres míticos y mágicos. 

–Algo interesante es que son muy distintos quienes se calzan el traje de Papá Noel. ¿Se puede decir que la película tiene una mirada social sobre quienes se ganan la vida cuando juegan a la fantasía?

–Es una de las tantas miradas. Una forma de mirar la película puede ser desde lo social, como vos la ves, o que tiene esa parte, y otra puede ser sobre qué les queda a estas personas que atraviesan por esa experiencia que durante un mes son depositarios de esa magia. Son actores que actúan, pero la mayor parte de su público no es consciente de que está en presencia de una actuación. Interpretan una situación real, encarnan un personaje mágico y mítico. En un punto es qué les queda del personaje a estas personas después de atravesar esa experiencia. 

–Y también tiene que ver con cómo se naturaliza una leyenda, ¿no?

–Por supuesto. Un tema que siempre me interesa es cómo las tradiciones se van cristalizando. Un poco lo que me guió en la selección de los personajes fue que cada uno tiene algo de Papá Noel, una característica particular que les quedó. Uno tiene un acercamiento muy fuerte a la imagen de Papá Noel, otro a la voz, otro al aspecto solidario, está el que encarna más el amor a los niños, o el que encarna el hecho de ser un hombre por encima de los demás hombres: un Súperhombre. Hay distintas facetas y yo siento que, entre todas, completan el personaje. Cuando empecé no sabía si iba a trabajar con uno, cinco o diez personajes. Comencé con una investigación por internet buscando notas periodísticas. De ahí sacaba los nombres, me metía en redes. Allí me fijaba si tenían amigos que parecieran compartir la actividad. Y así fui investigando. Después, con algunos que me interesaban empecé a tener un intercambio vía mail, luego hice un casting abierto a gente que hizo el trabajo, que atravesó la experiencia. 

–¿El tono lúdico con el que contás estas historias fue algo premeditado?

–Un poco sí. Es una manera que tengo para acercarme a las cosas, una manera que tengo de relacionarme conmigo, con mi vida, con mi entorno y también con mi actividad. Es como una forma de mirar y de contar el mundo. Lo miro como una comedia, lo cuento como una comedia y uso elementos de ese género: el ritmo, la música... Y la Navidad tiene esa cantidad de color, de disfraz y con una iconografía disponible que es fácil acercarla a la comedia. 

–¿Cómo trabajaste esa delgada línea entre hacer reír con los protagonistas y evitar ridiculizarlos?

–Eso está en cada uno. Mi objetivo nunca es ridiculizar. No siento que los esté ridiculizando. Sí trabajo los materiales con ritmo y selecciono y elaboro el material en esa dirección. Pero lo que se ve en la pantalla es lo que esas personas emanaron. Organizo el material. Hay como un deseo de que la película tenga un tono y un ritmo de comedia, pero no es lo único. No se trata de eso, no es una película de gags como ninguna de las anteriores que hice, aunque cuando la gente se ríe es muy agradable. Comprendo que hay gente que no pueda entender eso. Siento que es la gente que no se puede mirar a sí misma. Yo tengo esa mirada de la comedia conmigo. No siento que me burle de otro porque no me burlo de mí. Miro así el mundo. Y entiendo que la gente que no puede reírse de sí misma, que no puede ver al mundo o al otro así, se ofenda, se escandalice y me acuse, pero siento que es de esa gente que me río.

Todo el año es Navidad contrasta los rojos y los verdes.

–¿El documental busca balancear esa dualidad entre realidad y fantasía?

–Sí, todo el tiempo está jugando en esos pilares. Por eso, está todo el tiempo el fondo verde en las entrevistas. Se supone que el fondo verde es para lo que desaparece y atrás uno hace aparecer una fantasía. Bueno, queda el fondo verde, una situación de trabajo. Y está eso disponible para que cada uno arme su fantasía ahí.  

–¿Te sentís más cómodo en el documental, que te permite dudar, a diferencia de la ficción, donde todo tiene que estar más controlado?

–Sí, tal cual. Con los años me fui dando cuenta de que esa era una de las cosas que me motivaba mucho a hacer documentales y no hacer ficción por eso: es la posibilidad de dudar y de ir construyendo, más que el control absoluto sobre todo, que es lo que debés tener en una ficción. Tenés que haberlo pensado todo, organizarlo todo y haberlo programado todo. Y filmar es toda una suma de detalles que fueron pensados antes y todo tiene un sentido, un por qué y un para qué. Mi productora se llama Vamos Viendo. Y tiene que ver con ese espíritu. Yo prefiero ir viendo, usar la cámara de otra manera,  rodearme de menos gente, pero tiene que ver con la posibilidad de dudar y de ir viendo más que de tener todo pensado, controlado y prediseñado.