... A fuerza de desventuras /
Tu alma es profunda y oscura...

Joan Manuel Serrat, 
Mediterráneo, 1971

Desde hace un tiempo, circula un video por las llamadas “redes sociales”, en el cual, un grupo de jóvenes músicos comienza a ejecutar la versión instrumental de una canción. “Pedimos a una orquesta que diera un concierto sorpresa en un parque. Poco a poco muchos se vieron atraídos por una melodía por todos conocida...”, describen los subtítulos. La cámara va enfocando de manera alternada a los jóvenes músicos y al creciente grupo de personas –hombres y mujeres, familias con niños–, que se aglutina para acompañar al compás de su cuerpo esa apacible música. De pronto, las expresiones de placer van dando lugar al asombro, a la incomodidad, al malestar. Unos cuadros dispuestos en unos atriles delante de la orquesta empiezan a ser destapados por los músicos. El horror se devela allí transformando ese lenguaje cifrado en la imagen del semejante –hombres, mujeres, niños–, espejo de ese otro retratado “frente a mí”, que es arrojado a la muerte. “El Mediterráneo que inspiró esta canción queda muy lejos de éste donde hoy las gentes dejan la vida tratando de ponerla a salvo de la guerra”, concluye el cantautor Joan Manuel Serrat, autor del tema musical en cuestión, y cuya silueta se recorta sobre el mar que nombra.

El acto solidario pone al aire un contenido: “En los últimos 6 años han muerto más de 15 mil personas tratando de llegar a Europa. Queremos que el Mediterráneo deje de ser una gigantesca fosa común y vuelva a ser un lugar donde vivir historias maravillosas (...)”, reza la frase final del audiovisual que denuncia el desprecio por la vida de miles de personas que se convierten en un resto sin valor, un deshecho. Un recorte de una situación de la realidad contemporánea, que puede ser aplicada, que es y ha sido replicada, en distintos espacios y tiempos históricos (CEAR, 2016). 

El agua devorando la vida de hombres y mujeres, como también sucedió en la Argentina del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” –a través de los llamados “vuelos de la muerte”, mediante los cuales los desaparecedores se deshacían de los cuerpos de sus víctimas indefensas arrojándolas con vida al mar–. Vidas desechadas de quienes, por distintas razones en diversos contextos epocales, no encajan en la lógica del sistema dominante. 

Un sistema que, en su génesis, en la integración y consolidación territorial de la Argentina, entre mediados del siglo XIX e inicios del XX, implicó la conquista de los territorios indígenas y el exterminio de las comunidades originarias hacia la conformación de la Nación, expresión de un genocidio que también significó la eliminación del otro diferente. Pero la elite dirigente de la llamada generación del 80, que aspiraba a poblar el país de ingleses y alemanes, asistió a la llegada de otros inmigrantes en su mayoría italianos y españoles pobres que emigraban de sus tierras también en el intento de salvar sus vidas (Martínez Sarasola, 2011).

II

En un riguroso análisis del proceso de colonización de Argelia se plantea como una de las características esenciales de la situación colonial que a la sociedad dominada le eran impuestas las normas jurídicas y administrativas “con desprecio de la realidad y a despecho de las resistencias”, lo que implica una intervención cultural, una “cirugía social” que vulnera la historia y las tradiciones culturales por parte de quienes detentan el poder, generando un profundo desarraigo (Bourdieu & Sayad, 2017). Los autores sostienen que el desplazamiento forzoso afecta toda la vida social al transformar la organización del espacio habitado. Al romper el lazo familiar del ser humano con su entorno, el sujeto “se ve afectado en el fondo mismo de su ser y tan profundamente que ni siquiera puede formular su desarraigo”. Los efectos del desarraigo implican algo más que la pérdida de la tierra, alcanzan a su cultura. Pasan al mismo tiempo de “ciudadanos sin ciudad”, a perder su misma condición de ciudadanos sujetos a derechos.

En su libro Un acto vergonzoso, Taner Akçam explora y analiza las razones del genocidio armenio perpetrado por Turquía en los inicios del siglo XX. En la descripción y análisis de una verdadera masacre anunciada, se registra todo un recorrido planificado en el que “la intención detrás de la deportación era el exterminio” (Akçam, 2010), y “la eliminación de los armenios planeada con anticipación”. La obra destaca cómo los perpetradores relataban los crímenes que cometían con gran placer. Encolumnadas para su deportación, las víctimas eran sacadas de las ciudades para luego ser ejecutadas en los caminos, en los que los asesinos les robaban también sus pertenencias. El genocidio se implementó a través de “un mecanismo dual”: había órdenes oficiales de deportación y luego “órdenes separadas, no oficiales, para la aniquilación de los deportados”. Mediante la “Orden Secreta de Eliminación y Exterminio”, emisarios especiales eran los encargados de que ésta se cumpliera, y las bandas armadas llevaban luego a cabo su vil tarea. La disposición establecía “no dejar un solo armenio vivo, y que cualquiera que se interpusiera en el camino de esta orden debía ser ejecutado” para cumplir así “el propósito de destruir y aniquilar a los armenios”, que eran asesinados “porque eran alimañas”. Y repitiendo métodos que se reactualizan una y otra vez, el autor relata que “en la región del Mar Negro los armenios fueron cargados en barco y arrojados por la borda”. Hombres, mujeres y niños lanzados como deshechos fuera del mundo. Los campos de concentración en los que esperaban su destino final fueron llamados “campos de la muerte” y los que sobrevivían eran deportados al desierto: “la gente simplemente era llevada allí para dejarla morir”.

III

Corría la primera treintena de los años mil novecientos, un Freud ya débil y enfermo en su estado físico, se resistía a dejar su tierra, la Viena victoriana que, atravesada antes por la primera guerra mundial (1914-1918), iba empezando a ser conmovida ahora por las prácticas violentas del nazismo cuyo alcance habría de resonar poco tiempo después en el mundo entero. Conminado por amigos y allegados a preservar su vida, luego de la invasión nazi en Austria, ocurrida el 11 de marzo de 1938, este ruego se volvió perentorio. Que “su vida era muy cara a mucha gente”, le decían quienes pensaban que debía refugiarse inmediatamente. En su negativa, antes de recalar finalmente en Londres, Freud argüía que ningún país le daría entrada. Efectivamente, la mayoría de los países se negaba a recibir inmigrantes y la desocupación asolaba la región. El único país que admitía extranjeros era Francia, pero con la condición de que no trabajaran allí, es decir, se les permitía ingresar a Francia supuestamente para salvar la vida, pero “para morir allí de hambre” (Jones, 1998).

Contemporáneo en su vida biológica a ambas guerras, Freud se va a interrogar una y otra vez acerca de la condición humana, para sostener que, si fue necesario instituir mandamientos que instaran al hombre a abstenerse de cometer delitos, de matar, robar, etc., era porque esto no era natural en él, y por eso la cultura debía inhibir esas pulsiones de muerte. En diversas experiencias mortíferas se pone de manifiesto la repetición de lo peor en juego del hombre como lobo del hombre, tal como sitúa Freud citando a Hobbes, en un “eterno retorno” de lo igual del que habla Nietzsche. 

Así, en El malestar en la cultura, va a afirmar que bajo determinadas circunstancias el hombre puede revelarse como “bestia salvaje” que ni siquiera es capaz de respetar a los miembros de su propia especie (Freud, 2011). Y esa inclinación agresiva que perturba los vínculos con el prójimo, esa hostilidad en juego es la que se pone de manifiesto en la segregación y una amenaza permanente que acecha a la cultura. Y por eso “la cultura tiene que movilizarlo todo para poner límites a las pulsiones agresivas de los seres humanos”. Freud va a plantear respecto de la civilización que ésta conlleva el gobierno que el hombre tuvo que hacer de la naturaleza al tiempo que la regulación de los vínculos a través de la institución de normas para la distribución de los bienes. Las sociedades más injustas e inequitativas, que propician profundas desigualdades, acentúan ese malestar. 

También va a sostener en El porvenir de una ilusión, que el desarrollo de la ciencia y de la técnica puede ser usado para su aniquilamiento (Freud: 2011). La profundización de la desigualdad en la distribución de los bienes entre los hombres y la capacidad del ser humano de tomar a un semejante como objeto, y someterlo a tratos crueles inhumanos y degradantes, son y han sido acciones que ponen en juego la segregación, la discriminación, el racismo. 

IV

La exclusión de miles de hombres y mujeres, en diferentes espacios físicos y temporales, que adquiere de ese modo diversas expresiones, da cuenta del odio a lo diferente, a lo extranjero, la hostilidad al semejante.

Se construye la figura del otro como extraño y en consecuencia depositario de la hostilidad y el odio, símbolo de peligro. De ahí el aumento de la xenofobia y el racismo en coincidencia con la inmigración; y la proliferación y éxitos electorales de expresiones de derecha apoyadas por muchos de los sectores más vulnerados de la población.

Zigmund Bauman, en su libro Extraños llamando a la puerta, analiza los efectos que se producen en las sociedades que ven en peligro la desaparición del modo de vida conocido, y de cómo este modo de vida moderno comporta en sí mismo la producción de “personas superfluas y vidas desperdiciadas”.

Mientras, los gobernantes –que representan los intereses de los verdaderos sectores de poder a quienes las migraciones favorecen para abaratar la mano de obra y propiciar así la maximización de la ganancia–, se debaten en responder a los intereses que tutelan y sosegar el rechazo de la gente “azuzada” por “la eterna batalla que los creadores de opinión libran sin descanso en pos de la conquista y el sometimiento de las mentes y los sentimientos humanos”, la afluencia de los migrantes es vivida  por las sociedades –sometidas a una “elevada precariedad existencial” y a “la endeblez de su posición social y de sus perspectivas de futuro”–, como “más competencia en el mercado laboral” y “mayor incertidumbre” (Bauman, 2016).

Los refugiados, esos “nómadas”, “por veredicto dictado por un destino cruel”, nos recuerdan “de manera irritante, exasperante y hasta horripilante la (¿incurable?)” –se pregunta el autor–, “vulnerabilidad de nuestra propia posición y la fragilidad endémica” de ese bienestar. Es decir, nuestra propia precariedad en el mundo.

Tomando el concepto de Foucault de la “sociedad disciplinaria” hasta el actual que sitúa Byung- Chul Han de la “sociedad de rendimiento”, sostiene que este imperativo deviene el nuevo mandato de la sociedad. Esta sociedad de rendimiento es individual, “dominada por la cultura del individualismo” y en la cual hasta “se privatizan las incertidumbres de la existencia humana”. El individuo es así abandonado a su suerte, dependiendo de sus propios recursos particulares, respecto de los cuales pronto descubrirá que son insuficientes. El individuo abandonado por el Estado queda desamparado ante “una nueva precariedad de la condición existencial”. Así, el sujeto queda expuesto en el seno de “una sociedad pulverizada hasta quedar convertida en una suma de rendidores individuales”, pretendidamente independientes, “becarios no remunerados, inseguros y sin protección”, viviendo una vida fragmentada en una sociedad cuya fragmentación reproduce. El ser humano es así exigido a ser “autónomo, potente, tenaz” y conminado a “mejorar sin cesar”.

De este modo la combinación entre los movimientos internacionales de población y las transformaciones socioeconómicas ultrarrápidas tienen una estrecha relación con los fenómenos de segregación contemporánea. La desarticulación de los lazos sociales solidarios viene al lugar de la “construcción de muros en vez de puentes”, en desmedro de la restitución del lazo al otro.

V

En el marco de la etapa neoliberal más descarnada del capitalismo, se trata del empuje al goce del consumo, donde el sujeto es reducido a la lógica del mercado colocando en el lugar del ideal aquello que deja pegado el ser al tener, el concepto “del empresario de sí” de Foucault, que reduce al sujeto a mercancía sometido a la voracidad del capital en la lógica individualista del “sálvese quien pueda”, cuando en realidad la “salvación” de cada quien importa el hundimiento del semejante en una vorágine en que finalmente todos naufragan en las aguas del neoliberalismo más impiadoso. Y en ese imperativo de goce superyoico que instala al sujeto, devenido él mismo en pura mercancía, en una lucha a muerte desigual, ser y tener se funden, empujándolo a ser un “desterrado de sí”.

El ser humano, que habla anudado a un discurso social, hegemónico, que lo envuelve en un lenguaje uniforme en el que su deseo se diluye con su propia anuencia, en la ilusión de pertenecer, en el afán permanente de no ser el excluido que se cae del mapa, que queda fuera del sistema, el segregado, el diferente, el discriminado es arrojado así al desamparo de origen. Se pone de este modo en juego la hostilidad a lo diferente, al otro semejante, lo más ajeno y lo más íntimo. Lo hostil como rechazo a lo diferente, a lo diverso, tal como conceptualiza Freud en la constitución del ser humano, mediante la cual se arroja de sí todo lo malo que constituye un peligro para su existencia.

Osvaldo Delgado, situando la diferencia entre fenómenos segregativos y la segregación como estructura, toma la lógica de lo ominoso –unheimlich– como fundamento freudiano del concepto de extimidad de Lacan. La segregación es lo que aparece como respuesta a lo radicalmente otro. Se segrega lo más íntimo y retorna como unheimlich.

El capitalismo somete al ser humano a las condiciones del mercado y a la lógica del capital, el empuje al goce del consumo de objetos, que en cuanto son alcanzados ya caducan porque uno nuevo está ya lanzado al mercado en una producción incesante en donde la eficacia y el éxito son siempre efímeros y en donde la producción de bienes se excluye radicalmente de la lógica del deseo. Se es lo que se tiene y lo que se exhibe, y en ese empuje a la ilusión de alcanzar la completud, el neoliberalismo no hace más que poner en juego, todo el tiempo, la mortificación de la existencia misma, sometiendo a las personas a la esclavitud de las redes sociales en un modo de interacción que sumerge al sujeto a la soledad. 

La propia constitución subjetiva del hombre, alienado al otro, hablado por el otro, la condición misma de ser hablante, de estar habitado por el lenguaje, la división subjetiva es lo que introduce la singularidad, e instaura un margen de libertad del sujeto. Hay algo que se preserva de ese sujeto de lalengua, en donde la afectación del cuerpo por el lenguaje se produce de un modo único, singular. El modo en el que cada uno fue inserto en la cultura, la adscripción del cuerpo a esas marcas del Otro.

En su lectura del ser del sujeto, Lacan va a afirmar que “hay un lenguaje antes de que al sujeto le sea supuesto saber cualquier cosa”, una anterioridad, una lógica del estatuto de la verdad, que va a alojar luego un sujeto allí. “Es en el lugar del Otro que el lenguaje encuentra su lugar”. Si el deseo es en esencia falta, sostiene citando a Sócrates, entonces no hay objeto en que el deseo se satisfaga, sí objeto causa del deseo. Esto es lo que coloca al sujeto en una posición ventajosa, un no todo como respuesta al empuje al goce del sistema.

VI

Los derechos humanos como precepto universal para-todos, como avances en la normativa internacional para la preservación de la vida de las personas, surgen en relación a lo peor de la condición humana puesta de manifiesto en los crímenes de la guerra. Los derechos humanos prohíben, condenan el goce de exterminar al otro, ponen límite al goce asesino. En este punto, “Derechos Humanos es un nombre para ese lazo social que se funda en el límite al poder del Otro”, el psicoanálisis propicia el poder alojar también allí esa singularidad propia del sujeto. Si la segregación es lo que queda por fuera del orden simbólico, aquello rechazado por el discurso de la época, lo que “no tiene reconocimiento en el orden simbólico del Otro”, el compromiso de nuestra práctica con la realidad de nuestro tiempo no es sin atender la posición del analista en relación al malestar en la cultura (Aramburu, 2000).   

Lacan, en su Proposición del 9 de octubre de 1967 sostiene: “Nuestro porvenir de mercados comunes será balanceado por la extensión cada vez más dura de los procesos de segregación”. 

En El porvenir de una ilusión Freud va a decir que “el presente tiene que devenir pasado (…) para formular juicios sobre las cosas venideras”.  La repetición, en diversas expresiones a lo largo de la historia de la humanidad, de prácticas segregativas, cobra una actualidad y vigencia en el presente que nos convocan a interpelar esta realidad contemporánea, atendiendo la producción de subjetividad, sin dejar de lado lo estructural en la constitución subjetiva.

La desintegración del Estado de derecho, la entrega obscena de la soberanía, la persecución a los líderes regionales, el contubernio político-jurídico-mediático al servicio del poder económico, la vulneración de los derechos más elementales de las personas, la exclusión de miles de compatriotas al hambre y la miseria, la persecución actual a los inmigrantes senegaleses y a quienes se solidarizan con ellos, la construcción del otro como amenaza y fuente del mal, como símbolo de peligro para habilitar así su eliminación material, se repite en el presente, también cuando se convoca para esa persecución a quienes ya han hecho “el trabajo sucio”, delineando “el enemigo interno”, de cara a la defensa de sus intereses. 

Los recientes resultados de la elección en Brasil con el alarmante crecimiento del referente de un discurso racista, homofóbico, que reivindica la tortura y las prácticas más oscuras de la dictadura, encarna ese segregacionismo explícito, el odio, la posición contraria a los Derechos Humanos. Fascismo social, dice Boaventura de Souza Santos, mientras diversas voces del campo progresista apuestan a iniciativas de unidad.

El presente se torna pasado que nos alerta en relación a lo venidero. Así podremos echar tal vez más luz en la oscuridad de estos procesos y estar más prevenidos frente al porvenir.

Ana María Careaga: Psicoanalista. El presente texto es una adaptación del artículo publicado en el libro Indagaciones psicoanalíticas sobre la segregación, compilado por O. Delgado y P. Fridman, ediciones Grama, 2017.